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El sabor de la polla de Heeseung era lo único que lograba calmarme

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El sabor de la polla de Heeseung era lo único que lograba calmarme. Yo estaba de rodillas, mientras intentaba concentrarme en lo que tenía en la boca: aquel fantástico carajo, venoso, que solía quitarme todas las preocupaciones. Pero en aquella ocasión no funcionaba: Sunghoon, el maldito padre de un alumno, no lograba salir de mi cabeza.

―¡Ah! ―se quejó Heeseung.

Acababa de arañarle el glande con los dientes. Me la saqué de la boca y besé la zona afectada.

―Lo siento.

―No estás concentrado.

Y tenía razón. Nos encontrábamos en un motel de carretera, uno donde nunca antes habíamos estado, y a pesar de las ganas que tenía me era difícil vaciar mi cabeza de problemas para llenarla solo de sexo.

―Quizá deberías follarme. ―le dije―. Si me das fuerte me olvidaré de todo.

Fue entonces cuando llamaron a la puerta. Los dos miramos en aquella dirección. Este tipo de moteles solía tener una cuidada «política de visitas» y nadie sabía que estábamos allí. Me puse de pie. Yo aún estaba vestido y Heeseung solo se había desabrochado los pantalones. Lo justo para que yo pudiera chuparle la polla.

Llamaron una segunda vez. Heeseung se subió la ropa y la puso en orden. Me quedé de pie, donde estaba, y él fue a ver. Desde donde me encontraba no podía ver quién era. Abrió la puerta y se enfrentó al visitante.

―Busco a Sunoo. ―oí al otro lado.

Era Park. Era la voz de Park Sunghoon.

Heeseung miró hacia mí, como si me estuviera preguntando quién diablos era aquel tipo, pero yo ya iba a su encuentro. Abrí de par en par y me enfrenté a él. Lo primero que sentí al verlo fue la confirmación de que algo no marchaba bien. Parecía cansado y ojeroso, pero aun así estaba guapo como un demonio. Volvía a vestir de aquella manera formal de la primera vez: camisa azul y americana oscura. Sus ojos anhelantes se cruzaron con los míos, como si buscaran allí la redención.

―¿Cómo diablos sabías que estaba aquí? ―le pregunté.

Me tendió mi cartera. Así que la tenía él. Pensaba que la había dejado en el coche o en mi despacho. Pero... pero ¿cómo?.. Entonces lo comprendí: el papel donde había anotado la hora y lugar de la cita con Heeseung estaba dentro. Se me debió de caer del bolsillo trasero el día anterior, cuando me puse de rodillas delante de él para...

―¿Podemos hablar? ―me preguntó.

―No es un buen momento.

―¿Quién es él? ―señaló a Heeseung con el mentón, sin mirarlo.

―Insisto. Ahora no es un buen momento.

Sin más, me empujó con el hombro y entró en la habitación. Vi como Heeseung iba hacia él, pero lo detuve con un movimiento de la mano.

Lascivia (Sunsun)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora