Así habló Kusakabe (o sobre la arrogancia del Seis Ojos)

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A veces, Suguru se preguntaba si existía un espejo lo suficientemente grande como para reflejar el ego de Satoru.

—¿Lo ves, Suguru? — murmuró, mientras ajustaba sus lentes de sol con ese gesto teatral que tan bien dominaba. Miraba hacia el horizonte, como si el mundo entero fuera suyo. Y, honestamente, en esos días, así lo era.

—Sí, impresionante— contestó sin más, aun cuando no sabía bien a qué se refería. Decirle otra cosa habría sido una pérdida de tiempo. No iba a escucharlo si no le alimentaba su insaciable necesidad de admiración. Se dio cuenta de eso desde el primer día que lo conoció, hacía tan solo un par de meses. La mitad de sus conversaciones eran monólogos suyos disfrazados de diálogos.

Gojo Satoru. El nombre que resonaba en cada rincón del mundo de los hechiceros. Siempre el centro de atención, el sol que iluminaba todo a su alrededor. Incluso cuando no quería (o decía no querer) ser el centro, ahí estaba: deslumbrando a todos con su mera presencia.

Lo que más le irritaba, lo que le hacía sonreír aun a pesar suyo, es que realmente tenía razones para ser así. Era brillante, invencible, imparable. El hombre más fuerte de todos. Y él lo sabía. Ah, cómo lo sabía.

—¿Sabes qué es lo peor de ser yo?— dijo con una sonrisa de medio lado, mientras se apoyaba en la barandilla de la azotea. Sus ojos azules brillaban a través de las gafas, como si guardaran secretos que el resto nunca comprendería.

—Ilumíname— respondió, con la misma monotonía de siempre. No porque no le interesara, sino porque en ese corto tiempo junto a él, había aprendido que era mejor dejarlo hablar.

—Que no hay competencia—. Su voz sonó con un toque de falsa tristeza; sabía que lo fingía. No era una queja real, sino una confirmación de su superioridad, una especie de autoafirmación.

Lo miró y pensó en lo fácil que sería odiarlo. Satoru no era solo arrogante; era la arrogancia encarnada. Pero había algo en esa arrogancia que atrapaba, que seducía. Algo que lo convertía en esa figura inalcanzable, casi divina.

Sin embargo, desde la primera vez que lo vio, supo que lo aceptaría tal como era.

Él era consciente de eso. Usaba su poder, su carisma y su apariencia como un arma más, tal vez incluso más peligrosa que su maldito dominio ilimitado. En el campo de batalla, invencible. En la vida, igual de inalcanzable.

Ah, pero no para él. Solo llevaba noventa días como su compañero, pero ya sabía que él era uno de los pocos, sino el único, que podía llegar a él.

—Debes sentirte muy solo, ¿no?— comentó, sin esperar realmente una respuesta honesta. No era lo suficientemente ingenuo como para pensar que Satoru le diría lo que realmente pensaba, lo que realmente sentía: que estaba al lado del único que podía hacerle frente.

Satoru lo miró de reojo, sorprendido por un segundo. Y luego sonrió, pero esta vez había algo distinto en su expresión. Algo más genuino.

—Solo a veces— respondió, antes de que su sonrisa volviera a ser la de siempre, la que todos conocían. La del "todopoderoso Satoru Gojo".

—Cuando no estás conmigo —añadió con fingida despreocupación, acomodándose nuevamente las gafas, como si no estuviera mostrándose vulnerable frente a la única persona que realmente lo conocía.

—Gracias...supongo —dijo, acercándose, sin saber por qué, un poco más.

Satoru enrojeció y su cuerpo se tensó. Los hombros de Suguru estaban tocando los suyos. Eso era más de lo que su frágil heterosexualidad podía soportar. Se alejó, haciendo una mueca.

—O algo así. No te creas, ¿eh? —dijo socarronamente.

Y ahí estaba otra vez, el narcisista encantador, el hechicero invencible, su futuro mejor amigo y amante, y, tal vez, la persona más solitaria que había conocido.

Satoru era así. Siempre sería así. Y aunque lo entendía, aunque lo aceptaba, no podía evitar preguntarse qué se escondía detrás de esa máscara de perfección.

Bueno, él lo descubriría. Por algo el destino lo había puesto en su camino. Por algo sabía, a pesar del poco tiempo, que lo conocía mejor que nadie. Por algo lo sentía como si fuera una parte de él que no sabía que existía.

¿Podría ser que se estuviera enamorando de ese niñato insoportable?

Lo miró una vez más. El viento agitaba su cabello blanco y por un segundo parecía más humano. Pero solo por un segundo.

Luego, volvió a ser Satoru. El único e inigualable Satoru.

Su Satoru.

Lovers (one shots) [SATOSUGU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora