Capítulo 1

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A menudo la vida de Daisy Bloom era sacudida con un golpe de suerte, sobrellevaba una vida dichosa, vivía en una hermosa casa, tenía una familia perfecta, un rostro delicado y había padecido lo menos la crisis económica que aquejaba al reino. Encontrar dinero en la calle o recibir comida gratis, por ejemplo, eran accidentes que aparecían en la cotidianeidad de los Bloom, por supuesto que éstos jamás eran motivo de queja o exclamación, de lo único que podían ser víctima los Bloom era de la envidia de aquellos que jamás los habían conocido personalmente, porque todos sabían que toda persona que conocía a los Bloom, los adoraba.

—Madre, a que no sabes con quién me he topado hoy —, dijo Daisy entuciasmada al cerrar la puerta, —al señor Jones, ha elogiado perfectamente mi baile, ¡y dice que quiere convocarme a una audición para bailar en el teatro mañana!

—¡Qué estupéndo mi Daisy! —dijo su madre levantándose para abrazar a la muchacha mientras un ovillo de lana saltaba de su regazo.

—¿Qué tiene de estupéndo bailar en un teatro? —interrumpió el señor Bloom— Sabes Daisy que esas cosas no son de mi agrado.

—Basta Charles. Te prohíbo que empieces con tu mentalidad de antaño —su esposo frunció el seño ante las palabras de la señora Bloom— tú hija tiene al fin una oportunidad para ser admirada, y si Dios sabe lo mucho que rezamos, incluso, de contraer matrimonio.

—¡Claro! Con un hombre rico te imaginarás, ¿No? No, mejor con un Duque. No, ¡Definitivamente con el Principe! —dijo el hombre levantándose del sillón de un salto— Por supesto, de seguro el mismísimo en persona se casaría con ella en cuanto la vea danzando en el teatro del pueblo.

El señor Bloom, que había empezado a bailar y tararear por todo el salón, se vió interrumpido por su mujer que le lanzaba una bufanda de lana a medio coser a modo de protesta.

—No estoy para bromas, Bloom. Sabes lo cerca que estuvo Daisy el otro día de conocerlo, quién sabe si se presentará otra oportunidad así en la vida.

El señor Bloom ignoró todo impulso de responderle a su esposa o de regañar a su hija, pues sabía que en vano era repetirles el sermón acerca de lo mal visto que estaba que una muchachita bailara por ahí en lugar de ocuparse de actividades adecuadas para una mujer de su edad. Charles Bloom era un hombre de principios, conservador, pero cuando se trataba de su esposa interviniendo en asuntos de su hija adolescente prefería dejar que ambas se entiendan solas, así es que entonces, las dos pasaron toda la tarde hablando de lo gratificante que sería que algún Duque se presentase a ver la obra, y de vez en cuando fantaseaban que hasta el Principe Philippe podría aparecerse por ahí y se regocijaban de pensar que podría quedar encantado con Daisy.

Al día siguiente, temprano por la mañana, la muchacha partió al teatro del pueblo habiendo desayunado nada más que un vaso de leche y escuchado a su madre darle una larga despedida llena de buenos deseos e intenciones. Así, luego de un par de besos en la frente y contradiciendo las indicaciones de su padre, tomó un atajo por el bosque de Eastwood, sin duda el cruce por el camino interno de extensas ectáreas de robles era eficaz para asegurar una llegada temprana, pero también peligroso, y a penas a minutos de emprendida la marcha Daisy lamentó haber desestimado la palabra de su padre.

El estruendo de una voz masculina quejándose había hecho volar a una parvada de aves, y Daisy, inmóvil, habría deseado correr de allí si no fuera porque sus piernas no respondían ante las demandas de su cabeza. En lo que se escuchaba el forcejeo de dos personas entre la espesura del bósque, el corazón de la chica se desaceleraba y ahora, con un poco más de coraje y una voz cortante pero tambaleante gritó:

—¿Quién anda ahí? —un silencio agudo inundó el lugar— Y Daisy volvió a repetir la pregunta.

Esta vez murmullos se hicieron evidentes y una brisa azotó la arboleda. La joven, ya sin miedo y decidida a retomar su propósito olvidó rápidamente la interrupción y continuó a pesar de que notables disturbios ocurrian en alguna parte de la cercanía. Daisy no pretendía demorarse en lo absoluto por alborotos que estén armando algunos duendes o criaturas como las ninfas, a las que se es sabido que les gusta mucho bromear con los humanos, la importancia que le daba a esa audición parecía haber apaciguado el carácter curioso de Daisy. En una situación como cualquier otra, la muchacha hubiese sin duda ido a averiguar qué ocasionaba semejante bullicio en un bosque tan tranquilo y pequeño como el de Eastwood, puesto que cuando había algo que despertaba la curiosidad de Daisy no había cosa que la apagara si no se atendía con urgencia el asunto que generaba tal atracción.

El hecho de que una audición en el teatro se haya elevado por encima en la lista de prioridades, incluyendo la naturaleza impulsiva de Daisy, duró poco, y es que no había dejado de ignorar por completo el hecho que la interrumpió, que ya se había hecho presente de nuevo la voz.

— ¡Socorro! —se oyó en un grito ahogado—

Daisy Bloom / ENEMIES TO LOVERSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora