Capítulo 2: Un Camino Forjado en Soledad

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San Francisco, 2024.

El sol comenzaba a ponerse sobre el horizonte, bañando la ciudad con ese dorado tenue que tanto fascinaba a Emilia de la Torre. Desde la ventana de su apartamento, podía ver cómo las luces de los edificios comenzaban a encenderse, marcando el inicio de una nueva noche en la ciudad que nunca dormía. Habían pasado cinco años desde que dejó atrás su vida universitaria, cinco años desde que Thiago Oliveira había desaparecido de su vida, como un sueño fugaz del que despiertas solo para sentir el vacío.

Emilia no era la misma chica de 20 años que una vez deambulaba por los pasillos de la Universidad de California con el corazón roto y la mente nublada por preguntas sin respuestas. Ahora, a los 25, su vida era el reflejo de lo que siempre había soñado: una carrera en ascenso como psicóloga e informática forense, un apartamento en el distrito financiero, y una independencia que le permitía disfrutar de la libertad de moverse entre lo analógico y lo digital con maestría.

Nacida en España, en un pequeño pueblo de Andalucía, Emilia siempre había tenido ese aire cosmopolita que la hacía destacar. Sus ojos, de un azul profundo, eran ventanas a un alma curiosa y siempre en busca de respuestas. El cabello castaño claro que caía sobre sus hombros solía estar recogido de manera casual, dándole un aspecto relajado, aunque bajo esa aparente calma, su mente nunca dejaba de procesar, analizar, descomponer cada situación que enfrentaba. Siendo hija única de un matrimonio tradicional, Emilia siempre fue la niña que soñaba con más, que aspiraba a romper las barreras de lo predecible.

A los 18 años, había dejado España con una beca en mano y un mundo por conquistar. Lo que no sabía en ese momento era que, además de títulos y reconocimientos, su estadía en San Francisco le traería amores profundos y cicatrices aún más profundas. Thiago había sido su mayor amor y su mayor pérdida, pero después de que él se fue, después de que decidió elegir un camino en el que ella no tenía cabida, Emilia decidió reconstruirse. Y lo hizo a su manera.

El aroma del café recién hecho inundaba su apartamento mientras repasaba las últimas notas del caso en el que estaba trabajando. Su equipo había logrado rastrear un rastro digital dejado por un criminal que llevaba meses burlándose de las autoridades. En su rol como experta forense, Emilia se había especializado en cazar a aquellos que creían que el mundo digital les ofrecía anonimato. No, no con Emilia de la Torre detrás de ellos. Sabía cómo leer el comportamiento humano a través de las pequeñas inconsistencias en su código. Sabía cómo entrar en sus mentes.

Pero esa noche, mientras su mente se ocupaba de decodificar las últimas pistas, algo la desconcentró. Una notificación apareció en su teléfono. "Mensaje sin remitente". Al abrirlo, solo había una palabra: String.

El corazón de Emilia se detuvo por un instante. Ese maldito alias. String había sido el nombre con el que Thiago se había hecho famoso en los círculos clandestinos de hackers. Ella había oído rumores, susurros sobre él en la web oscura, pero nunca había sabido con certeza si seguía vivo, si seguía involucrado en ese mundo que una vez los separó.

Se apoyó en el respaldo de la silla, cerrando los ojos por un momento. Ese nombre la llevó de regreso a recuerdos que había enterrado hacía mucho tiempo. Los paseos por el Golden Gate Park, las largas noches de conversación sobre teorías del comportamiento humano y la programación ética, los sueños compartidos y luego la traición de una partida sin explicación.

Por más que tratara de negarlo, había noches en las que, después de un largo día de trabajo, Emilia miraba al techo y se preguntaba dónde estaría Thiago. Qué habría sido de él. Recordaba la última vez que lo vio, la frialdad en sus ojos cuando le dijo que debía irse, que había algo más grande que ellos, algo que lo consumía y que no podía compartir. Había aprendido a vivir con esa nostalgia, la convirtió en parte de ella. Pero una parte de su corazón siempre pertenecía a él, aunque jamás lo admitiría en voz alta.

Se levantó de la silla y caminó hacia el ventanal, su figura iluminada por la tenue luz de la ciudad nocturna. A lo lejos, las sirenas de la policía hacían eco en las calles. La vida en San Francisco era un caos organizado, y ella amaba ese caos. Era el ambiente perfecto para alguien que necesitaba estar en constante movimiento, para alguien que había aprendido a llenar los vacíos de su vida con trabajo y logros. Emilia se había hecho un nombre en su campo. Era respetada, admirada, y aunque nunca había tenido una relación duradera después de Thiago, no le faltaban pretendientes. Pero ninguno de ellos llegaba a lo que ella buscaba. Ninguno de ellos era Thiago.

Volvió a su escritorio, el teléfono todavía en su mano. El mensaje seguía abierto, esa palabra, String, flotando en la pantalla. Se sintió tentada a ignorarlo, a hacer como si nada hubiera pasado. Después de todo, había pasado demasiado tiempo. Pero algo dentro de ella le decía que no era una coincidencia. Thiago siempre había sido brillante, pero también era impredecible. Quizá este era su modo de volver a su vida, de sacudirla de nuevo.

Decidió guardar el mensaje. Sabía que, si algo había aprendido en su carrera, era que las piezas sueltas siempre encontraban su lugar tarde o temprano. Y si Thiago estaba involucrado, las cosas no serían diferentes.

Esa noche, mientras intentaba dormir, los recuerdos volvían a ella con más fuerza que nunca. Recordaba la última vez que estuvieron juntos, cuando el peso de la despedida les cayó encima, y él se despidió sin decir adiós realmente. Aunque había pasado media década, esos momentos estaban grabados en su mente como si hubieran ocurrido el día anterior.

A la mañana siguiente, Emilia decidió dejar el pasado en su lugar. Se levantó temprano, como de costumbre, se preparó un café negro y revisó los informes del caso. Su día seguía el mismo ritmo: reuniones con su equipo, revisiones de código, y entrevistas con otros expertos en seguridad digital. Todo marchaba bien, todo estaba bajo control. Su vida, tal como la había construido, estaba en orden.

Pero esa sensación en su pecho, esa duda persistente, no la abandonaba. ¿Qué querría Thiago ahora? ¿Por qué, después de tantos años, su nombre volvía a aparecer en su vida? Mientras analizaba su propia incertidumbre, se dio cuenta de algo más profundo: en todos estos años, había estado huyendo del recuerdo de Thiago, llenando su vida de éxitos, pero nunca había cerrado realmente ese capítulo.

Y ahora, en el borde de su mente, sabía que ese mensaje era solo el comienzo. Thiago Oliveira no había terminado con ella, y en el fondo, ella tampoco había terminado con él.

La vida de Emilia de la Torre estaba a punto de dar un giro, uno que cambiaría todo lo que había construido. Porque algunas promesas, incluso las no dichas, están destinadas a cumplirse.

String: Una Promesa InquebrantableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora