2024
—Vamos, Kiks, no te cuesta nada —le suplicó Martin haciendo un puchero.
Su mejor amiga lo miró y emitió un largo suspiro. Él comenzó a ilusionarse. Conocía a la chica mejor que a sí mismo. La había visto en pañales, desnuda, sin paletos cuando éstos se le cayeron a los seis años, y en todos los contextos bochornosos que pudiera uno imaginarse. Estaba familiarizado con todas y cada una de sus expresiones. Y aquella era su cara de estoy a punto de ceder.
—Jo, Martin, odio las fiestas... —protestó, dubitativa.
—Y yo. Porfa, tenemos que ir. Kiki, hazlo por mí. —Forzó su labio inferior para hacerlo temblar ligeramente y le puso ojos de cachorrillo.
Chiara frunció el ceño y se mordió el labio, insegura. Martin sonrió para sus adentros. La tenía en el bote.
—Venga, Chiara, piénsalo. Sólo tienes que pedírselo a tu hermana, y seguro que nos cuela, así de fácil. Habrá un montón de tíos guapos. Bueno, y tías. Y más mayores —añadió Ruslana, tratando de convencer a su amiga.
Martin sabía que Rus no lo hacía por hacerle el favor a él. Ella genuinamente quería ir a aquella fiesta a emborracharse como una cuba y bailar con desconocidos dos años mayores que ella. Así era su amiga. Supuso que su locura compensaba la templanza de Martin, y quizá por eso se compenetraban tan bien.
—Chiara, necesito verle, por favor. Ya casi no puedo —le suplicó, y Chiara se pellizcó la nariz, incapaz de mantenerse firme.
Martin realizó una cuenta atrás mentalmente. Cuando estaba a punto de llegar a cero, su mejor amiga interrumpió sus pensamientos.
—Bueno —cedió, y Martin pegó un saltito, feliz. Al hacerlo, le echó encima a Ruslana unas cuantas migas del bocadillo que se estaba comiendo. Ella le lanzó una mirada asesina, pero no dijo nada.
—Te quiero, eres la mejor amiga del mundo mundial y... —exclamó Martin, pero Chiara lo interrumpió.
—Pero tienes que dejarme llevar tus pantalones nuevos —exigió, probablemente porque se sentiría menos patética por ceder siempre si le ponía alguna condición.
—Trato. Te adoro, ¿te lo he dicho ya?
Su amiga le sonrió un poquito, dándose por vencida por fin. La pobre era incapaz de negarle nada si se lo pedía con insistencia, y Martin se sentía mal por aprovecharse de ello, pero en aquella situación realmente lo necesitaba.
La única manera que tenía de ver a Álvaro desde que éste había entrado en la universidad hacía tres años era a través de Denna, la hermana mayor de Chiara. La rubia solía colarlos en fiestas universitarias o los invitaba a algunas sangriadas siempre que se lo pedían. Eran ambientes que a Martin no solían entusiasmarle, pero cuando el sevillano se incluía en la ecuación la cosa cambiaba radicalmente.
Álvaro ya no iba casi a casa de Denna, sino que solían quedar en otros lugares, por lo que Martin ya no tenía casi oportunidades de pasar tiempo con él. Y eso le frustraba enormemente. Sobre todo porque Juanjo sí que se pasaba por la casa de sus amigas de vez en cuando. No entendía por qué no podía ser él quien desapareciera de su vida en lugar de Álvaro. A Juanjo no lo echaría ni un poco de menos.
Su vida era tremendamente injusta.
—Más te vale decirle algo esta vez, Martin. Que siempre te lo quedas mirando de lejos mientras se te cae la baba —se burló Ruslana, guiñándole un ojo.
Martin quiso protestar, pero ella tenía razón. Cada vez que intentaba hablar con Álvaro sólo conseguía acercarse unos metros a él, y después el corazón comenzaba a latirle con tanta fuerza que era incapaz de controlar su boca y ordenarle pronunciar palabras.
ESTÁS LEYENDO
Birds of a feather
RomanceMartin lleva años enamorado de un chico que no lo ha mirado más de cinco veces en su vida. Si tan sólo él fuera más valiente o el mejor amigo de Álvaro no fuera un gilipollas de manual, quizá acercarse al sevillano le resultaría más sencillo. Juanjo...