Prólogo.

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Desconocido.
Casa Rosada - Argentina. Buenos Aires.
14 de junio.

Los hombres de seguridad se sentaron en sus respectivas sillas, uno de ellos leyendo. Sus ojos completamente inundados entre páginas.

-Llevo años sin ver a alguien leer un libro -. Interrumpió el otro.

Levantó su mirada, depositándola en su compañero de trabajo.

Hizo un pequeño silencio para pensar, pero no tardó mucho en volver a hablar.

-Supongo que se perdió la costumbre.

-Mi papá amaba leer, recuerdo que él decía conocer todo el mundo, ¿Lo más chistoso de todo? Jamás pudo salir de Buenos Aires -Sonrió con nostalgia-. Era tan bueno mi viejo, nunca entendí eso.

-¿Qué cosa? -consultó el castaño, un poco tenso por el rumbo que esta tomando la charla.

-Que la vida se lleve a las pocas personas que valgan la pena.

Se encogió de hombros, con la garganta quemando por callarse - Es la ley de la vida.

-No debería serlo cuando te matan para robarte. Al parecer ahora vale más un celular que la vida de otro.
El hombre se levantó de su lugar para guardar el libro en su mochila. Lo hizo en silencio, desconocía la situación de su padre, pero comprendía como cualquier otro lo doloroso que debe ser para su compañero. Una vez finalizó, intentó cambiar de tema.

-Éste me lo prestó mi hija.

-¿La mayor? -Frunció el ceño como respuesta a su asentimiento.

-Mi sobrina también ha empezado a leer mucho.

-Creo que es la nueva moda de los jóvenes.

Carcajadas se escucharon por todo el lugar. Eran dos hombres, no muy viejos, pero tampoco lo contrario. Sin embargo, pasaban noches y mañanas enteras juntos por trabajo, ya era parte de ellos burlarse de las nuevas generaciones. Cada día volvían a casa recordando sus conversaciones vagas, pero, a veces, reconfortantes. Conversaban sobre las noticias del noticiero, su hogar, incluso habían dedicado horas a compartir auriculares y escuchar de sus gustos musicales.

Con mucha pasión, se habían convertido en mejores amigos del otro. -Si es así... -sonrió- es la única moda que vale la pena.

Fernando Caputo, presidente de la nación entró al recinto, a paso ansioso. Chocó miradas con los dos castaños e inclinó su cabeza a modo de saludo. Tan rápido como entró; se fue. Con su fuerte aroma a perfume, cigarro y su cabello bien peinado.

El mayor miró su reloj, intrigado por su presencia. El turno del representante de la nación comenzaba mucho más tarde.

-Es muy temprano ¿No? -le preguntó, solo recibió una mirada desinteresada. -Mi turno termina en veinte minutos y él ya está acá. Eso no pasa nunca.

Antes de poder decir algo, las grandes puertas de la Casa Rosada volvieron a abrirse. Dos hombres altos y fornidos entraron primero, uno seguido del otro.

Inmediatamente sintió una presencia a su lado, Fernando estaba ubicado ahí. Su traje sin corbata y su cabello azabache llamando la atención de los nuevos.
Desprendía una gran aura de seguridad y arrogancia. Su cabello azabache y su camisa ajustándose en sus brazos eran el suspirar de muchas personas.

Pero claro, como todo candidato argentino, abría la boca y gran parte de la nación lo detestaba.

Sin embargo, no fue una sorpresa para muchos cuándo ganó. Se convirtió rápidamente en uno de los presidentes más jóvenes que tuvo alguna vez el país.
Por primera vez el país vio una elección donde el candidato fue declarado como la mayor autoridad con más del 90% de los votos.

Su compañero se puso firme, así que él lo siguió. Así fue como escoltando al Sr. Caputo se iba olvidando de su reciente conversación sobre libros y el tiempo, maldiciendo en silencio mientras rogaba que esto solo fuera una entrada y el tiempo no se les fuera de las manos.

Quería más que nada irse a casa.

Los dos hombres se apartaron, dejando a ver a la majestad de Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, con seguridad y un traje que se notaba a leguas lo costoso que era.

El presidente le dio un cordial saludo, pero sus palabras sonaron retorcidamente frías y secas. Fue tan solo cuestión de pocos minutos, el lugar volvía a estar completamente vacío.

Ambos compañeros se miraron confundidos.

-¿Viste lo mismo que yo? -Asintió- Yo no sé mucho de historia o siquiera política, pero...

-Sí, ese era un rey -. Confirmó. -Un rey británico. En tierras Argentinas... -su voz no se despegaba de los susurros, en un intento de que aquello disminuyera su sorpresa.

Una pequeña puerta volvió a abrirse a un costado, dejando entrar a Carlos, el hombre que debía reemplazarlo.

-Éste no se parece al rey -, bromeó su compañero, a recuerdos de quién llegó a ser alguna vez representante de la corona británica. El rubio lo miró curioso. -¿Qué rey?

-Si te decimos a quién vimos probablemente no nos creas.

Ya tranquilo, se alejó para ir en busca de su mochila. La espalda le pesaba y sus piernas estaban agotadas. Saludó a ambos hombres desde lejos, viendo como Carlos comenzaba a acomodarse para largas horas de turno.

Cruzó una de las puertas, chocando con unas asistentes de la Casa Rosada. Le dirigieron una muy mala mirada y siguieron hablando.

Él solo giró los ojos, esas mujeres se creían lo mejor del lugar y los menospreciaban por ser parte de los de seguridad.

-¿Viste que ya está acá?

-¿Quién?

-La reina; hoy van a firmar el acta para recuperar las islas Malvinas.

El chico de seguridad tuvo que marcharse, con la mente en blanco y la respuesta a su pregunta. Pero de camino a casa no pudo sacarse de la cabeza aquello.

¿En serio serían capaces de crear una guerra?

Muy pocos sabían, las noticias eran casi nulas y por el país solo rondaban sospechas inciertas. La mayoría rezaba para que nada sucediera, sin embargo, en ese mismo instante su presidente ya habría firmado los papeles correspondientes.

Argentina comenzaría una lucha sin final; con mucha sed de ganar.

Guerra de dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora