Capítulo 1-Escarlata

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La lluvia caía débilmente sobre aquel trágico escenario. Las voces cargadas de pesar y llanto resonaban entre la bruma del ambiente. Las calles de ese distrito estaban decoradas con cientos de cadáveres: algunos de inocentes, otros de soldados, vestigios de un conflicto reciente. Yacían expuestos o bajo los escombros de lo que alguna vez fueron sus hogares, ahora consumidos por un fuego azul. La lucha entre la llama incandescente y la lluvia evocaba un sonido que se ahogaba entre los llantos.

Entre todos ellos emergió una figura que sobresalía entre quienes lamentaban a sus seres queridos: una niña, aferrada al cuerpo inerte de su maestro.

—No me dejes sola, por favor, Maestro —imploraba con una voz tan rota como su alma—. Por favor, te lo imploro, no me dejes.

A pesar de su aparente muerte, el maestro respondió con un último aliento:

—No te preocupes, nos volveremos a encontrar.

Y así, exhalando sus últimas palabras, se fue de este mundo. La niña se desvaneció en sollozos, mientras su cabello escarlata, empapado por la lluvia, reflejaba el fulgor vivaz de un fuego que luchaba contra la tormenta.

El tiempo parecía detenerse. ¿Era culpa? ¿O arrepentimiento?

El sonido del metal contra el metal, disparos en la lejanía y el rugir de las llamas se volvían más distantes, mientras la visión de la niña se nublaba entre humo y estática. De su espalda, un destello fulgurante.

Finalmente, Karinna despertó, inhalando aire como si saliera de una pesadilla. Su cuerpo estaba bañado en sudor, su piel aún sentía el calor del fuego onírico. La lluvia persistía afuera.

¿Había despertado o seguía atrapada en ese lugar? Mientras su corazón palpitaba, miró a su alrededor, confirmando que estaba en su habitación.

Recostada, sujetó su pecho y murmuró:

—Tres años han pasado, y aún no se va este sueño... este recuerdo.

Una vieja herida había sido reabierta. Pero al percibir la luz que se filtraba en su cuarto, se levantó apresuradamente.

—Llegaré tarde.

Con el caos en su corazón reflejado en su cuarto, trató de recomponer su apariencia, ajustando su uniforme bélico con prisa. Cada gesto le recordaba aquellos tiempos con su maestro. Finalmente, enfundó una oxidada espada que yacía en un rincón.

—Bien, hoy es el día. Hoy, por fin, seremos Mertciet, tal y como lo fue él...

Esas palabras intentaban darle motivación, pero también traían consigo el peso de su dolor. Su maestro había sido su única familia, una figura paternal irremplazable.

Tras un suspiro, Karinna salió de su hogar, con un destino claro: la Asociación de Mertciet.

Corriendo velozmente por las calles empedradas de la capital, sentía el frío viento del amanecer acariciando su piel. A su paso, la gente la reconocía y le saludaba.

—¡Karinna! —la llamó un anciano desde su tienda—. ¡Madrugando más que de costumbre, eh?

—¡Esa es la Karinna que conocemos! —añadió una mujer con una cesta de frutas—. ¡No cambies nunca!

Karinna, aunque apresurada, apenas pudo devolverles un rápido asentimiento. Hoy no era como otras veces. Su sonrisa parecía estar atrapada en su interior, y su mente solo le decía una cosa: seguir adelante.

Finalmente, llegó a su destino. Ante ella, la imponente estructura de la Asociación de Mertciet. Un nudo en la garganta le recordó los momentos previos a su entrada, pero cerrando los puños con fuerza, logró reunir valor.

Magsters: Ecos de la Destrucción-Volumen 1 Sombras del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora