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Una brisa disfusa descendió desde lo alto del cielo encapotado, cargada con un hálito gélido que susurraba sus lamentos, arrastrando tras de sí los runruneos de un destino incierto y, el aire, embebido en silencio, envolvía a la comitiva en un manto de augurios inescrutables.

Después de algunos días posteriores a la tragedia que abatió al pueblo tras la repentina y desgarradora muerte de la Gran Madre, el corazón colectivo de la aldea se tornó impenetrable al perdón, especialmente hacia Jungkook, a quien, aunque no de manera directa, consideraban el desencadenante de tan inmensa pérdida. El mismo caminaba detrás de Hania y su padre, con su postura encorvada, mientras los ancianos y líderes de la aldea cerraban filas tras él, como sombras silenciosas en una procesión ceremonial.

Los habitantes del poblado, curiosos y a la vez inquietos, se detenían en sus quehaceres, dirigiendo miradas llenas de morbo. Aquel muchacho que antes había caminado con su porte resplandeciente, ahora lo hacía con sus pies pesados, que se tambaleaban a cada paso como si la tierra misma rechazara sostener su peso. Los mechones desordenados de su cabello, cayendo sobre su rostro, ocultando aquella mirada que antaño desbordaba confianza.

Al llegar a la imponente asamblea del consejo, Jungkook fue conducido al centro del recinto y, allí en la sala, vasta y austera, adornada con tapices ancestrales que relataban las gestas de héroes que se erguían como deponentes del juicio que estaba por iniciarse. Los colores desvaídos por el paso del tiempo, apenas retenían los ecos de aquellas viejas glorias, como un recordatorio implacable de la naturaleza fugaz de la grandeza.

Con un formalismo rigurosamente ejecutado, los líderes condujeron a Jungkook hasta el epicentro de la sala, un espacio donde el ocaso apenas era suficiente para proyectar sombras que acentuaban la adustez de sus semblantes. Allí lo depositaron, en una silla de maderas oscuras y vetustas, con sus ojos afilados como cuchillas, disectando cada fragmento de su ser.

A medida que los susurros esporádicos de los asistentes se extinguían en el aire pesado, se instauró un mutismo que parecía antelar la sentencia. Cada líder y anciano tomó su posición en el semicírculo diseñado alrededor del joven azabache, buscando desentrañar no solo sus actos, sino las motivaciones intrincadas y las sombras de culpa que pudieran habitar en su conciencia.

El consejo comenzó con una ceremonia de carácter rigurosamente formal, cuyos complejos rituales estaban destinados a purificar el ambiente y preparar el juicio. El incienso se alzaba en volutas perezosas hacia el techo abovedado y Jungkook permanecía en el centro, inmóvil como una figura esculpida en mármol y con sus ojos abatidos fijos en el suelo, incapaz de elevar su mirada. 

Luego, el presidente del consejo se levantó lentamente. El leve crujido de su ropaje ceremonial fue el preludio de su intervención, y con movimientos calculados se posicionó en el centro del semicírculo de ancianos. Su voz, profunda elevándose por encima del silencio, marcando el inicio de la deliberación oficial.

―Jungkook, hijo y sucesor de la Gran Madre ―inició el presidente, con una voz que parecía hacer estremecer el ambiente―. Nos encontramos aquí reunidos, como lo dictan nuestras más antiguas costumbres, no solo para emitir juicio sobre tus acciones, sino para determinar el curso de nuestro futuro colectivo, del legado que has heredado y que ahora se tambalea bajo el peso de tus decisiones.

Las palabras del presidente no eran meramente enunciadas, sino que cada una era ponderada con el rigor del ancestral código que regía la vida de la aldea. Las miradas de los ancianos permanecían fijas en él y, sus orbes de juicio, seguían cada leve movimiento del joven, esperando alguna reacción, algún indicio de contrición o desafío.

―Las acciones que has emprendido, Jungkook ―prosiguió, levantando lentamente una mano, como si dirigiera el curso mismo del destino con su gesto―. han hecho tambalear los cimientos sobre los cuales se erige esta comunidad. No solo hemos perdido a la Gran Madre, cuyo espíritu ha sostenido este lugar durante incontables ciclos, sino que ahora su legado pende de un hilo, en manos de quien muchos consideran indigno.

THE DREAMCATCHER | KOOKV FFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora