Rostro

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De vez en cuando, en los momentos en que los días parecían alargarse más de la cuenta en la silenciosa biblioteca, Satoru se encontraba a sí mismo observando la inefable perfección de la cara de Suguru, como si nunca lo hubiera hecho. Apoyaba su cabeza en su mano derecha y simplemente lo devoraba con la mirada, mientras reflexionaba sobre el misterio tras la simetría de sus rasgos.

—Suguru, ¿podrías ayudarme con esto? —Preguntaba Satoru mientras indicaba su libro, obligándolo así a acercarse a él. Suguru, sospechoso de las intenciones de su novio, solía escudriñarlo con la mirada, ingenuo ante el hecho de que eso era precisamente lo que Satoru buscaba. Esa expresión intensa pero calmada, llena de una masculinidad innata y sin esfuerzo, que sin mediar palabra le decía "basta de juegos, Gojo Satoru". Para el albino era imposible no perderse en esa fuerza silenciosa, como si Suguru fuera una obra de arte que no se cansa de admirar.

—¿Realmente necesitas mi ayuda? —Le respondía con una pregunta, mientras arqueaba sus finas cejas y fijaba sus inquisitivos ojos en los suyos. Satoru, contento por obtener lo que buscaba, suspiraba para sus adentros mientras se dejaba llevar por lo que tenía al frente.

Los ojos de Suguru eran de un violeta oscuro, profundos como un abismo del que Satoru nunca deseaba escapar. En esa mirada grave y llena de misterio se escondía una dulzura tan sutil que solo él sabía reconocer. Era esa expresión de alguien que no necesitaba demostrar nada, alguien que dominaba cada aspecto de su ser y aún así dejaba entrever una suavidad reservada para pocos. Suguru era más que hermoso; era sencillamente magnífico, con una belleza grave y serena que parecía haber sido esculpida en algún material imposible de quebrar, como si el tiempo mismo hubiera querido inmortalizar esa masculinidad impresionante en cada rasgo.

—Creo que es primera vez que realmente no estoy entendiendo lo que leo —Satoru hacía alarde de sus dotes actorales, poniendo sus manos en la nuca, en una exagerada señal de inocencia. Suguru le creía, porque siempre quería creerle, y se sentaba a su lado. Bingo, pensaba Satoru, ahora podía observar su perfil.

Entonces Gojo seguía la línea recta de su nariz, fuerte y definida, y admiraba el contorno firme de esos labios, que parecían guardar secretos que él sería el único en escuchar. Se sorprendía de cómo, después de tanto tiempo, cada detalle en el rostro de Suguru aún lograba estremecerlo.
De pronto, Suguru caía en cuenta de que su voz rebotaba en los oídos de Satoru como una infantil pelota.

—Pero ¿qué miras tanto, Satoru? —preguntaba un poco, tan solo un poco, harto

Satoru, entonces, observaba embobado esa expresión intensa, llena de una masculinidad innata y sin esfuerzo, esa que parecía provenir de una seguridad profunda en quién era. Gojo no podía evitar perderse en esa fuerza silenciosa, como si Suguru fuera una obra de arte que no se cansa de admirar.

—¿Y bien? ¿Tengo algo en la cara? —Insistía Suguru, llevándose ambas manos a la cintura.
Satoru sonreía para sí, sintiendo en su pecho un calor que era mezcla de amor y admiración profunda; Suguru era simplemente todo lo que había soñado y aún más.

—Ni te imaginas, cariño.

Lovers (one shots) [SATOSUGU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora