Los años pasaron, y aunque enfrentaron desafíos como cualquier pareja, su amor se mantuvo firme. Se convirtieron en socias creativas y en mejores amigas. A través de sus obras, lograron contar sus historias y visibilizar sus emociones, convirtiendo su relación en una fuente de inspiración tanto para ellas como para otros.
Un día, mientras Ari pintaba un nuevo cuadro en la playa y Rivers tocaba suavemente su guitarra, decidió que ya era el momento. Con el corazón lleno de amor y gratitud, le pidió a Rivers que fuera su compañera de vida. En ese instante perfecto, rodeados de la brisa marina y la luz dorada del sol, Rivers dijo que sí, y prometió que jamás dejaría que la distancia les destruyera
