LOS LOBATOS: DÁNDOME PROBLEMAS

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Capítulo 31 


Cuando me desperté, me di media vuelta entre los brazos del lobo para ocultarme de la luz grisácea que entraba por la ventana y pegué el rostro contra su pecho musculoso y caliente. Solté un jadeo de placer y me froté un poco, aspirando con fuerza aquel adictivo y asqueroso Olor a Jungkook. Mis esperanzas de volverme inmune a la influencia de las feromonas ya hacía tiempo que se había muerto; así que, como un buen drogadicto, solo me limitaba a dejarme llevar por la necesidad y la autocomplacencia. Empecé con un par de besos, que se convirtieron en lametones húmedos en dirección a uno de los pezones redondos y salidos del lobo. Oí un gruñido de excitación en alguna parte sobre mi cabeza y sentí la polla dura y húmeda de Jungkook contra mi abdomen. Empujé al lobo para dejarle de cara al techo e ignoré sus intentos de acelerar el proceso, llegando a darle un manotazo para que dejara de empujarme la cabeza hacia su entrepierna. A veces Jungkook era un impaciente, intercalando gruñidos de enfado con gemiditos de lamento porque su concepto de los preliminares era solo empalmarse; pero a mí algunos días me gustaba disfrutar de su cuerpo, recorrerlo con las manos, frotarme la cara contra su barriga antes de llenarme la boca de jugo de lobo.

Cuando terminé con la boca completamente empapada y viscosa y el culo lleno de corrida, esperé a que desapareciera la inflamación y dejé a un Jungkook muy complacido, dormido y roncando. Me fui al bañó, me di una ducha rápida y salí desnudo para ponerme solo un pantalón corto y una camiseta sin mangas que dejaba al aire mis brazos tatuados. Ahora tenía unos bonitos cardenales nuevo alrededor del cuello y unos dolorosos mordiscos de heridas rojizas que era mejor no enseñar demasiado. No era que a mí me importara lo más mínimo, pero no quería aparecer por el trabajo con aquello y que mi nueva jefa creyera que me iban las cosas raras; ya era suficiente con mi peste a lobo y mi actitud cortante.

Puse una taza con hielo en la máquina de café y activé el botón antes de dirigirme a la nevera para llenar el enorme vaso de Jungkook con leche fresca. Busqué un cigarro en mi cajetilla arrugada y chasqueé la lengua al comprobar que era el último. Me lo fumé al lado de la puerta de emergencia, con la espalda apoyada en la pared de ladrillos y la mirada puesta en la puerta corrediza de papel de arroz que el lobo había instalado. La barra de la cocina seguía a medio montar, pero Jungkook había estado ocupado y no había tenido tiempo para terminarla. Al terminar, bebí el último trago de café frío y eché la colilla por la puerta antes de dirigirme de vuelta a la habitación.

―Voy a comprar ―anuncié en dirección a mi cazadora militar para coger la cartera con el dinero y el móvil.

Jungkook soltó un gruñido bajo como toda respuesta, con los ojos entornados y adormilados mientras se rascaba la barriga abultada. Un ventilador echaba aire sobre su cuerpo grande y desnudo, removiendo aquel olor a sudor tan penetrante y denso por todo el cuarto. Entonces me asaltó la misma pregunta que me asaltaba siempre cuando le veía así: ¿Cómo era posible que hubiera terminado enamorado de aquel lobo enorme y apestoso? Chasqueé la lengua y negué con la cabeza. Solo era una más a la lista de grandes decisiones de mi vida, como dejar la escuela y empezar a drogarme.

Me acerqué a mi lobo y me despedí con una caricia de mejilla contra mejilla. Él ronroneó y sonrió antes de murmurar:

―Pásalo bien.

Murmuré una vaga respuesta y fui hacia la puerta, cogiendo las llaves antes de salir del apartamento y tomar una bocanada de aquel extraño aire limpio y liviano del exterior. Durante mi desayuno de café y sándwich, revisé mi cuenta bancaria y empecé a preocuparme un poco: lo que había conseguido acumular vendiendo el Olor a Macho estaban desapareciendo a una velocidad alarmante. Jungkook seguía sin traer el dinero y los gastos continuaban siendo muy altos, empezando por la comida que le compraba cada día. Cuando volví a casa con las bolsas, fue lo primero que le pregunté.

HUMANO - KOOKTAEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora