04

52 9 4
                                    

El segundo hombre con el que me acosté después de Heeseung fue un vecino de mi hermana, con quien Minjeong  y yo pasábamos una temporada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El segundo hombre con el que me acosté después de Heeseung fue un vecino de mi hermana, con quien Minjeong  y yo pasábamos una temporada. Yo tenía veintidós años y él había cumplido los cuarenta. Lo conocí en una barbacoa del vecindario a la que mi esposa se había empeñado en ir a pesar de mis quejas. Por supuesto estaba casado, y sus hijos casi tenían mi edad. Esa era una de las normas que me había inculcado Heeseung: la única manera de hacerlo sin peligro era que el otro tuviera esposa.

Así se lo habían enseñado a él y así me lo había trasmitido a mí.

El vecino de mi hermana era un tipo rudo, machote y judío. Muy moreno, con poco cabello aunque lo llevaba rapado, y con el cuerpo tatuado. Era amigable, extrovertido y volvía la cabeza cada vez que pasaba una mujer por su lado. Aparte de su aspecto de jugador de rugby, me atrajo de él la imposibilidad absoluta de que un hombre así pudiera acabar en mi cama. Era un reto, y yo, acabado de ser iniciado en este mundo, estaba completamente salido, había descubierto cuánto me gustaban las pollas, y estaba dispuesto a correr el riesgo por comerme aquella.

Tenía a mi favor tres bazas según Heeseung: Uno. Yo era un tío guapo y la belleza siempre atrae. Dos. Estaba casado, lo que no levantaría sospechas. Y tres. Mi aspecto y mis maneras me retrataban como a un perfecto heterosexual, por lo que podía acercarme a él sin problemas.

No fue fácil. Entablamos un par de conversaciones para encontrar temas comunes y a partir de entonces, el joven hermano de su vecina, o sea, yo, en vez de salir de copas con sus hijos, aparecía de vez en cuando por su casa y se quedaba con él en el garaje viendo cómo arreglaba su viejo Chevrolet. Yo lo miraba trastear con gomas y bujías, con las manos manchadas de grasa, y me ponía cachondo solo de pensar en cómo follaría un tío así. Nos hicimos amigos. Fuimos a un par de partidos juntos, quedamos algunas noches para ver futbol en la tele, y por más que lo intentaba aquel pedazo de hombre no mostraba el más mínimo interés por mí.

Como me había enseñado Heeseung, yo debía descubrir y ofrecer señales que me indicaran (y a él) que la veda estaba abierta: una mirada mantenida un poco más de lo normal; un contacto físico casual, como piernas que se rozan y que ninguno hacemos por apartarlas; una conversación subida de tono donde tuviera la oportunidad de insinuar algo.

Dos meses después no había llegado a nada y estaba tan salido como decepcionado.

Una de aquellas tardes fui a su casa por orden de Minjeong a recoger una de sus fiambreras. No había nadie, pero estaba encendida la luz del garaje. Llamé y él abrió. Estaba liado, como siempre, con su Chevrolet, que necesitaba un ajuste más. Exactamente no sé cómo ocurrió. Recuerdo que bajó la persiana en cuanto entré, lo que me extrañó, pues hacía calor allí. Solo tuve que andar un par de pasos cuando noté cómo sus manos me sujetaban, para arrojarme boca abajo sobre el capó del coche. Allí me inmovilizó usando sus dedos como cepos, y me bajó los pantalones.

Reconozco que la sorpresa no me dejó reaccionar. Iba a decirle qué tranquilo. Que precisamente era aquello lo que quería, cuando noté cómo su polla se apretaba, completamente dura, contra mi esfínter. Lo oí jadear y sus manos tiraron de mis piernas para que mi abertura quedara más expuesta. Me la metió sin lubricarme y sin una preparación previa. Creo que grité de dolor, pero él no estaba dispuesto a parar. Sin embargo, poco a poco, el dolor fue cediendo, y un placer hasta entonces desconocido lo sustituyó.

Lascivia (Sunsun)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora