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Se acabó

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Se acabó.

Todo lo que había entre Sunghoon y yo se terminó en ese instante.

No acudí a nuestra siguiente cita ni respondí a sus llamadas y mensajes, que borraba sin leer.

Pasó un mes y medio sin noticias mías y ante mi mutismo se atrevió a venir a casa, pero le dije a Minjeong que no podía atenderlo, que no quería crear el precedente de que los padres de los alumnos me molestaran en mi tiempo libre. Ella aceptó mi argumento y se deshizo de él sin preguntar.

No sé si Minjeong llegó a sospechar algo. El Sunoo que había vuelto del bosque no era el mismo que se fue. Un profundo dolor se había aposentado en mi pecho. Era como si una enorme piedra estuviera allí alojada, como el resumen de todos mis pecados. Deambulaba por mi casa como la sombra de mí mismo. Apenas comía, y solo la presencia de mis hijas me daba ánimo para seguir adelante. Minjeong no preguntó. A veces la descubría con la mirada clavada en mí, intentando adivinar qué había detrás de mi evidente sufrimiento. Fue entonces cuando llegué a la conclusión de que quizá ella lo sabía todo, lo había sabido siempre, y solo se negaba a que aquella verdad se revelara, se pusiera sobre la mesa y cambiara nuestras vidas para siempre. De ahí su mutismo. De ahí su miedo, mi mismo miedo, a que nuestra vida cuidadosa y perfecta dejara de existir.

Como fondo de aquel drama seguía estando Sunghoon. No lograba sacarlo de mi mente. Por la mañana era su rostro la primera imagen que me asaltaba, y por las noches mordía la almohada para que mi esposa no comprendiera cuánto lo echaba de menos.

Su slips manchado y sudoroso, manoseado por mí, fue a parar a la basura, y las pocas veces que el deseo me atenazaba, y necesitaba aliviarme en la ducha, hice por no pensar en él, aunque en el momento final, cuando el chorro blanco y caliente de esperma me dejaba exhausto, sus jadeos sobre mi boca cuando me follaba se colaban en mi mente y eran la última visión antes del éxtasis.

Durante aquel tiempo solo lo vi una vez.

Yo me tomaba una café mientras esperaba a que el mecánico tuviera listo mi coche, cuando él pasó por delante de la cafetería, con su hijo de la mano. La taza se detuvo muy cerca de mi boca, hipnotizado por aquel hombre al que deseaba con todo mi ser. Recuerdo que se apartó el cabello de la cara, con un gesto que me sabía de menoría, y rió por algo que decía Marc. Me aparté para que no me viera, mientras mi corazón bombeaba con tanta fuerza como si quisiera salirse de mi pecho para ir a su encuentro. Paso de largo sin verme, y durante un par de días luché contra mí mismo y el deseo de llamarlo. Venció la cordura y lo dejé pasar, hundiéndome un poco más en aquella desesperación gris.

Habían transcurrido tres meses desde que volvimos de la acampada, y Sunghoon, como todos mis accesos estaban cerrados para él, hizo lo último que le quedaba, venir a la escuela.

Estaba corrigiendo exámenes en mi despacho cuando llamaron a la puerta.

―Adelante.

Sunghoon estaba plantado delante de mí y me miraba sin pestañear, sin dejar que nada le apartara de su cometido.

En cuanto lo vi todo en mí reaccionó. Fue como si mi cuerpo tomara conciencia de lo que aquel hombre había sido. Su belleza. Su ternura. Su arrebatadora masculinidad. Creo que gemí ante aquella imagen de impresionantes ojos grises bordeados de sombras oscuras. Ante el cuidado que había puesto en llevar la camisa que más me gustaba, esa que se ajustaba a su cuerpo y dejaba observar lo impresión de su torso  a través del tejido. Ante la expresión desamparada de sus ojos que buscaban los míos con insistencia, como si allí pudieran localizar la razón de lo que estaba sucediendo.

―Sunghoon, no puedes estar aquí. ―dije al instante.

―No me voy a ir sin una explicación. Tres meses. Creo que he sido más que paciente.

―No hay nada que explicar.

Él miró hacia atrás y al fin entró en el despacho, cerrando la puerta tras de sí. Se inclinó para apoyar las manos sobre mi mesa. Peligrosamente cerca. Tanto que su aroma, aquel que me volvía loco, llegó hasta mí.

―Todo, Sunoo. ―mordió cada palabra―. Quiero saber por qué me has seducido para después dejarme plantado.

Tenía que ser frío y mantenerme en mi sitio, si no estaría perdido.

Me encogí de hombros, aparentando indiferencia.

―Funciona así.

―A la mierda con eso. ¿Es que no te enteraste en el bosque de lo que sentía por ti?

―Creo que fuiste tú quien no comprendió que solo era un juego.

Me miraba fijamente, buscando una debilidad.

―Estás mintiendo, Sunoo. No es eso lo que veía en tus ojos cuando te tocaba, cuando te besaba, cundo estaba dentro de ti. No es eso lo que veo en tus ojos en este puto y jodido instante.

―Te lo repito de nuevo. Solo fue sexo.

―Pues si es así, ya acepté las normas. ―suavizó la voz―. Sigámonos viendo. Por favor.

Me pasé las manos por el cabello. Su proximidad me volvía loco. Vi en sus ojos cómo observaba mi gesto, y como le excitaba. Eso me dio la fuerza para resistirme.

―Yo no es posible, Sunghoon. Se ha acabado.

―No me jodas.

―Tengo que pedirte que te vayas. ―me puse de pie, para parecer firme―. No creo que volvamos a vernos.

Él vaciló.

―La primera vez que te vi supe que eras jodidamente guapo. Ahora descubro que también eres jodidamente cruel.

La estocada dio en su sitio. Me sentí miserable, quizá lo que era.

―Adiós Sunghoon.

Él arrugó la frente. En ese momento supe que me detestaba.

―Lamento haberte conocido. ―dijo al fin, dándose la vuelta.

Se marchó dando un portazo. Juraría que sus ojos estaban húmedos, algo impensable en un duro macho como era él.

Yo me replegué en mi silla, con un profundo dolor en el estómago, y sin apenas poder respirar.

Acababa de echar, definitivamente de mi vida, al único hombre con el que en algún momento había llegado a pensar que era posible.

Acababa de echar, definitivamente de mi vida, al único hombre con el que en algún momento había llegado a pensar que era posible

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Lascivia (Sunsun)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora