Vacío y superficial

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Paulina estaba atravesando una mala racha en el colegio, de esas que te hacen sentir como si estuvieras caminando con una nube gris sobre la cabeza. 

En su clase, el número de chicas superaba con creces al de chicos, pero eso no hacía que las cosas fueran más fáciles, sino más complicadas. Las conversaciones en los pasillos siempre eran las mismas: los chismes del fin de semana, las fotos perfectas para las redes sociales y quién estaba saliendo con quién. Paulina se sentía fuera de lugar en ese mundo de apariencias.

Solo se llevaba bien con su amiga Susana, su refugio en medio de todo ese caos. Susana era diferente: auténtica, directa, siempre lista para reírse de cualquier tontería, y con ella, Paulina podía ser quien realmente era, sin filtros ni máscaras.

 El resto de las chicas le parecían frívolas, como si estuvieran atrapadas en una película en la que ella no quería ser protagonista. No tenía ni paciencia ni interés para lidiar con sus dramas exagerados ni con las conversaciones que parecían girar siempre en torno a lo mismo: quién era la más popular, la mejor vestida o la que había conseguido más likes en Instagram.

Cada vez que Susana y Paulina se sentaban juntas en el recreo, alejadas del bullicio, compartiendo risas y secretos, Paulina se daba cuenta de lo poco que le importaba ser parte del "club" exclusivo de las chicas populares. 

Ellas parecían vivir en un mundo de revistas de moda, mientras Paulina prefería estar en su propia burbuja, un lugar donde lo que realmente importaba no era cómo te veías, sino cómo te sentías.

Además, las demás se autodenominaban "las malas chicas", como si fuera un título de honor. Solo hablaban de una cosa: enrollarse con chicos, como si eso fuera lo único que les daba valor. Sus conversaciones giraban siempre en torno a sus últimas conquistas o a quién pensaban que sería el próximo en caer. Paulina no entendía ese afán por competir sobre quién había besado a más chicos o quién tenía las mejores historias de fin de semana.

A ella le parecía vacío, superficial. 

Como si lo único que importara fuera sumar puntos en un juego que ni siquiera tenía sentido. Mientras las "malas chicas" contaban sus aventuras, Susana y Paulina intercambiaban miradas cómplices, sabiendo que ese mundo no era para ellas. Había más en la vida que ser parte de ese club, y a Paulina no le interesaba ni lo más mínimo entrar en ese círculo donde todo giraba en torno a chicos y a quién tenía la historia más escandalosa.

 Había más en la vida que ser parte de ese club, y a Paulina no le interesaba ni lo más mínimo entrar en ese círculo donde todo giraba en torno a chicos y a quién tenía la historia más escandalosa

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Paulina no veía la hora de volver a casa. Cada día en el colegio se le hacía más pesado, y la única persona con la que realmente sentía que podía desahogarse era su madre. Apenas cruzaba la puerta, se sentaba con ella en la cocina, mientras olía el café recién hecho, y le contaba todo lo que había pasado. Le hablaba de las "malas chicas" y sus historias sobre chicos, de lo superficial que le parecía todo, y de cómo solo Susana parecía ser real en medio de ese caos.

Su madre escuchaba con paciencia, siempre con esa mirada que le hacía sentir comprendida. Para Paulina, esos momentos eran su salvavidas. Sabía que, aunque el colegio a veces se sintiera como un lugar hostil, en casa siempre tendría a alguien dispuesto a escucharla, alguien que entendía sus sentimientos mejor que nadie. Ahí, en la cocina, todo parecía más simple, más claro, y las frustraciones del día se desvanecían un poco con cada palabra que compartía con su madre.

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