—¿Qué? —preguntó frunciendo un poco el ceño—, ¿cree que a mi edad sigo siendo virgen? ¿Qué nunca he acariciado, besado y cogido a ningún hombre?
«A tu edad, sería demasiado humillante que no hubiese sido así, si es que además trabajas en un sitio donde más de medio mundo con un pene entre las piernas tiene acceso a lo que hay bajo esa falda» pensó con una peligrosa rabia palpitando en su cabeza. Iba a decirlo... en serio iba a hacerlo porque ya estaba bastante fastidiado con esa actitud.
Pero no se dejó tentar.
Calma... respira... calma.
¿Qué le hacía pensar a esta mujer que podía hablarle así? ¡Iba a pagarle! Dinero. Mucho dinero. Seguramente, más de lo que cualquiera de esos cerdos de la taberna con los que se relacionaba, pudiese ganar en una vida completa. ¿Cómo se atrevía esta fémina pueblerina a intentar molestarlo? Ella, prácticamente, ahora trabajaba para él, ¿y aun así era incapaz de mantener esa enorme boca cerrada?
Las doncellas del Santuario, por ejemplo, tenían estrictamente prohibido hablar con ellos, los santos dorados; todo para ellas era obedecerles y servirles. Si algo se ensuciaba, ellas debían limpiarlo sin rechistar ni preguntar; debían cocinar y mantener todo limpio; punto. Y aquella que desobedeciese a las normas, podía irse despidiendo de sus beneficios los cuales incluían un techo, comida, ropa, y médicos si es que alguna se enfermaba o se lastimaba.
Esta mujer estaba tomándose demasiadas libertades, y eso que era la primera noche.
Arrepintiéndose poco después de pensarlo; Gateguard por medio segundo se planteó la posibilidad de comprar a esta mujer y ponerla a trabajar como lo hacían las doncellas para que así demostrase por lo menos, cinco gramos de respeto.
Es un ser humano. Cálmate.
Su susurrante razón fue lo único que salvó a esa mujer de provocar que él la desmayase y usase su cuerpo como almohada hasta mañana. Esa misma razón le tuvo que recordar a Gateguard que él sí la-necesitaba, consciente y saludable. Y, aunque quisiera, él no podía gritarle que se largarse al hueco de donde la había extraído porque ella... sí, ella perdería mucho dinero, pero él perdería más de su cordura.
No podía arriesgarse así.
—No es como si me lo hubiese preguntado —respondió tajante, sintiendo dolor en su cuello y garganta por tragarse demasiadas palabras.
Era más que claro que esta mujer debería tener un historial bastante largo con varios nombres en la lista; sin embargo...
—Le informo, mi señor...
Si el autocontrol recién nacido que Gateguard se había obligado a sí mismo a desarrollar (para ya no molestar al Patriarca Itiá con su actitud) tuviese voz, él le habría dicho a aquella mujer: "por favor, cállate, no me obligues a responderte todo lo que pienso".
Ella, evidentemente, no oyendo esa vocecita, mantuvo esa molesta altanería. Dobló su vestido en dos, manteniéndolo sobre su antebrazo derecho.
—Que... —continuó—, yo no sé lo que sé, porque nadie me lo haya contado. Y si le incomoda saber que esta camarera de treinta años ha dormido con otros hombres, dígamelo ahora. Aún estamos a tiempo.
El autocontrol esta vez le habló a Gateguard: "por favor, no digas lo que realmente piensas. La necesitas, si se va, serás tú el que tenga graves problemas. Ella pierde dinero, tú, me pierdes a mí".
Por una mitad de segundo, él pensó que eso no sería tan mala idea; pero, luego pensó en su maestro, en Athena, incluso en Sage y Hakurei. Si él se volvía loco, ellos dos (o Aeras) tendrían que matarlo.
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Luna Roja | 🔞
Romance『Gateguard x Luciana』¿Cuál sería la razón por el cual el santo dorado, Gateguard de Aries, se obligó a sí mismo a pedirle a una mujer que no podría interesarle menos, de forma personal, que durmiese con él? Quizás, la razón iba más allá de su propio...