Una tarde de verano, Ari decidió asistir a un festival local de arte donde varios artistas mostraban sus obras. Mientras paseaba entre los puestos, se topó con una melodía que resonó en su corazón. Era Rivers, tocando la guitarra en el centro de la plaza, rodeado de un pequeño grupo de admiradores. Sus dedos se movían con la gracia de un contador de historias, y Ari se sintió instantáneamente atraída.
Se acercó, cautivada, y cuando sus miradas se encontraron, el mundo a su alrededor pareció desvanecerse. Rivers notó su presencia, y en ese instante, sintió que algo especial estaba ocurriendo. Terminado el espectáculo, Ari se atrevió a acercarse y felicitarlo. Su conversación fluyó con naturalidad, como si se conocieran de toda la vida.
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