Capítulo 1: El Mapa Perdido

21 3 0
                                    

El sonido del tren resonaba en los túneles oscuros de la montaña mientras Jonathan Kross revisaba de nuevo la carta que había llegado esa mañana. Las letras borrosas, escritas a mano, hablaban de un antiguo hallazgo, algo que durante siglos había sido considerado un mito: el laberinto de Dédalo. Ese legendario enigma, que alguna vez contuvo a la bestia conocida como el Minotauro, seguía perdido en las sombras del tiempo. Sin embargo, el mapa que prometía guiar hasta su entrada estaba en manos de Kross.

Jonathan Kross no era un arqueólogo común. Tenía una reputación de ser un hombre que no creía en los mitos, sino en las pruebas concretas. Sin embargo, aquella carta había cambiado su perspectiva. Venía de un antiguo mentor, el profesor Lucien Farnsworth, un hombre que había desaparecido misteriosamente hacía más de una década. El contenido de la carta era perturbador:

"Jonathan, he encontrado el mapa. El verdadero. No se trata de un mito. El Laberinto es real, y lo que se oculta en su interior podría cambiarlo todo. No puedo confiar en nadie más, así que debes venir. Asegúrate de estar preparado. Las respuestas están en Grecia, en el lugar donde todo comenzó."

El tren redujo su velocidad, indicando que estaban por llegar a su destino. Jonathan dobló la carta y la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta de cuero. Miró a través de la ventana, donde las montañas griegas se alzaban como gigantes vigilantes, protegiendo secretos que el tiempo había cubierto de polvo y leyenda.

La estación de Egio era pequeña y desolada. Apenas un par de transeúntes caminaban por los andenes, sus rostros apagados por la luz del sol de media tarde. Jonathan descendió del tren, su maletín de cuero desgastado colgando de su hombro. En su interior, además de su equipo habitual, descansaba una copia de la carta de Farnsworth y varios documentos antiguos sobre mitología griega.

—Kross, ¿verdad? —una voz profunda resonó detrás de él.

Jonathan se giró para encontrarse con un hombre alto, vestido con ropa de campo y gafas de sol. Parecía fuera de lugar, con su actitud firme y una presencia intimidante.

—Depende de quién lo pregunte —respondió Jonathan, con la mano cerca de su cinturón, donde una pequeña daga antigua estaba bien oculta.

—Mi nombre es Nikos —el hombre extendió una mano—. Soy el asistente del profesor Farnsworth. Me pidió que lo recogiera. Dijo que no tenía mucho tiempo.

Jonathan le estrechó la mano, estudiando el rostro de Nikos con cuidado. Algo en su manera de hablar no le gustaba, pero no tenía otra opción más que seguir el plan. El profesor Farnsworth había sido su mentor y amigo más cercano, y si estaba en peligro, Jonathan debía averiguar por qué.

Después de un breve viaje en un viejo todoterreno por las sinuosas carreteras de las montañas, llegaron a una pequeña villa encaramada en una colina. Las casas de piedra y los estrechos callejones parecían haber sido arrancados de otra era. En el centro del pueblo, una casa de tejas rojas y enredaderas que subían por sus muros albergaba la oficina temporal de Farnsworth.

Jonathan descendió del vehículo, su mirada recorriendo el paisaje. Había algo en el aire, algo denso e inquietante. Las leyendas sobre el laberinto de Dédalo eran más que simples historias para los aldeanos; era como si el lugar mismo recordara su propia historia trágica.

Entraron en la casa y fueron recibidos por una espesa nube de polvo. Al fondo de la sala, rodeado de pergaminos, mapas y artefactos, estaba Farnsworth. A sus 70 años, aún conservaba ese brillo en los ojos, el de un hombre siempre a un paso de un descubrimiento revolucionario.

—Jonathan, has venido —dijo Farnsworth, levantándose de su silla con cierta dificultad.

—¿Qué ha pasado, Lucien? —preguntó Kross, acercándose y mirando el desorden en la mesa.

Farnsworth le indicó un mapa antiguo, extendido en la mesa. Era viejo, más de lo que Jonathan había visto antes, cubierto de símbolos griegos arcaicos y rutas laberínticas imposibles de seguir. Pero lo que llamó su atención fue un símbolo en el centro: una estrella de ocho puntas.

—Este es el mapa que lleva al verdadero Laberinto de Dédalo —dijo Farnsworth en voz baja, casi susurrando—. No es un mito, Jonathan. El laberinto existió, y existe. Pero lo que no sabes es que el Minotauro no es lo único que se oculta allí abajo.

Jonathan observó el mapa con creciente intriga y una pizca de desconfianza.

—¿Por qué me lo das a mí, Lucien? ¿Por qué ahora?

Farnsworth lo miró fijamente, su rostro envejecido marcando cada palabra.

—Porque ya no puedo seguir. Alguien me sigue, alguien que no quiere que el laberinto sea descubierto. Si no llegamos primero, lo que está allí podría caer en las manos equivocadas. Y créeme, Jonathan, no es sólo un lugar. Es un arma.

Jonathan sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Siempre había creído que el laberinto era una simple fábula, pero algo en la mirada de Farnsworth le hizo dudar. Y si el profesor tenía razón, entonces lo que estaba por enfrentar no sería solo un rompecabezas arquitectónico. Sería algo mucho más oscuro.

Antes de que pudiera decir algo más, un sonido atronador sacudió la casa. Las ventanas temblaron y la puerta principal se abrió de golpe. Jonathan y Farnsworth intercambiaron una mirada rápida.

—Nos encontraron —murmuró Nikos desde la entrada, su mano en la funda de un arma.

—¡Jonathan, el mapa! —gritó Farnsworth.

Kross no lo pensó dos veces. Agarró el mapa y lo dobló rápidamente, guardándolo en su chaqueta. Justo cuando lo hizo, la puerta estalló en astillas y varios hombres armados irrumpieron en la casa.

Jonathan reaccionó con rapidez. Saltó sobre la mesa, volcando pergaminos y artefactos a su paso, y corrió hacia una ventana trasera, mientras las balas silbaban a su alrededor. Nikos cubría la retaguardia, devolviendo el fuego con precisión militar.

Jonathan se lanzó por la ventana, rodando en el suelo polvoriento, con el mapa bien resguardado en su chaqueta. Miró hacia atrás y vio cómo Lucien Farnsworth intentaba escapar por otra puerta, pero uno de los hombres lo alcanzó. La última imagen que vio antes de desaparecer en las sombras fue al profesor atrapado y siendo arrastrado fuera de la casa.

—Maldita sea —susurró Kross entre dientes.

No había vuelta atrás. El Laberinto de Dédalo no era solo una leyenda. Y ahora, más que nunca, debía encontrarlo. Pero para ello, tendría que enfrentarse a quienes lo querían destruir... o usar.

"El Laberinto del Tiempo: La Búsqueda del Ojo de Cronos"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora