Uno: Bienvenida

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Crucé las enormes puertas del edificio principal de la sede de McLaren. Siempre me había parecido un lugar casi sagrado. Solo estar allí ya era una experiencia abrumadora, un recordatorio constante de la historia y el prestigio del equipo.

Hoy estaba allí porque Zak Brown, el director del equipo, me había invitado personalmente. Lo había conocido cuando tuve la suerte de estar en el palco de invitados de uno de los Grand Prix, algo que jamás imaginé que me llevaría hasta este momento. Ahora, gracias a mi carrera musical y a la buena relación que había cultivado con él desde entonces, McLaren había decidido ofrecerme algo más.

—Hannah, querida —la voz de Zak resonó por el pasillo, cálida y familiar, como siempre—. ¡Es un placer tenerte de nuevo aquí!

Le devolví la sonrisa, sintiéndome cómoda.

—Es un placer estar de vuelta, Zak —respondí mientras me acercaba para un abrazo rápido.

—No puedes imaginar lo emocionados que estamos de que formes parte de esta nueva campaña —dijo, dirigiéndome hacia su despacho.

Entramos a su oficina y él se acomodó detrás del escritorio mientras yo tomaba asiento frente a él. A lo largo de los últimos años, mi carrera como cantante había despegado de forma inimaginable. No solo me había vuelto popular en Europa, sino que mi música también había llegado a Estados Unidos y Asia, algo que había captado la atención de varias marcas. Pero cuando Zak me propuso trabajar con McLaren, no había forma de rechazar la oferta.

—Queremos algo diferente esta vez —continuó Zak mientras deslizaba el contrato hacia mí—. Integrar tu música con lo que McLaren representa. Ya eres parte de la familia, así que esto será simplemente oficializarlo. Queremos que seas la imagen de nuestra nueva campaña, y además, tendrás acceso a todos nuestros eventos y carreras.

Mis ojos se agrandaron al leer los detalles. No solo era increíble, era el sueño de cualquier fanática de la Fórmula 1. Desde chica había seguido el deporte y ahora iba a ser parte de él.

—No puedo esperar a empezar —dije mientras firmaba el contrato con una sonrisa.

Zak asintió satisfecho.

—Sabía que te iba a entusiasmar. Y, por supuesto, vas a tener mucho trabajo que hacer con nuestro equipo, incluidos los pilotos.

Justo cuando Zak mencionó a los pilotos, la puerta de la oficina se abrió y Norris entró. Su sonrisa amplia y confiada fue lo primero que noté, pero antes de que pudiera presentarme, me sorprendió cuando me saludó directamente.

—Hannah, ¿no? —dijo Lando con una chispa de travesura en los ojos—. Te vi en Coachella este año.

El tono de su voz me hizo sonrojar, pero me recuperé rápidamente.

—Yo siempre te veo correr —dije, devolviéndole la sonrisa—. Estuve en varios Grandes Premios, siempre del lado de McLaren, obvio.

Lando alzó una ceja, claramente disfrutando de la situación.

—¿Fan, eh? No lo sabía, pero me alegra enterarme. Aunque si me hubieras dicho algo antes, te podría haber invitado un trago en alguna de esas carreras.

Lo directo que era y su confianza me hicieron reír nerviosa, mientras intentaba mantener la compostura, Zak seguía ahí escuchando todo.

—Bueno, no soy de las que interrumpen a los pilotos en sus momentos de concentración —le seguí el juego.

—Creo que podría hacer una excepción —contestó, sin perder la sonrisa.

Zak, aparentemente encantado de ver la química, intervino con una risa.

—Bueno, bueno, parece que ya se conocen. Lando, Hannah va a ser la imagen de nuestra nueva campaña. Van a estar trabajando juntos en varios eventos.

—Suena bien —respondió mirándome de arriba abajo con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas—. Va a ser divertido.

Mientras Zak continuaba hablando sobre los planes para la campaña, mis pensamientos camioneros giraban en torno a Lando. 

Qué bueno que está por Dios, debe pegar buenas culeadas.

Cuando la charla terminó, Zak se levantó y se despidió, dejándonos a Lando y a mí a solas en la oficina.

—¿Quieres un recorrido por la sede? —preguntó Lando con una sonrisa en su rostro.

No podía negarme a esa oferta.

—Sí, ¿por qué no?

Salimos de la oficina y nos adentramos en los pasillos de McLaren. A medida que caminábamos, Lando me señalaba distintas áreas.

—Aquí es donde guardamos nuestros trofeos. Cada uno tiene una historia —explicó—. Tal vez algún día, puedas tener uno.

—¿Un Grammy? —pregunté riendo—. No creo que se pueda.

—Pensaba en algo más como un premio a la mujer más linda de la escudería —respondió, riendo.

Me mordí el labio, tratando de mantenerme tranquila. Mientras recorríamos el lugar, él no dejaba de lanzarme miradas y sonrisas que hacían que me sintiera nerviosa. Pasamos por la sala de simuladores, donde los pilotos practicaban, y él se detuvo para explicarme cómo funcionaban.

—¿Quieres probarlo? —preguntó, a lo que asentí sin dudarlo.

Me acerqué al asiento, y él se posicionó detrás mío, ajustando los controles a mi alrededor. Su proximidad era electrizante; podía sentir el calor de su cuerpo alrededor del mío.

—Primero, ajustas el volante y el asiento —explicó, su aliento rozando mi oído. Sus manos se movieron por la consola, tocando accidentalmente mi brazo, lo que me hizo estremecer—. Es como si estuvieras conduciendo en tiempo real.

—¿Así que no hay nada de virtual más que la pantalla? —pregunté, tratando de mantener la compostura.

—Exactamente —dijo, sonriendo.

Se inclinó más cerca, guiándome a través de los controles, sus manos cerca de las mías. A medida que me mostraba cómo acelerar y frenar, su dedo rozó mi piel, y un cosquilleo recorrió mi cuerpo.

—Así, ¿lista para probarlo?

Asentí, sintiendo que el corazón me latía con fuerza. Era difícil concentrarse así, pero lo intenté.

—Ey, eres buena —dijo sorprendido.

—No es mi primera vez —respondí.

—Podríamos hacer una competencia —sugirió—. El que pierde le debe algo al otro.

Me reí, sintiendo que la tensión entre nosotros se hacía más palpable.

—Eres piloto, eso no sería justo.

—¿Y de qué otra forma podrías deberme una salida entonces? —se cruzó de brazos sonriendo de lado.

—Podrías empezar por preguntarme, como una persona normal. 

—Podría... —se dio la vuelta y siguió el recorrido, dejándome totalmente confundida.

Continuamos caminando, me llevó a ver algunos de los autos en exhibición. Me explicaba cada detalle, su pasión por lo que hacía evidente en cada palabra. Pero mientras hablaba, no podía evitar que mis pensamientos se fueran a lo que acababa de pasar.

Finalmente, terminamos en la puerta principal. Iba a despedirme, cuando pensé:

—Hay una fiesta esta noche —solté al aire "inocentemente". Lando me miró con interés—. En la calle 11, estás invitado. —le guiñé, alejándome sin darle chance a réplica.

Hate. (Lando Norris)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora