Capítulo 1: El Baile de las Sombras

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De las cenizas nacerás, pero tu rango te definirá...

Las llamas danzaban en el corazón del Infierno, proyectando sombras que se movían al ritmo de un siniestro vals infernal. El Gran Salón de la Desesperanza, el palacio del mismísimo Lucifer, se encontraba en una atmósfera de frenética elegancia, donde los ecos de risas maliciosas y murmullos conspirativos llenaban el aire. Candelabros de huesos iluminaban la escena con una luz rojiza que convertía cada rincón en un rincón de tormento y deleite.

Era una noche de celebración, todos los demonios importantes de la alta sociedad estaban allí, vestidos con ropas oscuras y elegantes, sus rostros ocultos tras antifaces intrincadamente decorados. La mayoría usaba máscaras para aumentar el misterio, pero Mefisto agradecía que, por una noche, él también pudiera esconderse detrás de una.

—No olvides por qué estamos aquí —susurró Galva, el padre de Mefisto, en tono severo mientras caminaban hacia las puertas del salón. A su lado, Mefisto, con su antifaz oscuro cubriéndole el rostro, asentía en silencio. Sabía perfectamente por qué estaba allí, aunque deseaba con todo su ser no haber venido.

Mefisto mantuvo la cabeza baja, ocultando sus ojos bajo el antifaz negro. Odiaba esos eventos, odiaba estar rodeado de demonios que lo despreciaban, pero lo que más odiaba era estar obligado a ir. Esta noche, sin embargo, había algo que lo mantenía en un estado de agitación inusual, algo que hacía que su corazón latiera más rápido de lo habitual: Lucifer.

El Príncipe de las Tinieblas. El ser más poderoso y hermoso que había conocido, se encontraba en el centro de la pista, su presencia imponente eclipsando a todos los demás utilizando su antifaz. Su elegante traje de gala, tejido con hilos de sombra y fuego, era la epitome del lujo infernal. Sus ojos, de un rosa apasionado y lujurioso, brillaban con un conocimiento antiguo y un poder innegable.

Su sola presencia dominaba cualquier espacio, y Mefisto había estado secretamente enamorado de él desde hacía años. Pero nunca, ni en sus sueños más oscuros, había pensado que su amor sería correspondido. Lucifer no lo conocía. Para él, Mefisto no era más que una sombra insignificante entre la multitud de demonios.

La música cambió de repente, como si un nuevo acorde hubiera sido tocado en la sinfonía eterna del Infierno. Los murmullos crecieron hasta convertirse en un susurro inquieto. Era Mefisto, un demonio de sangre mestiza, cruzó el umbral con una gracia enigmática y una presencia que no podía ser ignorada. Su piel, tan blanca como la nieve, parecía fusionarse con las luces y sombras a su alrededor, mientras sus ojos, cuales no poseian pulila e iris, reflejaban un misterio.

Mefisto se adentró en el salón con un aire de confianza desafiada y cautivadora no tenia nada que perder. Su vestido rojo, una amalgama de terciopelo y plumas carmesi, se movía como el agua oscura en un río subterráneo. Los asistentes infernales, fascinados y temerosos, se apartaban a su paso, permitiéndole el camino hacia el corazón del evento.

Lucifer, al percatarse de la llegada del nuevo invitado, levantó una ceja en señal de curiosidad y un ligero desdén. Su mirada, fría y evaluadora, siguió a Mefisto mientras se aproximaba. Cuando Mefisto llegó a la pista, el Príncipe de las Tinieblas se acercó con pasos medidos, su sonrisa un enigma.

—No esperaba una visita tan... intrigante —dijo Lucifer, su voz resonando con un tono que era a la vez acogedor y amenazante—. ¿Quién es el valiente que se atreve a perturbar la calma de mi baile?

Mefisto se inclinó con elegancia, sus ojos brillando con un destello desafiante.

—No hace falta que lo diga, Príncipe. La oportunidad de conocer a la leyenda es demasiado tentadora para dejarla pasar y solo decir mi nombre, ¿No lo cree?

Querido Lucifer [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora