Prólogo

21 6 0
                                    

El viento silbaba alrededor de su cuerpo, cortado por la velocidad sobrehumana que sus piernas podían alcanzar, a pesar del dolor lacerante que la invadía. Su brazo izquierdo, o lo que quedaba de él, colgaba en jirones sangrientos, apenas contenido por el borde rasgado de su traje de nanofibras. El calor de la herida aún ardía, y el latido constante de la carne destrozada hacía eco en su mente con cada paso. Pero no podía detenerse.

El paisaje era una ruina devastada, una ciudad que una vez fue vibrante, ahora consumida por escombros, polvo y oscuridad. Edificios colapsados, automóviles volcados, humo elevándose en espirales lentas desde algún punto distante. Todo estaba muerto, todo menos ella. Y esa cosa que venía persiguiéndola.

No miraba atrás. No necesitaba hacerlo. Sentía la presencia inminente, el retumbar de sus pasos, el estremecimiento en el suelo bajo sus pies. Pero lo peor era el silencio. Un vacío implacable que se extendía por todas partes, tragándose los sonidos que normalmente deberían estar allí: el rugido de motores, el murmullo de voces humanas, el crujir de la civilización. Ahora solo quedaba el eco de su respiración y el ritmo desquiciado de su corazón.

(((((¿Cómo llegamos a esto?)))))

(((((¿Qué es este infierno?)))))

La pregunta la había asaltado desde que empezó a correr. No recordaba cuándo comenzó. El tiempo se había disuelto en una masa indistinguible de caos y miedo. Pero esas palabras se repetían una y otra vez en su mente, como si buscar una respuesta la protegiera de lo que se le venía encima.

Su traje biomecánico, compuesto de fibras negras mate tensas como la musculatura humana, respondía a cada contracción de su cuerpo, ajustándose con precisión a cada movimiento. Las placas doradas desgastadas, repartidas por su columna, codos y rodillas, ofrecían un soporte que ahora parecía frágil ante la brutalidad de lo que la había mutilado. Sentía el peso de la sangre que caía al suelo, deslizándose por las ranuras de las fibras. La sensación la invadía, pero seguía adelante. No podía detenerse.

(((((¿Qué hemos hecho?)))))

La humanidad había jugado a ser dioses. Habían roto los límites, estirado las fronteras del conocimiento hasta que no había marcha atrás. Creyeron que podían controlar lo incontrolable, alterar lo inalterable. Y ahora, ella era el resultado de esa arrogancia. El futuro que habían soñado era una pesadilla, y las ruinas alrededor eran la evidencia tangible de su condena.

Cada paso era una lucha contra el agotamiento, el dolor, y la desesperación. Pero no era solo el cuerpo el que estaba roto. Era la esperanza, la creencia de que todo esto había tenido un propósito. Todo lo que quedaba ahora era escapar de algo que ni siquiera entendía por completo.

(((((No debimos hacerlo. No debimos cruzar esa línea.)))))

Los gritos en su cabeza se ahogaban en la monstruosa realidad que la rodeaba. Todo lo que había visto, lo que había hecho, lo que habían creado, ya no importaba. Solo quedaba la verdad: el precio por jugar con lo divino siempre es el infierno.

Fin del prologo

Caída de los Nuevos Ícaros: El Pecado de Redefinir la CarneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora