Capitulo 3

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Ana María ya llevaba varios días viviendo en la casa de los Turner, estaba adaptándose a su nueva vida con Rosalba. Poco a poco había aprendido cuales eran los rincones de la gran mansión, explorando cada pasillo, y familiarizándose con las rutinas diarias de la casa. Aunque aún pensaba mucho en sus papás y sus hermanos, nunca le mencionaba nada a Rosalba por temor a que le hicieran preguntas difíciles o, peor aún, la echaran por causar problemas. Nadie le creería si dijera que su tío mató a su papá y a su hermano, es algo tan horrible que es difícil de creer.

Rosalba la trataba con cariño, como si fuera su propia hija, y la protegía en la medida de lo posible. Ana María encontraba consuelo en esa relación, aunque sabía que no podría reemplazar a su verdadera familia. A veces, mientras hacía alguna tarea en silencio, las imágenes de su mamá y sus hermanos se colaban en su mente, y tenía que contener las lágrimas. Pero nunca dejaba que Rosalba la viera triste, por miedo a que eso la llevara a hacer preguntas.

Todo parecía tranquilo hasta que un día, la paz de Ana María se vio interrumpida por la llegada de las dos hijas menores de los Turner, Sofía y Mariana, quienes regresaban de unas largas vacaciones en el extranjero. Ana María había escuchado hablar de ellas, pero no las había conocido en persona hasta ese momento.

Cuando las dos chicas entraron a la casa, con sus maletas y un aire de superioridad, Ana María sintió de inmediato que algo cambiaría.

Desde el primer momento en que Sofía y Mariana la vieron, la incomodidad fue palpable. Las miradas que le lanzaron eran frías y llenas de desdén.

No pasó mucho tiempo antes de que empezaran a buscar cualquier oportunidad para molestarla. Mariana, la mayor de las dos, fue la primera en hacer un comentario sarcástico cuando vio a Ana María usando una de sus viejas blusas.

-¿Por qué está usando mi ropa?.-preguntó en voz alta, mirando a su hermana.-Esa blusa era mía, aunque ya no la quiero, ¡no significa que cualquiera pueda ponérsela!.

-Le queda mejor de lo que te quedaba a ti. Quizás debería seguir usando tu ropa vieja, Mariana.-Sofía, la menor, pero igual de maliciosa, añadió con una risa burlona.

Aunque el comentario de Sofía no estaba dirigido directamente a Ana María, lo dijo con un tono que dejaba claro que la intención era molestarla. Ana María, sintiendo el peso de sus miradas, se limitó a bajar la cabeza y continuar con la tarea que Rosalba le había encomendado. Sabía que si respondía o se defendía, corría el riesgo de que las cosas empeoraran.

Sofía y Mariana comenzaron a buscar cualquier excusa para hacerle la vida difícil. Si Ana María se equivocaba en una tarea, ellas se lo hacían saber con palabras crueles. Si estaba limpiando en algún lugar, la empujaban o la hacían tropezar "por accidente". Incluso cuando estaba comiendo en la cocina, lejos de ellas, encontraban maneras de molestarla, diciendo que estaba robando comida de la casa.

Ana María recordaba constantemente las palabras de su mamá, que le había enseñado a ser una persona sencilla, modesta y prudente. Le decía que debía tratar a todos como iguales, sin ver a nadie como inferior o superior. Su madre también le había dicho que la prudencia era una virtud muy valiosa, y Ana María se aferraba a eso en esos momentos difíciles.

Decidió que no iba a pelear con Sofía y Mariana, por mucho que la provocaran. Sabía que si lo hacía, lo más probable era que la echaran de la casa, y no quería volver a la calle. La idea de mendigar comida y dormir en la intemperie la llenaba de miedo, así que soportaba las humillaciones en silencio, intentando no dejar que las lágrimas afloraran.

Un día, cuando estaba doblando la ropa en la lavandería, Mariana entró de repente y le tiró una de las prendas que había planchado.

-Mira cómo dejaste esta camisa, está arrugada. Hazlo de nuevo. -dijo, con una sonrisa maliciosa.

Cadenas de odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora