Obsesión (Lesbian)

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Amelia ha estado obsesionada conmigo desde que tenemos 12 años, a lo largo de los años, sus cartas de amor se han vuelto más frecuentes, más desesperadas, nunca dejan de llegar, como si cada palabra que me escribe fuera un recordatorio de que no puedo escapar de ella.

Siempre quiere estar conmigo, acompañarme a todas partes. Y cuando intento hacer nuevas amigas, especialmente con otras chicas, me reclama, es como si cualquier atención que no sea para ella fuera una traición, y los regalos... no puedo ni contar cuántas veces he fingido sonreír al recibir sus obsequios solo para deshacerme de ellos después.

Mis intentos por evitarla se vuelven inútiles porque nuestras madres son mejores amigas, están convencidas de que Amelia y yo somos inseparables, como si nuestra amistad de la infancia fuera una bendición, cuando en realidad es una prisión, cada vez que intento poner distancia, ella lo nota y su mirada cambia.

La última vez que intenté acercarme a otra chica, Amelia lo supo al instante, era una compañera de universidad , Astrid, apenas habíamos intercambiado algunos mensajes cuando Amelia me confrontó, me miró con esa mezcla de tristeza y furia contenida que siempre me hace sentir culpable, aunque sé que no debería.

-¿Qué tiene Astrid que no tenga yo?-me preguntó una noche, con los ojos brillando de rabia contenida.

-Amelia, no es lo que piensas, solo somos amigas. - le dije eso, aunque sabía que no lo aceptaría.

-¿Amigas? -repitió, con una sonrisa amarga - No necesitas más amigas, me tienes a mí.

Intenté alejarme, pero Amelia me agarró del brazo, su agarre era firme, casi desesperado.

-No me dejes, no te alejes de mí-susurró, sus ojos fijos en los míos.

Había algo en su voz, una mezcla de súplica y advertencia que me hizo estremecer.

Sabía que esto iba más allá de una simple amistad.
Pero no sabía cómo detenerlo.

La única razón por la que no corté completamente el lazo fue por nuestras madres, Amelia lo sabe y lo usa a su favor.

En cada cena familiar, en cada evento al que nos obligan a ir juntas, siempre está a mi lado, sonriendo para los demás, pero con una mirada que solo yo entiendo.

Es la mirada de alguien que no va a dejarme ir.

Un día todo cambió.

Era el día de mi cumpleaños, y por primera vez en mucho tiempo, me permití un respiro, había organizado una pequeña reunión con algunas amigas de la universidad, personas con las que Amelia no tenía contacto.

Intenté no decir nada cuando estaba junto a ella, no mencionarle los detalles para evitar que se apareciera, como siempre hacía, con un regalo en sus manos y una sonrisa inocente.

Pasé la tarde muy feliz con mis amigas, charlando y riéndonos hasta que se les hizo tarde y se tuvieron que ir, la última en irse fue Astrid, quien se despidió de mi con un beso en la comisura de mis labios.

Cuando ya estaba subiendo a mi habitación suena el timbre de la casa, allí estaba ella, Amelia, enmarcada por la tenue luz de la entrada, sosteniendo una caja envuelta con un lazo rojo.

No tenía que decir nada; su presencia lo decía todo, sabía que ella lo había descubierto, sabía que había intentado tener un momento para mí, lejos de ella, y eso no le gustaba.

-¿Que haces aquí? -pregunto confundida.

-¿Que hacía ella aquí? -pregunta con un tono seco.

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