Raúl era un estudiante de secundaria que siempre esperaba con ansias la clase de educación física, su materia favorita. Sin embargo, esa tarde se dio cuenta de que ya era muy tarde, y para su mala suerte, en lugar del habitual profesor, llegó un tutor sustituto que, para no complicarse, les dijo que salieran al patio porque tendrían la clase libre.
Al salir, Raúl se unió a sus mejores amigos, Gustavo y Gabriel, y comenzaron a recorrer el patio sin ningún propósito claro, esperando que el aburrimiento desapareciera o que la clase terminara, lo que ocurriera primero.
Raúl, un chico delgado como un palillo, contrastaba con sus amigos. Gustavo era un chico gordito, pero sorprendentemente fuerte, mientras que Gabriel era más bien normal, con poca presencia y un carácter tranquilo. Caminaban hablando de tonterías, cuando de repente, algo captó la atención de Raúl: una moneda de un peso tirada en el suelo. Raúl, emocionado, la recogió y empezó a presumirla frente a todos sus conocidos.
Gustavo, al ver la moneda, fingió revisarse los bolsillos y, con un tono casual, dijo que era suya. Raúl, sin embargo, no se dejó engañar tan fácilmente. Sabía que Gustavo, siendo tan avaro como era, habría estado quejándose por horas si realmente hubiera perdido esa moneda.
Gabriel, por otro lado, no mostró mucho interés en la moneda, pero viendo la diversión en los ojos de sus amigos, decidió unirse a la broma e intentar quitársela a Raúl. Pero Raúl, con reflejos rápidos, cerró el puño alrededor de la moneda y salió corriendo, iniciando así una improvisada persecución.
Los tres amigos corrieron en círculos por el patio, haciendo la situación más divertida. Se lanzaban sobre Raúl, forcejeaban, y a veces se tomaban un respiro para recuperarse antes de continuar con la caza. Raúl, sin embargo, no soltaba la moneda. Era como si su puño fuera una caja fuerte impenetrable. Gustavo y Gabriel, cada vez más frustrados, comenzaron a trabajar juntos para inmovilizar a Raúl y quitarle el preciado tesoro.
Finalmente, Gabriel logró arrebatar la moneda de las manos de Raúl, pero ya estaba agotado. Sabía que no podría sostenerla por mucho tiempo, así que hizo lo único que se le ocurrió: corrió unos pasos y, en un acto de desesperación, tropezó y cayó. En el suelo, mientras veía a Raúl y Gustavo acercarse, se dio cuenta de que quizás lo más sabio sería lanzar la moneda lo más lejos posible.
Con un último esfuerzo, Gabriel se incorporó un poco y lanzó la moneda con todas sus fuerzas, esperando que esto le diera algo de ventaja en esta absurda pero entretenida lucha por un simple peso.
Gabriel lanzó la moneda con todas sus fuerzas, esperando ganar algo de tiempo, pero Gustavo, siempre rápido a pesar de su tamaño, logró interceptarla antes de que Raúl pudiera alcanzarla. Raúl se abalanzó sobre Gustavo, pero Gustavo, usando su fuerza, lo tiró al suelo sin mucho esfuerzo.
—¡Vamos, Raúl! ¿En serio crees que puedes conmigo? —se burló Gustavo, sosteniendo la moneda en alto.
Raúl se levantó rápidamente, con una sonrisa desafiante en el rostro.
—¡No te creas tan fuerte, Gordo! —dijo Raúl, usando el apodo que sabía que a Gustavo le molestaba un poco—. Si Gabriel y yo trabajamos juntos, no podrás con nosotros.
Gabriel, recuperando el aliento tras la caída, miró a Raúl con una mezcla de sorpresa y diversión.
—¿Juntos? ¿Ahora quieres hacer equipo? —respondió Gabriel, fingiendo incredulidad—. Hace dos minutos intentabas dejarme fuera de la jugada.
Raúl sonrió con ironía, sabiendo que tenía que convencer a Gabriel si quería recuperar la moneda.
—Vamos, Gabriel. Sabes que Gustavo no compartirá el botín —dijo, señalando a Gustavo, que ahora estaba disfrutando de su victoria momentánea—. Si lo dejamos ganar, nunca oiremos el final de esto.
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MICROHISTORIAS
AcakEstas son historias de distintos tipos, el objetivo es explorar mundos cotidianos o ficticios para mero entretenimiento