Capítulo 2

12 5 0
                                    

Casi de inmediato, Daisy logró reconocer que era una voz masculina, de humano, no de bruja imitando voz de humano y tampoco de ogro, que también suele ser muy parecida, se extrañó al pensar que no era la única en aquel lugar y dudaba ante la idea de averiguar qué la tenía tan confundida, porque ahora sabía algo que antes no, que aquello era peor que una criatura del bosque, era un hombre.

De todos modos algo le decía que vaya porque en ese instante olvidó por completo lo de su audición, tal vez porque la voz de la conciencia invadía la mitad de sus pensamientos persuadiéndola para que ayude a ese hombre en peligro y tal vez porque la otra mitad de pensamientos eran alertas de huída.

Pero hoy, el dije de su collar brillaba más que nunca y ante eso la muchacha lo comprendió todo. Daisy siempre había sido una fuerte partidaria de que las cosas pasan por algo, puesto que su collar así lo disponía y algo de verdad había en esa creencia. Confiaba más en su collar que en sí misma y por eso dejaba que la magia sabia dirga su vida.

Después de una breve meditación su puño rodeó el dije colgando de su cuello con fuerza y dando una plegaria en un susurro, asintió y se dirigió por donde creía que provenía el sonido.

Luego de varios metros recorridos, detrás del gran tronco de un viejo árbol pudo observar a un joven tirando de una bolsa la cual estaba siendo tirada en dirección opuesta por otro hombre más grande y feo. Al darse cuenta de la prescencia de la chica, el hombre con aspecto de rufián tomo al joven por el cuello y le pidió a Daisy que se marchara:

— Vete, niñita —gritó, dejando ver sus horribles y podridos dientes— ¿Qué no ves que estoy en medio de algo?

El muchacho, que tenía la nariz sangrando y la cara de un color casi violeta por la presión que ejercían los brazos del gran hombre, miró a Daisy y ella pudo entender perfectamente que sus ojos pedían auxilio.

— Señor, disculpe, ¿Qué puedo hacer para que usted deje en paz a este joven?

— Nada.

Daisy, pensativa, se quedó mirando la escena queriendo realmente decir algo útil para convencer al señor de soltar al jover, pero nada salió de su boca.

— Dije que te vayas —replicó haciendo más fuerza contra el cuello del pobre chico— O acabaré contigo también.

— ¿No cree que no vale la pena ir al calabozo por un par de niños?

— Este ladronzuelo me debe cien monedas de oro, ¡Cien! Él tendría que estar en el calabozo.

— No tengo cien monedas, pero tengo diez. —dijo Daisy buscando en el pequeño bolsito atado a su cintura— Hagamos un trato, le doy estas monedas, usted golpea un rato al muchacho pero sin matarlo y lo deja ir ¿Qué le parece?

Con casi el último aliento de aire, el chico golpeado se quejó y negó con la cabeza.

Una sonriza se formó en el horrendo rostro del hombre y Daisy creyó por un instante que lo había logrado.

— Mejor hagamos otro trato —dijo arrojando al muchacho al piso y acercándose a Daisy— yo tomaré esto y tú te quedas con él.

Arrancó de una vez el collar de Daisy y con un chasquido de dedos se esfumó.

Daisy Bloom / ENEMIES TO LOVERSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora