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Pero, ¿por qué diablos estaba atendiendo a esos roñosos apestosos cuando todavía no terminaba con ellos?

Como si todo comenzase a verlo en cámara lenta, al igual que en cualquiera de sus peleas, Gateguard siguió todos sus movimientos. Desde el momento en el que ella se dejó guiar hacia las piernas del gordo, hasta el momento en el que esa mujer se abrazó a él y se rio de algo que este le dijo al oído.

¿Acaso Sage se había equivocado y en realidad estaban en un burdel? ¿O cómo por qué carajos esa mujer y su compañera estaban actuando así?

—¡Gateguard! —exclamó...

—¿Qué diablos quieres, Sage? —explotó en contra de Hakurei, sin darse cuenta qué le había llamado por el nombre de su gemelo.

—¿Ahora yo qué hice? —preguntó Sage, dándose cuenta al igual que su hermano que, Gateguard los había confundido cuando eso no ocurría desde que eran niños.

Daba igual cómo intentasen disfrazarse del otro, desde la adolescencia, Gateguard tenía un don para descubrir quién era quien, sin embargo, el que los confundiese luego de verse tan perdido en sus pensamientos, fue algo que les dio mala espina a los gemelos de cabello blanco.

Restándole importancia, Gateguard, aunque también notó su equivocación, no hizo ningún comentario al respecto.

—Estás muy distraído hoy —señaló Sage llevándose un pedazo de berenjena a la boca.

—Cállate, sólo estaba pensando —musitó Gateguard tomando el tarro de cerveza para beber de ella.

No pensaba en nada en particular, de hecho.

Sin embargo, sus ojos azules se desviaron en contra de su voluntad hacia la camarera y hacia la mano sucia que estaba sujetándole la pierna derecha por encima de la falda del vestido.

Esa mano se meció contra su piel.

Gateguard bebió un trago... luego dos... luego tres.

No pudo dejar de mirar, y a esas alturas ya ni siquiera lo intentó.

—Oye —masculló Hakurei—, si bebes tan rápido vas a emborracharte, come algo.

Ignorándolo, Gateguard se terminó el tarro, lo bajó de golpe en la mesa y exclamó sin levantarse:

—¡Más cerveza!

—¡A la orden, señor! —exclamó una jovencita rubia al fondo.

Pero esa otra insolente, seguía ahí riendo a carcajadas como si no le hubiese oído. El que ella, la mesera simplona de esta mesa no haya girado su cabeza cuando él la llamó, le molestaba, el burbujeó en su estómago era por eso; no estaba acostumbrado a ser ignorado y menos por una mujer civil con sobrepeso.

—Gateguard —lo llamó Sage, sonando preocupado—, ¿te sientes mal?

—¿Por qué carajos me sentiría mal? —gruñó lento sin apartar la vista.

—Porque te ves como si estuvieses a punto de cometer un homicidio —dijo Hakurei con más seriedad en su voz—. Cálmate un poco, ¿quieres? Si no te parece la comida, sólo no la comas y ya.

Seriedad era lo que había en los ojos de Gateguard cuando el gordo metió su arrugada cara sobre el pecho de la camarera. Ella se rio y lo apartó de manera coqueta.

—¡Señor, ¿qué hace?! ¡No sea atrevido! —gritó sonriente como si aquello le hubiese gustado.

Apenas el siguiente tarro de cerveza tocó la mesa, él volvió a beber de ella hasta terminarla. Antes de que la niñita que también se había asombrado por la rapidez de Gateguard al tragar, se fuese, él le ordenó que le trajese más.

—¿Deberíamos detenerlo? —le dijo Hakurei a Sage, como si Gateguard no estuviese a pocos centímetros y no pudiese oírlos.

—No —respondió resignado, luego sonrió con —, tengo una idea mejor. Te apuesto la cena a que aguanta sólo dos más, antes de que comience a marearse.

—Apuesto por cuatro, contando la anterior.

—Hecho.

Encontrando esto divertido, los dos hermanos se mantuvieron tranquilos, mirando a su compañero, quien estaba más ido que consciente de que Sage y Hakurei habían apostado a sus costillas.

A los gemelos no les importó qué estuviese manteniendo tan callado a Gateguard, sólo querían saber el resultado de su apuesta.

El santo de aries, mientras tanto, trataba de entender qué demonios estaba pasando en la mesa de enfrente.

—¡Es usted tan afortunado! —exclamó la camarera justo cuando su cliente, quien no paraba de manosearle la pierna un bendito segundo, aparentemente ganó la partida en un juego de apuestas y se llevó varias moneas consigo.

—¡Para ti, mi amuleto de la suerte! —le pellizcó la pierna, dándole una de esas moneas.

Ella se rio, aceptándola.

—¿Puedo quedarme aquí y darle más suerte? —le dijo ella algo al hombre, quien ensanchó más esa sonrisa amarillenta.

—¡Claro que quiero que te quedes! —dijo reacomodándola sobre su pierna—, ¡no te dejaré ir en toda la noche! —y como queriendo asegurarse de que así sería, le dio otra moneda de oro.

—¡Soy toda suya! —se volvió a reír, guardándose las dos monedas entre sus pechos, para abrazar el cuello del sujeto, quien no desaprovechó el momento y subió su mano hasta la ancha cintura de la camarera, la envolvió como una serpiente con el brazo.

Hastiado, Gateguard se levantó sacando dinero (sin contarlo) de uno de los bolsillos de su pantalón, y lo dejó todo en la mesa.

—¿A dónde vas? ¿No tomarás más? —preguntó Hakurei, viendo que la apuesta se iba a deshacer.

—No —les espetó, caminando directamente hacia la salida de la taberna.

—Maldición —masculló Sage.

—Ya, ya —Hakurei comenzó a contar las moneas—, si mis cálculos son ciertos... y casi siempre lo son... hay dinero suficiente para un postre.

—Tu humildad me deja sin palabras a veces —le dijo Sage, burlándose.

—Gracias, aunque eso ya lo sabía.

Ambos hermanos se rieron sin preocuparse ni medio gramo por Gateguard, ¿y cómo hacerlo? El humor rabioso del santo de aries ya los tenía algo cansados. Intentaron hacer algo positivo por él, y Gateguard se fue como si nada. ¿Qué más podían hacer? Ya no eran unos niños como para estarse persiguiendo entre ellos cuando uno hacía un berrinche.

Gateguard de Aries ya los buscaría si los necesitaba.

Gateguard de Aries ya los buscaría si los necesitaba

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Luna Roja | 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora