10. Sombras del pasado.

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El cuerpo humano es increíblemente resistente. Puede soportar más dolor del que pensamos, puede repararse a sí mismo después de las heridas más graves. Pero la mente... la mente es diferente. Las cicatrices mentales son mucho más difíciles de sanar. No hay cirugía que pueda reparar un corazón roto, ni sutura que cierre una herida emocional. En esos casos, el tiempo es lo único que nos queda. Y, a veces, el tiempo no es suficiente.

Lo curioso es que, a pesar de todo, seguimos adelante. Incluso cuando creemos que no podemos más, seguimos respirando, seguimos despertándonos cada mañana, aunque cada día duela un poco más que el anterior. Nos aferramos a la esperanza de que, algún día, el dolor desaparecerá, o al menos será lo suficientemente soportable como para continuar.

Porque, al final del día, no importa cuántas veces nos rompamos. Lo que importa es cuántas veces nos volvemos a levantar.

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Volví a despertarme con una punzada en la pierna. El dolor era punzante, pero soportable. Lo que más me molestaba era la rigidez, el hecho de no poder moverme con libertad. Miré alrededor, la luz del día empezaba a filtrarse por las cortinas de la ventana. Aún era temprano, y el hospital comenzaba a cobrar vida. Podía escuchar los ruidos familiares de las ruedas de las camillas moviéndose por los pasillos, las conversaciones apresuradas de los internos y el sonido constante de las máquinas monitoreando mi estado.

La puerta se abrió lentamente, y esta vez fue Meredith quien entró. Había algo en su expresión, una mezcla de preocupación y determinación. Desde que era pequeña, nunca me había sentido muy cercana a ella, pero en ese momento se veía casi maternal. Siempre había sido como una sombra en mi vida, pero ahora, con Anthony de vuelta, esa distancia parecía irrelevante.

—Lya —su voz era suave, cuidadosa—. ¿Cómo te sientes?

Suspiré, intentando evitar que el peso del nombre de Anthony volviera a aplastarme.

—Siento que... cada vez que empiezo a levantarme, alguien me derriba —respondí, con una sonrisa amarga—. Y esta vez fue un auto.

Meredith se acercó, sentándose en la silla al lado de mi cama. Su mirada me atravesó, como si supiera exactamente por lo que estaba pasando.

—Entiendo lo que es eso —dijo, su tono bajo—. Crees que el pasado está detrás de ti, pero de repente, vuelve. Y entonces todo lo que habías enterrado sale a la superficie.

—No quiero hablar de él —respondí, aunque sabía que era inútil.

—Sé que es difícil —insistió Meredith—. Pero Anthony... no es algo que puedas ignorar. No después de esto.

Sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas, pero las contuve. No quería parecer débil. No otra vez.

—Pensé que había terminado —murmuré—. Pensé que lo había dejado atrás cuando me fui de Los Ángeles. Pero aquí está, y sigue destruyéndome.

Meredith asintió, sus ojos suavizándose un poco.

—Eso es lo que hacen algunas personas —dijo—. Se meten en tu cabeza, te hacen creer que nunca podrás liberarte de ellos. Pero puedes, Lya. Él no tiene ese control sobre ti.

Hubo un silencio pesado entre nosotras. Me sentía expuesta, vulnerable de una manera que no quería ser, pero al mismo tiempo, sabía que Meredith tenía razón. Anthony me había controlado por tanto tiempo, incluso cuando ya no estaba físicamente en mi vida.

—Derek está hablando con la policía —añadió Meredith, cambiando ligeramente de tema—. Quieren atraparlo lo antes posible.

—¿Y si no lo hacen? —mi voz se quebró un poco al decirlo.

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⏰ Última actualización: Sep 14 ⏰

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