La bruma matinal cubría la ciudad cuando Jonathan, Sofia y Farnsworth llegaron a Atenas. Habían dejado atrás el laberinto, pero en su mente, la imagen del Ojo de Dédalo y la sensación de estar atrapados en aquel limbo temporal aún persiste. La ciudad, con sus antiguas ruinas y calles angostas, ofrecía una calma que contrastaba con la intensidad de su reciente aventura. Pero a pesar de la aparente tranquilidad, el trío sabía que su misión no había terminado. La Orden seguía al acecho, y el precio de su descubrimiento era tan alto como impredecible.
Jonathan se detuvo frente a un café cerca de la Acrópolis, mirando pensativo las ruinas que alguna vez habían sido el centro del poder griego. Sofia, al notar su silencio, se acercó y tomó asiento junto a él.
—No has dicho nada desde que salimos del laberinto —comentó ella, observándolo de reojo—. ¿Te preocupa lo que dejamos atrás?
Jonathan suspiró, dejando que sus pensamientos fluyeran.
—El Ojo de Dédalo… No era solo una máquina. Creo que era una puerta, un acceso a algo más grande de lo que podemos entender. —Hizo una pausa, recordando la distorsión del tiempo y la sensación de haber alterado algo fundamental—. Y temo que nosotros mismos hayamos cruzado esa puerta sin darnos cuenta.
Sofia asintió lentamente, comprendiendo el peso de sus palabras.
—¿Y Farnsworth? ¿Crees que nos ha contado todo? —preguntó ella.
—No lo sé. Pero es el único que entiende realmente lo que encontramos ahí. —Jonathan miró al profesor, que estaba en una esquina del café, revisando un montón de pergaminos viejos y tomando notas rápidas.
En ese momento, un hombre de aspecto robusto y sombrero de ala ancha se acercó a ellos. Su presencia era inquietante, pero llevaba una expresión neutral que disimulaba sus intenciones. Jonathan reconoció su vestimenta como la de un agente de la Orden, aunque esta vez sin los símbolos que usualmente los identificaban.
—Jonathan Kross, Sofia Rivers—dijo el hombre con voz grave, sentándose frente a ellos sin esperar una invitación—. La Orden sabe lo que hicieron. Hemos perdido a muchos hombres en el laberinto por su culpa, pero aún podemos llegar a un acuerdo.
—¿Qué tipo de acuerdo? —replicó Jonathan, sin bajar la guardia.
—Sabemos que apagaron el Ojo de Dédalo, pero también sabemos que la distorsión que causaron es inestable. No podemos permitir que el flujo del tiempo se altere de esta manera. —El hombre hizo una pausa, y por primera vez, algo de preocupación cruzó su rostro—. Ofrecemos una tregua. Nos ayudarán a estabilizar el Ojo y en recompensa, la Orden los dejará en paz.
Sofia intercambió una mirada de incredulidad con Jonathan. Ayudar a la Orden a manipular algo tan poderoso era una propuesta que rayaba en la locura. Pero ambos sabían que cualquier intento de enfrentarse nuevamente a la Orden sin preparación era una sentencia de muerte.
—¿Por qué deberíamos confiar en ustedes? —preguntó Jonathan, con un tono de cautela en su voz—. La Orden ha demostrado una y otra vez que solo le interesa el poder.
El hombre los miró fijamente, evaluando cada palabra.
—Porque, aunque no lo crean, también nos importa la estabilidad del tiempo. La Orden no es solo una organización de fanáticos; queremos preservar la historia, no destruirla. Ustedes tomaron una decisión en el laberinto que puede costarles muy caro. Y la única forma de remediarlo es uniendo fuerzas con nosotros. De lo contrario, lo que alteraron podría desatar un desastre sin precedentes.
Sofia cruzó los brazos, escéptica, pero comprendiendo la seriedad de lo que estaban proponiendo. Al final, se volvió hacia Jonathan.
—¿Qué opinas? ¿Aceptamos su oferta?
Jonathan permaneció en silencio unos instantes, pesando sus opciones. No confiaba en la Orden, pero tampoco podían ignorar el posible peligro de lo que habían dejado atrás.
—Está bien —respondió finalmente—, pero bajo nuestras condiciones. Nos aseguraremos de que esto no sea solo otro juego de poder para ustedes.
El hombre de la Orden asintió, satisfecho con la respuesta.
—Entonces será una tregua. Vayan a este lugar —dijo, entregándole una nota a Jonathan—. Ahí nos reuniremos para planificar el siguiente paso. Pero recuerden, si intentan engañarnos, sus vidas ya no estarán a salvo.
Con esas palabras, el agente de la Orden se levantó y desapareció entre las calles de Atenas, dejando al grupo con una mezcla de temor y determinación.
Cuando regresaron al hotel, Farnsworth se acercó a Jonathan, notando la expresión sombría en su rostro.
—¿Qué ha pasado? —preguntó el profesor, con curiosidad.
—Tenemos una tregua con la Orden —respondió Jonathan, observando las reacciones de Farnsworth y Sofia—. Pero no sabemos si será el camino correcto o una trampa.
Farnsworth suspiró, consciente del dilema que enfrentaban. Sabía que el conocimiento y el poder del Ojo de Dédalo eran demasiado peligrosos para estar en manos de cualquiera, ya sea la Orden o ellos mismos. Pero también entendía que estaban atrapados en una encrucijada sin salida clara.
—Entonces, nos encaminamos a un nuevo riesgo —dijo Farnsworth, ajustándose sus gafas—. Será una partida de ajedrez contra la Orden, y nosotros somos las piezas en el tablero.
Jonathan asintió, decidido.
—Y si jugamos bien nuestras cartas, seremos los que controlen el tablero.
A medida que la noche caía sobre Atenas, Jonathan, Sofia y Farnsworth sabían que el viaje apenas estaba comenzando, y que su destino se entrelazaba ahora con un peligroso juego de poder, tiempo y secretos enterrados en la historia.
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"El Laberinto del Tiempo: La Búsqueda del Ojo de Cronos"
AbenteuerJonathan Kross, un historiador especializado en mitos antiguos, recibe una pista críptica sobre el paradero del laberinto perdido de Dédalo, una leyenda que ha fascinado a generaciones. Junto a Sophia, una experta en artefactos históricos, se embarc...