He venido a poner fin a esto

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Cuando Oriana aparcó el pick-up delante del edificio abandonado, la noche la envolvió como una manta oscura. La luna apenas iluminaba su camino mientras ella se adentraba en el vestíbulo, un lugar que había visto mejores días. Las paredes estaban desgastadas, cubiertas de grafitis, y el aire tenía un olor a moho que le revolvió el estómago.

No sabía a dónde dirigirse. La escalera crujía bajo sus pies, prometiendo subir hacia un pasado que preferiría olvidar, mientras que el sótano era un laberinto de sombras y ecos. La indecisión le oprimía el pecho. ¿Debería arriesgarse a subir y enfrentarse a los recuerdos, o descender a la oscuridad, donde podía encontrar a Fran y Samuel?

De repente, su corazón se detuvo por un instante cuando escuchó las voces. Era inconfundible. Fran, con su tono autoritario, y Samuel, que parecía estar en medio de una discusión.

—No puedes seguir así, Fran. Esto se está saliendo de control —dijo Samuel, su voz tensa y ansiosa.

—¿Y qué sugieres, Samuel? ¿Que me eche atrás? ¡No puedo permitir que Oriana y su hija se salgan con la suya! —respondió Fran, su voz resonando con un eco de rabia que hizo que Oriana se estremezca.

A medida que se acercaba a la fuente de las voces, un torrente de emociones la abrumó. El miedo, la furia, la determinación. Sabía que tenía que actuar, pero ¿qué podría hacer sola contra dos hombres que la habían herido tantas veces?

Su instinto la llevó a descender lentamente las escaleras, cada paso más decidido que el anterior. Las voces se hacían más nítidas, y el deseo de proteger a Paulina la impulsaba a seguir adelante. No estaba allí solo por ella; estaba allí por su hija y por todas las veces que había sido arrinconada.

Finalmente, llegó a la puerta del sótano. Sin pensarlo dos veces, empujó la puerta y entró. La oscuridad se tragó su figura, pero Oriana no se detuvo. Se encontró en un espacio amplio y sombrío, donde las sombras danzaban a la luz de una lámpara parpadeante.

—¿Quién está ahí? —preguntó Fran, su voz de inmediato más cautelosa, mientras Samuel se giraba hacia la entrada.

Oriana dio un paso al frente, sintiendo cómo la adrenalina le recorría el cuerpo.

—Soy yo. Oriana.

La tensión en la habitación se cortó como un hilo frágil. Era el momento de enfrentar sus miedos, de luchar por lo que amaba.

—¿Qué haces aquí? —demandó Fran, su mirada feroz fija en ella.

—He venido a poner fin a esto de una vez por todas —declaró Oriana, su voz resonando con fuerza en el aire cargado de tensión.

—¿Dónde está mi hija, eh? —gritó Fran, empuñando el bate de béisbol con una mano temblorosa de rabia, mientras su mirada se posaba en Oriana con la intensidad de un depredador acechando a su presa.

El corazón de Oriana latía con fuerza en su pecho. La adrenalina le inundaba las venas, dándole una energía desesperada. Sabía que estaba ante un punto de no retorno.

—¡Ya no es tu hija! —exclamó con fervor, tratando de mantener su voz firme a pesar del miedo que la amenazaba. —Paulina y yo hemos huido de ti para siempre. ¡Suéltale, Fran!

Samuel estaba atado a una silla en un rincón oscuro, su rostro pálido pero determinado. Oriana notó cómo su amigo movía la cabeza lentamente, como si intentara advertirle que Fran estaba en su peor momento.

—¿Crees que puedes simplemente salirte con la tuya? —Fran se acercó un paso, el bate balanceándose a su lado como un símbolo de su autoridad. —La cosa no funciona así. Esta vez, no te dejaré escapar.

—Escúchame, Fran —dijo Oriana, alzando las manos en un gesto de calma, aunque su interior estaba en llamas. —Si me haces daño, nunca volverás a ver a Paulina. Ella no quiere estar contigo. Ella no te quiere.

Fran se detuvo por un segundo, sus ojos destellando con confusión. Pero luego, la rabia volvió a invadirlo. —¿Qué sabes tú de lo que quiere? —gruñó, avanzando con el bate alzado. —Solo una madre cobarde huye.

—¿Cobarde? —replicó Oriana, sintiendo cómo la indignación brotaba dentro de ella. —¿Eres tú quien se atreve a hablar de valentía? ¡Eres un monstruo!

Entonces, Fran levantó el bate, y el tiempo pareció detenerse. Oriana sintió que cada segundo se alargaba mientras se preparaba para lo que vendría.

—¡No! —gritó Samuel, sus ojos amplios de terror, pero la advertencia llegó demasiado tarde.

Oriana, impulsada por un instinto feroz de proteger a Samuel , dio un paso adelante. Con un grito de rabia y determinación, lanzó su cuerpo contra Fran, derribándolo al suelo. El bate cayó al costado, y en un momento de caos, Oriana se encontró encima de él, sujetando sus muñecas contra el suelo.

Las sirenas de la policía se acercaban, reverberando en las paredes del edificio abandonado. El sonido se convirtió en un canto de esperanza para Oriana y Samuel, sabiendo que pronto la justicia iba a intervenir.

Con un último esfuerzo, Samuel se desató de las ataduras y se levantó. Su rostro mostraba determinación y al mismo tiempo un rayo de gratitud hacia Oriana. Sin decir una palabra, se acercó a ella, ayudándola a levantarse del suelo donde había estado encima de Fran.

—¡Vamos! —dijo Samuel, su voz tensa pero firme—. No podemos quedarnos aquí.

Pero Fran, ahora acorralado, no tenía intenciones de rendirse. Con una mirada de furia en sus ojos, trató de empujarlos hacia un lado. —¡Nadie se va a ir hasta que yo lo diga! —gritó, aunque su voz temblaba con la inminente derrota.

Sin embargo, en ese momento, las puertas del sótano se abrieron de par en par y varios agentes de policía irrumpieron en la escena, pistolas en mano, listas para desactivar la amenaza que Fran representaba.

—¡Policía! ¡Manos arriba! —gritó uno de los oficiales, su voz resonando con autoridad.

Fran, consciente de que la situación se le escapaba de las manos, se giró hacia la salida, buscando una forma de escapar, pero no había más caminos. Las sombras de los policías lo rodeaban, sus miradas fijas en él como leones acechando a su presa.

—¡Detente! —ordenó otro agente, mientras Fran se movía hacia la esquina del sótano, pero la salida estaba bloqueada.

—¡No me llevarán! —gritó Fran, alzando una mano, aunque sabía que sus opciones se estaban agotando.

Oriana se sintió aliviada, sintiendo que el peso de los últimos años comenzaba a desvanecerse. Miró a Samuel, quien había encontrado su camino a su lado. Ambos intercambiaron una mirada de entendimiento; sabían que su lucha había valido la pena.

DONDE SE ESCONDEN LAS MARIPOSASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora