Capítulo 2: La Maldición del Príncipe

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Mientras Galva y Mefisto se alejaban entre las sombras del jardín, el chivo permaneció en silencio, observándolos con sus brillantes ojos carmesí. Su porte seguía siendo imponente, pero dentro de él, una corriente de emociones latía con fuerza. El simple hecho de haber estado tan cerca de Mefisto lo llenaba de una extraña satisfacción, una felicidad que no había experimentado en siglos.

Una vez que los dos demonios desaparecieron del horizonte, el chivo se volvió hacia una sección aparentemente insignificante del muro que rodeaba el jardín. Era una pared lisa, inmaculada a simple vista, pero él sabía exactamente dónde buscar. Extendió una mano, sus garras negras rozando suavemente la superficie de la piedra. Un leve destello brilló cuando sus dedos tocaron el punto correcto, y, de repente, una grieta apareció en la pared, revelando una puerta oculta.

Sin dudar, el chivo pasó por el umbral, y al cerrarse la puerta detrás de él, la atmósfera cambió. El aire parecía más denso, más oscuro. La luz de las lunas se desvaneció, y en su lugar, una serie de antorchas encendidas iluminaban un estrecho pasillo de piedra que descendía en espiral.

A medida que avanzaba, su forma comenzó a cambiar.

Las patas del chivo se alargaron, sus cascos se transformaron en pies de apariencia humana, y su pelaje negro se retrajo en su piel, revelando una figura alta y elegante, vestida con un traje oscuro y ajustado. La bestialidad desaparecía, y en su lugar quedaba una criatura de imponente belleza. Una aureola oscura con espinas afilada aparecia encima de su cabeza, y sus ojos, que antes eran carmesí, adquirieron una tonalidad rosada y brillante. El chivo ya no existía.

En su lugar, caminaba el Príncipe de las Tinieblas: Lucifer.

Lucifer, el ser más temido y venerado del inframundo, cuya belleza era tan legendaria como su poder. Sin embargo, bajo esa apariencia perfecta, había una maldición que lo había marcado desde el día en que fue desterrado del Cielo. Cada vez que deseaba interactuar con los suyos sin que lo reconocieran, su cuerpo adoptaba la forma del chivo, una criatura bestial que, aunque poderosa, no era digna de su rango. Era su castigo, una deformación de su ser que ocultaba su divinidad.

Nadie sabía de esta maldición. Ni sus cortesanos, ni sus generales más cercanos. Para todos, Lucifer era el ser imbatible, implacable, y perfecto. Pero esa perfección era una máscara, y solo en su forma de chivo, oculta tras un disfraz, podía permitirse interactuar con los demás sin el peso de sus títulos y responsabilidades.

Y, en particular, con Mefisto.

Lucifer suspiró mientras seguía descendiendo por el pasillo secreto. Mefisto... había observado al joven demonio durante años, en cada uno de los bailes y eventos del inframundo. Siempre a la sombra de su estricto padre, siempre apartado, como si fuera invisible para todos los demás. Lucifer había visto el desprecio con el que lo trataban por su sangre mestiza, la forma en que lo aislaban. Sin embargo, había algo en él que llamaba su atención. Algo que lo había intrigado desde el primer momento.

Siempre lo observaba desde la distancia, en su forma de chivo, una criatura misteriosa a los ojos de todos. Sabía que Mefisto nunca podría amarlo como Lucifer, el Príncipe, alguien tan distante y elevado. Pero tal vez, solo tal vez, podría ganarse su confianza como el chivo, la criatura que lo había rescatado esa noche. La criatura que había podido acercarse a él cuando nadie más lo haría.

Finalmente, Lucifer llegó a una cámara secreta bajo el palacio, un refugio donde podía ser él mismo, lejos de los ojos inquisidores del inframundo. Se dejó caer en un trono de piedra, tallado con intrincados símbolos antiguos, y se quedó en silencio por un largo rato, dejando que las emociones lo envolvieran.

La sonrisa que había mantenido bajo la fachada de la bestia ahora florecía abiertamente en su rostro.

Había sido un riesgo acercarse a Mefisto de esa manera, en medio del jardín, con todos los demonios observando. Pero no podía evitarlo. Lo había estado esperando por tanto tiempo, buscando la oportunidad de hablar con él, de acercarse. Y esta noche, por fin, lo había logrado.

Querido Lucifer [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora