2018
Martin lo había hecho aposta.
Había entrado a la sala de cine el primero, pero había caminado despacio para dejar que Chiara y Denna adelantasen. Y él había quedado entre Denna y Juanjo. Y ahora estaba sentado al lado del chico.
Se sentía increíblemente satisfecho con su maniobra.
Odiaba las películas de miedo, y por eso su mejor amiga había alucinado cuando Martin había aceptado acompañarla a ella y a Denna a ver La monja, pero no había hecho más preguntas cuando se había dado cuenta del verdadero motivo por el que el chico quería ir: Denna había invitado a Juanjo.
Martin sabía que Chiara lo sabía. Él nunca le había dicho nada, pero no había hecho falta. Juanjo le gustaba mucho y se notaba. Todo el mundo lo sabía. Él tampoco trataba de ocultarlo, pues siempre había sido partidario de mostrarse transparente en cuanto a sus sentimientos. ¿Qué había de vergonzoso en querer a alguien? Porque igual lo quería. ¿Se podía uno enamorar con doce años? Martin no estaba seguro. Sólo sabía que le dolía la tripa cuando pensaba en él. Que en cuanto Juanjo entraba en escena, todo se paraba y toda su atención iba para él.
Y creía que Juanjo se sentía igual. Lo sentía en la forma en que lo miraba. En la manera en que siempre trataba de molestarlo y llamar su atención, desde que eran más pequeños y Martin era demasiado ingenuo para entenderlo. Ahora lo hacía.
Juanjo lo trataba de manera especial. Y más desde hacía un par de meses, cuando Martin había reunido el valor para darle aquel beso en su habitación. Y después Juanjo le había dado muchos más.
Aunque quizá valor no era la palabra adecuada para describir lo que Martin había sentido en aquel momento. Había sido, más bien, una corazonada. Un impulso. Había tenido el presentimiento de que Juanjo necesitaba un empujón. Porque a Martin su madre le había explicado hacía varios años que no había nada de malo en ser como era... pero no sabía si a Juanjo alguien se lo había dicho alguna vez. Quizá necesitaba ayuda. Quizá estaba perdido, como Martin había estado tiempo atrás, hasta que se había entendido a sí mismo.
No sabía en qué punto se encontraba el chico en aquellos momentos, sólo sospechaba que Juanjo sentía algo por él. Porque la manera en que ambos se miraban y se buscaban constantemente era diferente a cualquier cosa que Martin hubiera experimentado. Y no podía ser sólo cosa suya. Tenía que ser recíproco. Lo sentía en su interior. Crecer con Juanjo le había permitido aprender a leerlo. Aunque fuese más cerrado que nadie que Martin hubiera conocido jamás.
Aquellos meses habían consistido en pequeños saltos de fé. Una mirada. Un beso en la mejilla. Un abrazo. Martin buscaba su cariño cada vez que podía, actuando de puntillas para no incomodarlo. Porque Juanjo, tras el beso, había actuado como si nada entre ellos hubiera cambiado. Pero todo lo había hecho. Y Martin podía esperar. Podía ir despacio.
Quizá Juanjo pensaba que él aun era muy pequeño. O quizá aún no se sentía cómodo con la idea de haber besado a un chico. O puede que quisiera ir más lento con él. Fuera lo que fuese, Martin podía esperar el tiempo que hiciera falta. Se conformaría con las miradas furtivas, los besos en la mejilla y los abrazos. Esos que duraban cinco segundos más de lo socialmente correcto.
—Tengo palomitas, ¿quieres? —le susurró Juanjo mientras comenzaban los trailers.
Se había inclinado sobre él para decírselo. Algo más de la cuenta. En la penumbra de la sala, estando en última fila, era difícil que alguien les prestara atención.
Martin le sonrió y negó con la cabeza, pegándose más hacia él.
—No me gustan mucho —le explicó.
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Birds of a feather
RomanceMartin lleva años enamorado de un chico que no lo ha mirado más de cinco veces en su vida. Si tan sólo él fuera más valiente o el mejor amigo de Álvaro no fuera un gilipollas de manual, quizá acercarse al sevillano le resultaría más sencillo. Juanjo...