capitulo 8

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Abrí la puerta con sigilo, aún procesando las últimas palabras que Ben me susurró.

Cerré y me dejé caer al suelo, arrastrándome por la puerta. Crucé los brazos por debajo de las rodillas, y alí me quedé.

No tenía fuerzas para nada más.

Quería estar sola, pero entonces recordé que Red estaba aquí.

Al instante que la puerta cerro,
apareció en unos instantes a mi lado.

Se echó al suelo, pude ver su sombra y sentir el calor que su cuerpo irradiaba.

No me apetecía nada mirarle a los
ojos, no lo soportaría. No soportaría ver compasión o pena en su mirada, o una sensación de agradecimiento.

No.

Lo que yo quería no estaba a mi
alcance.

Eso estaba reservado para alguien más.

Sentí sus brazos rodeando mis hombros, dándome calor.

Quería despegarme de la puerta, pero yo no tenía fuerzas para ir con ella.

No quería.

Si pudiera, saldría a la calle, en pleno invierno, en plena nevada, y me quedaría en medio de la carretera, esperando que bien el frío, o un coche acabase con mi vida.

A pesar de mi negativa a su cercanía, ella seguía allí.

La dejé entrar en mi capullo improvisado, y me abrazó hasta que el sueño pudo con mi cabezonería y yo caí
en el mundo del subconsciente.

No supe más de ella.

Al despertar, aún era de noche. Caían copos de nieve desperdigados, como si les diera pereza caer en ese mundo podrido de humanos insensibles.

Entonces sentí un cuerpo caliente cerca del mío, y una ola de pánico me recorrió entera, cuando vi el cuerpo semidesnudo de Red hecho un ovillo, a mi lado.

Tuve la tentativa, otra vez, de alargar el brazo y comprobar que estaba allí, que no era un sueño.

Y esta vez, aunque oia las voces en mi cabeza que me gritaban

¡No, no lo hagas!

no pude evitarlo.

Su piel era suave como el tacto de una pluma sobre una indefensa pompa de jabón, cálida como el fuego fatuo después del amanecer, y deseable como los demonios añoraban el cielo, lejos de sus corruptos crímenes que les impedían llegar a tal perfección.

Cuando mi mano se dispuso a quitarle un rebelde mechón rojo para colocárselo tras la oreja, ella ronroneó en su sueño, y los ojos empezaron a
abrírsele.

En ese momento sentí la mayor vergüenza de mi vida, incluso mayor que aquella vez en el bar, en el que casi la deleito con mis bellos insultos
propios de un barrio de mala calaña.

Quise retirarla, pero ella no me dejó. Comenzó a despertarse, y el agarre fue aún más fuerte.

Me sentí empequeñecer. Finalmente, cuando sus orbes cafes me miraron, no tuve otra opción que retirar mi
mirada, aunque me era imposible hacerlo.

-¿Por qué eres tan vergonzosa conmigo? -preguntó ella, que en un rápido movimiento me obligó a
tumbarme en la cama, y ella se sentó a horcajadas sobre mí.

Mi corazón empezó a latir con fuerza, violentamente y con dolor en mi pecho.

Quería hablarle, quería decirle
que no podía evitarlo, que lo levaba en la sangre. Y que ella era una especie de catalizador para que la vergüenza y la timidez que llevaba dentro saliesen al
exterior.

Muchas palabras, demasiadas, para lo que mi boca fue capaz de pronunciar.

-Porque me gustas.

No era exactamente lo que tenía en mente, pero si quizá lo más directo.

Aplaudía mi capacidad de síntesis, y de objetividad.

Porque quizá todo se reducía a eso, quizá todo lo que hice anoche fue a
causa de ella.

"Tú la quieres, por eso vino aqui"

Recordé en ese instante las palabras de Ben, las pocas que intercambiamos.

A lo mejor él tenía razón, pero no quería hacerme ilusiones. Porque cuanto mayor fuese, mayor sería la caída, el dolor.

Por eso no le decía nada. La quise desde la primera vez que mis ojos se posaron sobre ella, desde la primera palabra que pronunció, desde el primer
latido por su causa, desde el primer desvelo, desde el primer sueño. Pero yo no era consciente entonces.

Y poco a poco, ella se fue metiendo en mi mente, amoldándola para hacerla única de ella; se fue directa a mi corazón, y lo machacó hasta que ella y sólo ella era capaz de hacerlo latir.

Estaba segura de que se asustaría y saldría corriendo de la habitación, de mi casa. Sin embargo, volví a
equivocarme.

Hubiese esperado cualquier otra reacción, no esa. Lo siguiente que sentí, después de varios infinitos segundos de silencio, fueron sus labios contra los
míos, de forma ruda y casi primaria, nerviosos y atolondrados.

Perdí la capacidad de raciocinio de
inmediato, pues no había otra cosa que desease más que eso.

Mis manos cobraron vida propia, y viajaban rápidamente por su espalda, por su pecho, por su abdomen, sus piernas.

Querían recorrerlo todo, llegar a cada minúscula parte de su anatomía.

Mis labios no se atrevían a abandonar su boca, incluso cuando la necesidad de respirar ya era más que evidente.

Mi corazón latía desenfrenado, mi
mente no pensaba. Simplemente la tenía a ella, a la mujer que más he amado en mi vida, mas sin embargo la única que no me atrevía a acercarme.

Y la tenía debajo de mí, con un gracioso sarpullido por su cuerpo semidesnudo, fruto de mis besos, mis suaves mordidas y mis rudas caricias.

En mi cabeza no tenía cabida para nada más, sin embargo, un suave golpeteo, como el de una puerta
que intenta abrirse sin éxito, comenzó a hacerse cada vez más fuerte en mi cabeza.

Al principio no le hice caso, la mezcla de deseo, desesperación, anhelo, excitación y algo más me lo
impedía.

Pero cuando las capas de ropas entre ambas disminuían, y podía admirar su cuerpo en completa desnudez, algo me impidió seguir adelante.

Me disponía a besarla, a realizar un camino de besos por todo su cuerpo, oír mi nombre susurrado de sus labios. Pero no pude hacerlo.

Aún era demasiado pronto. Eso no era lo que yo quería. Así que la ayudé a incorporarse, y le ofrecí una de mis camisas que tenía por el suelo de la habitación.

Estaba sucia y arrugada, pero quería que no pasase frío, ni vergüenza.

Con parsimonia fui abotonando la
camisa, sin mirarla a la cara. Me era imposible.

-¿Por qué te detienes? -inquirió ella, todavía sentada en la cama, con la mirada perdida hacia ninguna
parte.

-Porque no es ni el momento, ni el lugar-le responí, tras aparecer de nuevo en la habitación con una
camiseta y los vaqueros, y el chaquetón en la mano.

-¿Por qué? -insistió, levantándose y agarrándose fuertemente a la camiseta.

Tenía ganas de llorar, y yo no lo soportaría.

Hice que me soltase lentamente, mis manos, ahora más calmadas y con el raciocinio intacto, viajaban lentas por su rostro, limpiando todo rastro de
lágrimas, de tristeza y dolor. Por su espalda, proporcionándole un calor y una seguridad que ella creía perdida.

-Porque eso sería aprovecharme de ti, y yo no quiero eso, ni tú te lo mereces -susurré tranquilamente, cerca de su oido.

-Pero yo te quiero -susurró gimoteando. Yo sonreí, presa de la tristeza.

-Estás confundida -y di por terminada la conversación. Me había estado aguantando las ganas de llorar, el dolor de la flecha emponzoñada haciéndome añicos por dentro.

Dulces sueños || Redxchloe || glassheart || chloexredDonde viven las historias. Descúbrelo ahora