El Cazador de Flores

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Paco, un niño de 12 años con la cabeza llena de ideas y el corazón lleno de amor, estaba decidido a hacer algo especial para su mamá. Cada año, el Día de la Madre llegaba y pasaba sin que él pudiera darle algo realmente significativo. Pero este año sería diferente. Su madre trabajaba mucho, y Paco sabía que no necesitaba un regalo costoso, sino algo que saliera directamente de su corazón.

"¿Qué puedo darle que sea bonito y no cueste mucho dinero?", se preguntaba mientras se tumbaba en su cama, mirando al techo. Su mente recorría cada rincón de su fraccionamiento, recordando los campos de cultivo y el terreno baldío que se encontraba justo al lado. Era un lugar grande, cubierto de maleza, pero Paco sabía que la naturaleza escondía tesoros si uno se tomaba el tiempo de buscarlos. "¡Flores!", exclamó de repente, saltando de la cama. "Mamá siempre dice que le encantan las flores. ¡Eso es lo que le daré!" Sin pensarlo dos veces, se puso su ropa de explorador: una camiseta vieja, pantalones resistentes, botas largas, una mochila y guantes de carnaza que había encontrado en el garaje.

Paco se acercó a la puerta principal, pero recordó que no tenía llaves. "No importa", se dijo a sí mismo con una sonrisa astuta. Miró hacia la protección de la casa, una estructura de acero con barrotes. "Solo tengo que ser un poco creativo". Se deslizó entre los barrotes con facilidad, aprovechando su figura delgada. "¡Perfecto! Nada puede detenerme hoy".

Al salir, Paco miró al cielo. Nubes negras se arremolinaban, amenazando con soltar ríos de agua en cualquier momento. "Espero que no llueva hasta que haya encontrado las flores", murmuró, pero no dejó que eso lo detuviera. Cruzó la calle corriendo y llegó al terreno baldío. Era un lugar extraño, lleno de colinas de tierra, charcos de agua que parecían albercas, y una vegetación que supera su altura.

"Bueno, aquí vamos", dijo Paco con determinación mientras se adentraba en la espesura. Al principio, todo lo que veía eran girasoles. Grandes, hermosos, pero no lo que buscaba. "Mamá merece algo más especial", pensó mientras empujaba la maleza a un lado.

Los minutos pasaron, y Paco comenzó a sentirse un poco frustrado. "¿Dónde están esas flores?", se preguntaba mientras corría de un lado a otro, explorando cada rincón del terreno. "No puedo rendirme ahora, mamá se merece lo mejor", se decía a sí mismo, tratando de mantener el ánimo.

Subió a una de las montañas de tierra para obtener una mejor vista. Desde allí, el paisaje parecía un mar verde, interrumpido solo por los altos girasoles que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Paco se detuvo un momento, maravillado por la belleza del lugar. "Esto es increíble", murmuró. Pero no había tiempo que perder. "Si ya he llegado tan lejos, no me iré hasta encontrar lo que busco".

"¡Lilas púrpuras!", recordó de repente. "¡Con bordes blancos en los pétalos! Vi unas así hace tiempo... pero ¿dónde?" Se aventuró hacia una arboleda que vio a lo lejos, rodeada de maleza y cactus. "Las lilias deben estar allí", pensó.

Mientras avanzaba, Paco tenía que esquivar los charcos de lodo que se formaban en los numerosos hoyos del terreno. "Esto es como un campo de minas", bromeó consigo mismo, riendo mientras evitaba caer en uno de los charcos. Los mosquitos zumbaban a su alrededor, pero Paco estaba preparado. Se había embadurnado en repelente antes de salir y llevaba ropa gruesa, lo que le permitía moverse con más libertad entre las plantas urticantes y espinosas.

Finalmente, sus esfuerzos fueron recompensados. A lo lejos, vio una iglesia en ruinas, su campanario aún en pie, resistiendo al paso del tiempo. "¡Ahí debe ser!", exclamó con entusiasmo. El lugar parecía sacado de un cuento, rodeado de un mar de girasoles, y Paco no pudo evitar sentir un escalofrío de emoción. "Esto vale cada segundo de la búsqueda", pensó.

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