Bonus

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Fuego.

Ardía al rojo vivo por sus venas, abrasándola por dentro y por fuera; cada nervio ardía mientras las llamas la envolvían lentamente.

Como una bestia insaciable, lamía su carne sin piedad. Hambriento, implacable, en busca de más.

El dolor adormecedor de la mente ahuyentó todo pensamiento racional, amenazando la locura a su paso.

Intentó gritar, suplicar ayuda, pedir clemencia, pero no pudo emitir sonido alguno; sus cuerdas vocales estaban deshilachadas y en carne viva. Sus gritos silenciosos resonaban en el vacío y caían en oídos sordos.

Quería rendirse y poner fin a su sufrimiento, pero el fuego no aceptaba su rendición. 

Las llamas crecían en fuerza e intensidad a cada segundo que pasaba.

Más altas.

Más calientes.

Más brillantes.

La nada.

Después de lo que pareció una eternidad de tortura -después de que cada fibra de su ser se quemara por dentro y por fuera-, el dolor disminuyó abruptamente, dejándola ingrávida y entumecida. Por desgracia, el alivio duró poco y el pánico se apoderó de ella para llenar el vacío repentino.

Hasta ese momento, había podido concentrarse en el dolor. La sensación de que su cuerpo se desgarraba una y otra vez y se volvía a ensamblar pieza a pieza, capa a capa, la había conectado a tierra. Sin eso, no tenía nada. Nada a lo que aferrarse. Nada que la atara a la realidad, por abstracta que fuera. Era consciente de que existía en algún estado, ya que tenía una clara sensación de sí misma y de ser, pero hasta ahí llegaba su conciencia. No recordaba quién era, dónde estaba ni qué era.

Ni siquiera recordaba su propio nombre.

Estaba sola. Completa y absolutamente sola. Perdida y a la deriva en un vacío infinito que se extendía ante ella.

Antes de que el pánico se apoderara de ella, un destello de color irrumpió en su mente, poniendo fin a la eterna oscuridad que la rodeaba.

Y luego otro.

Y luego otro.

Las salpicaduras de color se fundieron lentamente en una forma sólida. Una mujer. De una belleza impresionante, inhumana. Llamativos ojos rojos e impecable piel pálida, los rasgos afilados de su rostro enmarcados por exuberantes ondas doradas. Le resultaba tan familiar. ¿Era un sueño? ¿Un recuerdo? Se quedó boquiabierta cuando la mujer le devolvió la sonrisa, calentándola hasta la médula con una sola mirada.

"Rosalie", susurró una voz en su mente, respondiendo a la pregunta no formulada. "Se llama Rosalie".

No sabía quién le hablaba, pero confiaba plenamente en la voz y se relajó un poco, por fin tenía algo concreto a lo que aferrarse. Un ancla que le impidiera volver a perder el rumbo.

Rosalie, repitió en su mente, y otra oleada de calma la invadió.

Pero... ¿Quién era Rosalie y por qué pensaba -¿soñaba? - ¿soñaba con ella? Su mente se agitaba en busca de respuestas, pero sus pensamientos eran frustrantemente dispersos e inconexos, más espacio vacío que otra cosa. Lo único que sabía era que Rosalie era importante para ella, aunque no recordara por qué.

Quería encontrarla.

Necesitaba encontrarla.

La repentina necesidad era poderosa, la consumía por completo, pero su cuerpo estaba pesado y no respondía. Si no hubiera estado tan concentrada en llegar hasta Rosalie, podría haberse alegrado por el hecho de ser consciente de que tenía un cuerpo -aunque no pudiera sentir del todo sus miembros- y de que su flujo de conciencia no estaba a la deriva en el éter. Así las cosas, la embargaba una sensación de amarga decepción y añoranza que no acababa de comprender.

Falling Slowly | RosellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora