Entré en casa, solté el bolso y afirmé los pies. Sabía lo que venía ahora y me preparé. Efectivamente, sentí el corretear de unos pies acompañados de algún resoplido y Pan se me tiró encima. Aferrado a mí con brazos y piernas me olisqueó el pelo y el cuello.
—Hola Pan, ¿te has aburrido mucho?
Me contestó con un gritito sin soltarse, pesaba ya cerca de cuarenta kilos y me costaba mucho sostenerlo.
—Anda, baja, que pesas como un gorila — le dije acariciando su espalda.
Pan era un chimpancé de la especie Pan troglodytes, de ahí el nombre. Me lo dejó mi prima Teresa cuando se fue a Japón por trabajo y yo me encargaba de cuidarlo los tres años que tardaría en volver. Llevaba conmigo dos años ya, y algunas veces pensaba en que cuando mi prima volviera no sería capaz de dejarlo marchar.
Era una monada, jajaja. Tenía el cuerpo cubierto de pelo marrón oscuro, salvo la cara, las palmas de las manos y las plantas de los pies. La carita era curiosa, a veces parecía un viejecito y otras un bebé, pero siempre sus vivaces ojitos reflejaban una inteligencia que me maravillaba. Se había convertido en un compañero divertido y atento, hacía alguna trastada de vez en cuando, pero nada que no le pudiera perdonar.
Solo había una cosa que me preocupaba, se había convertido en un mandón. Mi prima me advirtió antes de irse : "No le des todos los caprichos que se te sube a la chepa". Tengo que reconocer que hice justo lo contrario. Cuando empezó a vivir conmigo era como un niño pequeño, travieso y cariñoso, le mimé demasiado y ahora su comportamiento era el de un adolescente caprichoso y enfadica. Cuando algo no le convencía, resoplaba y movía los larguísimos brazos haciendo aspavientos, llegaba incluso a darme la espalda y hacer como si no estuviera. Imagino que mi situación era similar a la de una madre con un hijo en la pubertad.
—Deja que me cambie y cenamos, ¿vale?
Subí a mi habitación acompañada del monito. Vivía en un adosado en una urbanización de las afueras que tenía dos plantas. Arriba estaba mi habitación, el baño y la habitación de Pan. Había reconvertido un dormitorio para que tuviera su espacio. Del techo atornillé varias barras entrecruzadas que me dejó mi prima para que el mono pudiera saltar y jugar. Permanecía subido varias horas al día. El suelo estaba cubierto por una enorme colchoneta y muchos juguetes. No sé si estaría mejor que en su hábitat natural, pero desde luego era lo mejor que se podía tener en una casa.
Me desnudé y me puse el pijama. Pan saltaba inquieto sobre el sitio, seguro que hambriento. El collar que llevaba con mis datos por si alguna vez se perdía oscilaba arriba y abajo. Bajamos de la mano a la cocina y preparé la cena. Para Pan preparé una bandeja de fruta y verduras crudas. Nos sentamos en la mesa y comimos tranquilamente, el mono sobre un taburete, ya que le era más cómodo. Cuando terminamos de cenar lavé los platos y jugué un rato con él en su habitación. Luego bajamos al salón a ver la tele, puse una película que sabía que no iba a terminar de ver y, con Pan sentado a mi lado pensando en sus cosas, estuvimos un rato tranquilamente. Cuando me entró sueño subimos y cada uno se fue a su habitación a dormir.
Por la mañana me levanté una hora antes de lo necesario para poder jugar un ratito con Pan, luego el pobre pasaría todo el día solo.
Y así era mi día a día con mi chimpancé. Como convivir con un hermanito pequeño al que hay que cuidar y querer. Retrospectivamente me doy cuenta ahora de varios sucesos que al final desembocaron en mi actual situación. En su momento no fui consciente de su importancia, quizá por lo gradual de su desarrollo. Desde lo primero que pasó hasta hoy han pasado cuatro meses, cuatro meses en los que ha cambiado totalmente la relación entre nosotros, dando un giro de ciento ochenta grados. Intentaré narraros los hechos para que podáis entender la evolución de nuestra convivencia.