Elena salió del laboratorio con los hombros tensos y el rostro pálido. El aire frío de la noche la recibió como un bálsamo, y por un instante, agradeció la calma aparente del exterior. Sin embargo, apenas alzó la vista hacia la ciudad, el peso de la realidad volvió a aplastarla. Los edificios altos se erguían como sombras inmóviles, oscuros, con apenas unos pocos pisos iluminados. La ciudad, parecía una carcasa vacía. Encendió el auto y condujo lentamente, mirando de reojo las calles apenas iluminadas. Los cortes de energía eran tan frecuentes que cada rincón oscuro se había convertido en un recordatorio de la crisis. El mundo estaba en tensión constante; la necesidad de energía superaba cualquier posibilidad de satisfacerla. Desde hacía meses, el precio de la electricidad había alcanzado niveles exorbitantes, y cada pequeña chispa era un lujo, un recurso por el que se competía con un hambre casi feroz. Elena dejó escapar un suspiro al recordar los informes más recientes: la población mundial había superado hace tiempo el billón de habitantes, y el crecimiento no se detenía. Las ciudades se habían convertido en colmenas gigantescas donde la vida humana apenas podía respirar. En esas mega urbes, la pobreza y la desigualdad convivían como viejas compañeras de viaje, generando una inestabilidad que latía en cada esquina. Apenas era necesario encender la televisión para ver las noticias de disturbios, protestas y enfrentamientos. La mayoría de las naciones se encontraban al borde del colapso político, incapaces de sostener una economía que se desmoronaba bajo el peso de la demanda y la escasez. Recordó el último reporte de la comunidad científica: el litio, esa esperanza energética que alguna vez representó el futuro de la tecnología, estaba prácticamente agotado. Los países que aún poseían reservas guardaban ese recurso como un tesoro militar, con instalaciones fortificadas y sistemas de vigilancia constantes. Pero ni siquiera eso bastaba. La competencia por los recursos se había vuelto una guerra silenciosa; naciones enteras luchaban, en campos y en mercados, por cada gramo de litio que pudiera alimentar sus economías moribundas. Elena pasó junto a un grupo de personas que se refugiaban en la sombra de un edificio en ruinas, sus cuerpos delgados y harapientos. Los desplazamientos masivos se habían vuelto la norma. Millones de personas se trasladaban de un lado a otro en busca de agua, comida, cualquier tipo de oportunidad que les permitiera sobrevivir un día más. Las hambrunas habían arrasado con poblaciones enteras, dejando tras de sí calles desiertas y campos yermos. Las enfermedades, que antes parecían controladas, ahora se propagaban con una rapidez implacable en condiciones de miseria. Era como si el mundo entero hubiese retrocedido siglos en pocos años. El cambio climático, que tanto se había debatido décadas atrás, era ahora una realidad incuestionable. Cada verano era más caluroso que el anterior, cada invierno más impredecible, y cada fenómeno natural dejaba a las comunidades en ruinas. Los recursos naturales habían sido agotados casi hasta el último suspiro; los bosques se habían convertido en terrenos baldíos, los mares estaban contaminados, y el aire, en muchos lugares, era irrespirable sin mascarillas de protección. Mientras Elena avanzaba por las calles desoladas, se detuvo en un semáforo que parpadeaba con una intermitencia débil. Pensó en el V.I.T.A., en esa apuesta desesperada por una tecnología que, en teoría, podría aprovechar cada fragmento de energía humana para alimentar pequeñas necesidades. Pero ¿acaso era suficiente? El mundo parecía ya demasiado desgarrado, demasiado roto para que una sola solución pudiera hacer una diferencia. Llegó a su apartamento, una construcción vieja y descuidada que había soportado, como ella, el desgaste de los años. Se sentó en la oscuridad, con el cansancio apoderándose de cada fibra de su ser. Frente a la ventana, la ciudad seguía en su quietud siniestra, un recordatorio constante de la decadencia de una civilización que alguna vez creyó tener el control. Elena miró las luces distantes y sintió, como una opresión en el pecho, la certeza de que el tiempo se estaba agotando. Cada noche, el peso de esa verdad la hundía un poco más, y sabía que, en el fondo, ese peso era compartido por millones de personas. Horas más tarde Elena revisaba los últimos resultados en una pantalla, apenas consciente del dolor en sus hombros y la quemazón en sus ojos tras días sin dormir. Sentía cada minuto del agotador día de trabajo como una herida abierta. Era una lucha constante, pero cada vez menos clara, como si todos sus esfuerzos fueran absorbidos en un vacío. El teléfono vibró en el bolsillo de su bata y, al ver el nombre de su madre, dudó antes de contestar. Pero al final, dejó escapar un suspiro, se apoyó en el borde de la mesa de trabajo, y deslizó el dedo sobre la pantalla. "Elena, necesito que regreses a casa. Aquí no podemos más. Las reservas de agua están vacías y cada vez es más difícil encontrar alguien que venda a precios razonables. Y tú allá, ocupada con tus... tus experimentos. ¿No entiendes que te necesito aquí?" Elena con voz cansada, sin fuerzas para suavizar su tono "Mamá, no puedo. Aquí estoy tratando de crear algo que podría salvar a muchas personas, no solo a nosotros. No puedo simplemente dejarlo todo para... para volver a un lugar que, sinceramente, ya no puede sostenernos." Madre: "¿Salvar a muchas personas? ¡Elena, aquí es donde estamos muriendo! La tierra no da, las lluvias ya ni llegan. No puedes pretender que tus proyectos cambiarán esto a tiempo. Estamos al borde de perder todo lo que construimos, y necesito a mi hija aquí, ahora." Elena apretando los dientes, controlando la ira que había acumulado desde las primeras horas de ese terrible día "Mamá, es que no entiendes... aquí no se trata solo de esta cosecha o de la siguiente. Estamos en una situación en la que nadie va a tener nada si seguimos aferrándonos a métodos antiguos. Esto va más allá de vivir o morir; se trata de encontrar una salida para todos, de cambiar algo de raíz." "¿Y quién va a escuchar tus ideas cuando ya no quede nadie para cuidarlas? ¡Todo lo que haces allá no tiene sentido si tu familia no sobrevive! Esto no es un 'cambio de raíz,' Elena, esto es sobrevivir hoy. Y tú me abandonaste para jugar con teorías que no sirven para nada aquí." Elena: con la voz quebrada y a punto de estallar "¡No estoy jugando, mamá! Cada día aquí es una maldita pesadilla, una lucha constante para encontrar una solución antes de que sea tarde. Hay gente afuera, muriendo, como tú, como yo, y siento que soy la única que lo ve. Si volviera, sería solo para... ver cómo todo lo que amo se hunde lentamente." Madre: "¡¿Y qué crees que hago yo aquí sola?! Cada día veo cómo la sequía avanza y cada noche temo por no tener agua ni comida suficiente. No puedo seguir así. ¡No tienes idea de lo que es vivir esta desesperación sin saber si alguien llegará a ayudarte!" Elena sintió cómo su cuerpo se tensaba, cómo la opresión en su pecho crecía hasta el punto de ahogarla. La ansiedad, el dolor, la rabia que había reprimido todo el día estallaron sin poder contenerse. "¿Que no tengo idea? ¡¿De verdad crees que es fácil para mí?! Cada día en este laboratorio es un infierno, mamá. Estoy rodeada de gente que solo espera que falle, trabajando sin descanso mientras la presión me consume... ¡y tú aquí, pidiéndome que lo deje todo para volver a un lugar que ya está perdido! ¡Lo único que intento es evitar que tú y todos los demás tengan que pasar por esta pesadilla!" La madre con voz temblorosa, herida "Entonces ¿crees que lo que hago no tiene valor? Que mi vida aquí ya no es suficiente para ti... Y sin embargo, ¿de qué te sirve salvar un mundo que ni siquiera quieres ver? Has hecho tu elección, Elena, y parece que yo ya no soy parte de ella." La línea quedó en silencio unos instantes. Elena escuchaba su propia respiración entrecortada, el dolor en su pecho intensificándose con cada segundo de silencio. Sabía que había cruzado una línea, pero estaba agotada, destrozada, y no tenía energía para sostener una disculpa que ni siquiera ella creía. Finalmente, escuchó a su madre hablar de nuevo, en un susurro. "Supongo que ahora ya no tengo nada más que decirte. Tú tienes tus planes... y yo solo esperaré aquí, mientras pueda." La llamada terminó con un clic suave, pero el eco de las palabras de su madre quedó resonando en el vacío del lugar. Apoyándose contra la fría pared de concreto, Elena sintió la opresión en su pecho expandirse hasta que cada respiración se volvió una lucha. La rabia, la culpa, la desesperación—todo se mezclaba hasta volverse insoportable. Sin más fuerzas, se dejó caer al suelo, la espalda contra la pared y el teléfono aún en la mano, sabiendo que, al final, su sacrificio podría costarle más de lo que estaba dispuesta a perder. Elena permaneció inmóvil en el suelo, en silencio, sintiendo cómo el vacío que la rodeaba se hacía inmenso, absorbiendo cada espacio de su ser. Las palabras de su madre seguían retumbando en su cabeza como una sentencia: "Tú tienes tus planes... y yo solo esperaré aquí, mientras pueda." Esas últimas palabras fueron la aguja que rompió el frágil equilibrio que había mantenido hasta ahora. Una ola de ira y desesperación se apoderó de ella de repente. Elena gritó, un grito desgarrador que rompió el silencio frío del edificio. Era un grito profundo, un eco de toda la culpa y frustración que había acumulado, una furia salvaje contra el mundo y contra ella misma por ser incapaz de salvar a quienes amaba. Sin poder controlarse, se levantó de un salto y arrojó su teléfono contra la pared, el estallido del plástico resonando como un trueno. Comenzó a golpear la mesa frente a ella, sus manos chocando una y otra vez contra la superficie de metal hasta que sintió el dolor atravesar sus nudillos, la piel rompiéndose y la sangre resbalando por sus dedos. Pero eso no la detuvo. Gritando con el rostro empapado en lágrimas, golpeando aún más fuerte "¡Maldita sea! ¡Maldición! ¡¿Por qué todo tenía que ser así?! ¡¿Por qué yo?! ¡¿Por qué tú... papá?!" En un momento de ira ciega, tiró los papeles, rompió los informes, barriendo todo lo que había sobre la mesa en un intento desesperado de deshacerse de todo lo que la ataba, de todo lo que le exigía ser perfecta, inquebrantable, mientras su mundo se desmoronaba a su alrededor. Su respiración se volvió irregular, y sentía que no podía obtener suficiente aire. En un grito desesperado, sus palabras entrecortadas por el sollozo ahogado que la sofocaba "Perdón... perdón... ¡Perdóname, papá! Yo... no supe cómo... ¡No puedo más!" Cayó de rodillas al suelo, sus manos ensangrentadas temblaban mientras el dolor físico se entremezclaba con el emocional. Golpeó el suelo de nuevo, y esta vez sintió cómo su cuerpo se rendía, incapaz de sostener su peso ni un segundo más. Se dejó caer, su frente apoyada en el frío cemento, sintiendo cómo la solidez del suelo le ofrecía un contraste amargo a la fragilidad que sentía por dentro. Las lágrimas fluían incontrolables, sus sollozos eran cada vez más profundos y desesperados, y el eco de su voz reverberaba en el departamento vacío, devolviéndole la soledad de la que había intentado huir toda su vida. En un susurro entrecortado, como si el dolor la estuviera desgarrando desde dentro "Lo intenté... te juro que lo intenté. Papá, mamá... no quise dejarles solos... perdónenme..." Se abrazó a sí misma, acurrucada en posición fetal, y comenzó a balancearse suavemente, como si con ese gesto instintivo pudiera consolarse, pudiera protegerse de todo el peso de la culpa que le oprimía el pecho. Cada respiración se convertía en un llanto ahogado, y cada gemido era un fragmento de la pena inabarcable que la estaba destrozando. El dolor de sus manos laceradas, el sabor salado de sus lágrimas, el frío del suelo... todo era un recordatorio de su propia humanidad, de su fragilidad. En ese instante, Elena sintió que todo el peso del mundo recaía sobre ella. Era un peso al que nunca había consentido, pero que ahora se hacía tan inevitable como el dolor. Permaneció allí, sola en el vacío de su hogar, dejando que la oscuridad la cubriera mientras repetía, como un rezo, sus últimas palabras. "Perdónenme... perdónenme... por favor, perdónenme." Las luces parpadearon, iluminándola en breves destellos, mientras se balanceaba, atrapada en una mezcla de amor, ira y una tristeza tan profunda que parecía infinita. Y así, en el suelo, en medio de su desesperación, Elena se abandonó al dolor, sin otra esperanza que la de poder encontrar la paz en ese abismo.
Fin del capitulo 4
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Caída de los Nuevos Ícaros: El Pecado de Redefinir la Carne
Science-FictionEn una era de desesperación y decadencia, la humanidad se enfrenta a las consecuencias de jugar a ser dioses. Al intentar redimir sus pecados a través de la transformación del cuerpo humano, se desatan castigos que desafían el orden natural. Esta es...