Capítulo 9- La delgada línea entre lo onírico y lo real.

2 0 0
                                    

El aire se tornaba denso, como si cada respiración fuera un susurro entre las sombras. Karinna permanecía inmóvil, frente a la figura que tenía delante, su corazón latiendo con violencia en su pecho. Ahí estaba su Pecado, erguido en medio de la oscuridad, con una presencia que parecía devorar la realidad misma.

El ente la observaba, o al menos eso parecía. Su rostro estaba oculto tras dos manos carbonizadas que se aferraban a su cabeza como una máscara grotesca. Solo su mentón y su boca eran visibles, labios retorcidos en una mueca que insinuaba tanto burla como amenaza. La piel del ser era tan pálida como el vestido que llevaba, una tela blanca como la neblina más espesa, fluyendo hasta sus pies como si hubiera sido teñida con las mismas sombras que la rodeaban.

Pero lo que más la inquietaba era su cabello. No era un simple manto de hebras; era una cascada de sangre que fluía en un silencio perturbador, desvaneciéndose en el vacío que parecía engullir todo a su alrededor. Y esas cadenas... largas y pesadas, estaban encarnadas en su piel, hundiéndose en su carne pálida, tensadas como si fueran parte de su ser, una trampa que jamás la dejaría escapar.

Las manos del ente, si es que aún podían llamarse así, eran dispositivos metálicos con dedos afilados como cuchillas. Karinna no podía apartar la vista de ellas, esperando, anticipando el momento en que esas cuchillas se lanzaran contra ella.

El silencio entre ambas era abrumador, cargado de tensión. Karinna sentía el frío sudor en su frente, el pánico que trepaba por su espalda. Su mente gritaba una única orden: luchar.

Pero no había armas. Buscó desesperadamente con la mirada algo, cualquier cosa, que pudiera usar para defenderse, pero el cuarto parecía haberse desvanecido, sumido en una negrura sin forma, en la basta charca, sin horizontes. No había escapatoria. Solo ella, y su Pecado.

—¿De verdad crees que puedes luchar así? —la voz de la criatura la envolvió, fría y cargada de una ironía insidiosa. La boca del ente se torció en una sonrisa, casi divertida—. No tienes nada con qué pelear, mi querido querubín.

Karinna sintió que sus rodillas temblaban, pero se mantuvo firme. La manera en la que le había llamado despertaba una terrible sensación de perdida dentro de sí misma, pero esto se mezclaba con su sesgo de supervivencia, debía estar lista para lo que se fuera avecinar.

—Pero no ahora —añadió el Pecado, ladeando la cabeza como si algo más hubiera captado su atención—. Parece que tenemos un invitado... no deseado.

La confusión de Karinna fue instantánea, y con ella vino una ráfaga de preguntas.

—¿Qué estás diciendo? ¡¿Quién eres?! ¡¿Qué quieres de mí?! —gritó, su voz quebrándose mientras buscaba respuestas, mientras su miedo se mezclaba con una creciente desesperación.

El pecado en sí mismo es un tema tabú que la población nunca ha logrado entender, ni su significado más profundo, ni la realidad que le dé origen más halla de las creencias arraigadas a la religión, karinna no era diferente, sumida en la ignorancia por no comprender dicha naturaleza, a pesar de que tuvo a su maestro, quien de primera mano se decía que tenía mucho que ver en la profundidad del pecado mismo.

Y entonces, en un parpadeo, todo se desvaneció.

La oscuridad se disolvió como humo y Karinna volvió a su realidad. Estaba en su habitación, sumida en la penumbra de la noche. Las sombras de los muebles se alargaban en el silencio absoluto. Afuera, el viento apenas susurraba entre los árboles.

Respiró con fuerza, sintiendo el peso en su pecho. Había sido un sueño. ¿O tal vez no? La sensación de la presencia de aquel ente aún la rodeaba, envolviéndola en una opresión que no podía sacudirse.

Magsters: Ecos de la Destrucción-Volumen 1 Sombras del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora