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El estruendoso despertador sonó y llegó a mis oídos. De vuelta a la nueva rutina que tenía para ese año... Los reclutas. Me miré al espejo después de la ducha matutina. Me vestí con el uniforme reglamentario y sin pensar mucho más, salí de mi habitación y pronto pude ver los pasillos casi solitarios, y la poca gente que había, estaba en grupo. Yo me negaba totalmente a entablar alguna relación con alguien, había perdido a tantísima gente en las trincheras que ahora no quería crear lazos afectivos con nadie, era inútil, porque hoy estabas, pero mañana no se sabía.

Por los pasillos, hubo algo que me llamó la atención, y fueron unos gritos graves.

-Eres una inútil, no sirves para nada.- Al asomarme a un pasillo sin salida pude ver al Teniente Coronel Romanoff golpear la mejilla de alguien. Fue con el dorso de la mano, así que no dudé que eso iba a dejar marca por los nudillos de aquel hombre.

Se iba a dar la vuelta, así que seguí con mi camino. Yo, por muy estricto que fuera, no entraba en mis planes golpear a alguien para que me obedeciera, prefería que se llevaran una lección con actos, y no con golpes, pero había superiores que no eran así.

Una vez en la pista, la trompeta sonó, y mis reclutas se iban agolpando en aquel lugar, formando una fila. A la primera que vi fue a Natasha, lo que me provocó una sonrisa, ¿a qué hora se habría puesto el despertador para no quedarse dormida? Mi sonrisa pronto se borró de mi rostro cuando vi sus ojos rojos y aún sus mejillas encharcadas. En su pómulo había una marca rojiza que se estaba tornando morada.

".....No sirves para nada."

Cerré los ojos pudiendo sentir los tirones de pelo de mi padre y sus golpes en mi cara, tan real, que tuve que pasar una mano por mi ceja y mis mejillas para comprobar que estaba bien al abrir los ojos. Suspiré, precisamente porque sabía lo que era sentirse despreciado por tu propio padre.
Negué para mí mismo, tenía que ser duro, no podía darme pena nadie.

-Buenos días, reclutas. El entrenamiento de hoy será el de resistencia. Se pondrán a dar vueltas por toda la pista, hasta que yo ordene parar. Conserven sus energías, porque no será poco tiempo.- Llevé mi silbato a la boca y pité. -¡Vamos!

Todos se pusieron a dar vueltas por el campo, unos más rápidos, otros más lentos, pero al fin y al cabo, todos estaban corriendo. Me puse mis gafas de sol, pues este estaba empezando a dar en la pista. Yo simplemente los observaba, hasta que vi un rostro que me fue conocido. Era uno de los chicos que estaba ayer en el campo de tiro y me desvalorizó, yo sonreí maliciosamente y alcé la voz.

-¡Alto! Una pausa. Tú.- Le señalé con el dedo índice, y luego señalé el suelo. –Quiero que hagas 100 flexiones ahora mismo.- El muchacho parecía no saber que le estaba hablando a él, así que me acerque mucho más, hasta tenerlo en frente. -¿No sabes hacer flexiones? ¡¿Entonces qué haces en el ejército si ni siquiera sabes hacer eso?!

Aquel chico se apuró en hacer lo que yo estaba haciendo, así que mientras él se ponía a hacer lo que dije, miré a todos los demás que estaban descansando. No llevaban ni 10 minutos corriendo, y ya estaban cansados. Suspiré, porque me quedaba mucho trabajo que hacer con ellos. Sin embargo había alguien que no estaba cansada, y aquello me provocó una sonrisa. Natasha había seguido el consejo de conservar el ritmo y no apresurarse. Mi mirada se cruzó con la de ella, y yo inmediatamente dejé de mirarla. El chico, a la cuenta de 20 flexiones, se tiró al suelo y yo me quedé mirándolo frío, impasible. Me quité las gafas de sol mientras lo veía respirando rápido en el suelo.

-Si eso es todo lo que sabes hacer, creo que no eres digno de estar en el Ejército de los Estados Unidos. Dime tu nombre.

-Yo... Austin Maldonado.- Se levantó sacudiéndose el polvo de su uniforme y yo le miré a los ojos fijamente.

-Bien, recluta Maldonado, retírese.- Dije sin ningún atisbo de sentimientos en mi voz. –Quedas expulsado hasta que sepas hacer flexiones como se deben.

-Como si tú supieras hacerlas.- Me dijo con desgana.

-A ti precisamente, no tengo que demostrarte nada. Ahora fuera de mi vista si no quieres que presente una queja en tu precioso y nuevo expediente y vayas a la puta calle ahora mismo.

La carrera de resistencia entre mis reclutas siguió durante toda la mañana. Algunos se paraban porque ya no podían más, pero la más rezagada siempre era Natasha. Se escuchaban el sonido de las botas pisar el suelo al unísono, y si fueran unos soldados, también se escucharían las chapas tintineando. Llevé mi mano a mi bolsillo sacando mi amuleto de la suerte, mi primera chapa, la cual estaba rasguñada, y a duras penas se leía "Rogers, Steven Grant". Aunque fuera duro, estas chapas se inventaron en las guerras mundiales, tan solo para identificar los cuerpos sin vida que quedaban en el campo de batalla, no tenían ninguna otra función que no fuera esa. De esta forma, aunque estuvieses quemado, ametrallado o descuartizado, esa maldita chapa decía tu nombre y tu familia podría saber que habías muerto.

A la hora, ya casi nadie estaba corriendo, no aguantaban y se tiraban al suelo. No podían más, pero una esperanza llegó a mí cuando vi que Natasha seguía corriendo a un ritmo constante, tomando aire por la nariz y expulsándolo por la boca. Su rostro estaba rojo y sudado, pero aguantaba el tipo, y a ella se le sumaron dos o tres más.

-¡ALTO!- Y los que quedaban pararon, poniendo sus manos en sus rodillas flexionadas. –Quiero que practiquen, y que no paren nunca. En las trincheras, la resistencia física y psicológica, es lo que te puede salvar de la muerte.- Sentí que tocaban mi hombro y giré mi rostro para encontrarme con la mirada de Lucy posada en mí, lo que me provocó una minúscula sonrisa.

-Deja de ser tan mandon.- Me guiñó un ojo con una pequeña risa y yo negué, volví a mirar a mis reclutas y carraspeé.

-Les dejo en la clase de primeros auxilios con la señorita Lucía, ¡firmes! Marchen.- Hicieron lo que les ordené y yo saludé de forma militar mientras me retiraba, viendo cómo se iban con Lucy. Después de estar al borde de la muerte, Lucy no quiso volver a combatir con armas, sino con vidas, quería combatir a la muerte, a esa de la que tan cerca estuvo. Todas las semanas, cuando encontraba oportunidad, me agradecía lo que hice por ella nuestro primer año, y era mi única amiga, a la que tampoco me abría, simplemente dejaba que compartiéramos el mismo aire sin que me resultara molesto.

Los días siguieron pasando, y mis reclutas cada vez iban a mejor. Todas las mañanas me encontraba la misma imagen del Teniente Coronel y su hija, peleando, y nunca supe por qué. Tampoco pregunté.

Una mañana, la cual me desperté de una fuerte pesadilla como de costumbre, tenía libre, y los muchachos también. Sabía de sobra que iban a hacer una fiesta a las afueras a escondidas, y lo sabía porque hace poco, yo era uno de ellos, pero yo nunca fui a ninguna fiesta, no por no poder, sino porque prefería quedarme practicando en los circuitos o descansando viendo una película. "Asocial" me llamaban, y sí, lo era, pero cuando estaba en misiones no lloraba la muerte de un ser querido.

Me encontraba paseando por el cuartel mientras escuchaba música en mis auriculares. Vestía el uniforme de camiseta blanca y los pantalones militares y mis gafas de sol en los ojos. Un muchacho se acercó a mí, pareciendo que decía mi nombre, así que me quité uno de los auriculares.

-Capitan Rogers, tengo una carta para usted.

-¿Una carta?- Me extrañé, porque la verdad es que en cuatro años nunca me había llegado ninguna carta.

-Sí... Tome.- Me ofreció el sobre y me tensé al momento que vi de dónde era el sello.
"Massachusetts".

Esperé a que el muchacho se marchara de allí, y tuve que contener el aire para mirar el reverso del sobre, y no, no tenía remitente. Me temblaron las manos cuando quise abrirlo, y opté por no hacerlo. Lo que pasó en Massachusetts se quedó con el Steve débil, hambriento y maltratado del pasado. Ahora era el capitán Rogers. No me interesaba mi pasado.

Con cierta desgana caminé hacia mi módulo y cuando entré, habiendo dejado la carta en mi habitación ya, escuché unos sollozos de alguien en uno de los pasillos. Suspiré, porque tendría que ser duro con la persona que estuviera pasándolo mal. Mi rostro se desencajó al encontrar allí a la hija del Teniente Coronel Romanoff, hecha un ovillo, con sus rodillas rodeadas por sus brazos.
En cuanto ella me vio, se puso en pie, firme, secándose las lágrimas que no paraban de salir de sus ojos.

-Ho-hola, Capitan. Lo siento. Yo... ya me iba.

-No, quédate.-"Mierda, Steve. Deja de hablar sin pensar."

-¿Qué?

-¿Estás bien?- "Steven, para."

-Yo...

-Podemos dar un paseo y me cuentas el motivo de por qué no estás en la fiesta.- Me crucé de brazos alzando una ceja con mi rostro totalmente impasible.

-¿Cómo sabes que hay una fiesta?- Preguntó confundida mientras carraspeaba.

-No siempre he sido Capitán. También he pasado por tu posición.- Le mostré una media sonrisa involuntaria, y a ella se le pareció contagiar, porque cuando se secó los restos de lágrimas de sus mejillas, sonrió.

-Podemos... ir a dar una vuelta por el pabellón. Se pueden ver las estrellas.- Dijo tímidamente, y yo asentí.

En unos minutos nos encontrábamos en completo silencio, caminando bajo un gran manto de estrellas. Era de agradecer que el cuartel estuviera alejado de toda contaminación lumínica que provocara la ciudad, porque no hubo ni un solo día desde que salí de mi casa que no observara el cielo estrellado como lo hacía antes. Recordé que de niño soñaba con subirme a una estrella, con tocar el Sol, con dormir en la Luna. Qué irreal, ¿verdad?

-Eres muy callado.- Dijo de repente, y sentí su mirada clavada en mí.

-Simplemente no hablo cuando no hay que hacerlo. Se aprende con los años.- Me encogí de hombros con un suspiro.

Nos topamos con la piscina del pabellón y noté la mirada de Natasha posada en mí, lo que me hizo mirarla, mirar la sonrisa que tenía, pero volvía dirigir mis ojos a los suyos.

-Vamos a bañarnos.- Dijo suspirando más tarde al ver que yo no respondía. Entonces fue cuando noté que ella me daba un toque en el costado para conseguir una respuesta mía, yo, inevitablemente, solté una suave risa. Tenía muchas cosquillas.

-Para.- Dije encogiéndome un poco, pero ella continuaba andando hacia mí cuando se dio cuenta que tenía cosquillas. Mi pie pisó en el aire, cayendo en la cuenta de que estábamos en el filo de una piscina. Entonces caí al agua y ella comenzó a reír, provocándome una sonrisa en el rostro cuando salí a flote.

-Estás un poco empapado...- Dijo con una sonrisa socarrona. En aquel momento me olvidé de que ella era una recluta y yo era su capitán, y decidí seguir su juego. Apoyé mi mano izquierda en el filo para agarrar su camiseta, tirando de ella, haciendo que cayera conmigo al agua.


-Ahora estamos en igualdad de condiciones.- Dije con una risa. Si Lucy me viera riendo sin que me hicieran cosquillas... Diría que el mundo se está yendo a la mierda. Su risa era música para mis oídos, y aquello me hacía sonreír.

-No sé nadar...- Chapoteó un poco hasta llegar a mí y la sujeté para que no se hundiera en la piscina, pudiendo llevarla hasta la parte donde haríamos pie, pero ella no se separó de mi cuerpo. Nuestros rostros estaban peligrosamente cerca, incluso ella llevó una mano a mi mejilla, acariciándola con el filo de sus dedos. Olvidé dónde estábamos, tan solo mi mirada bajaba a sus labios rosados, húmedos por el agua de la piscina.

-Natasha...- Murmuré mientras que nuestras narices se rozaban.

-Capitan Rogers...- Murmuró también mirándome a los ojos. Que me llamase así me hizo salir de la situación tan íntima que habíamos creado. Carraspeé y me separé de ella saliendo de la piscina sin decir nada.

-Sal de ahí. Está prohibido bañarse en la piscina con ropa y a estas horas.

-¿Steve?

-Dije el primer día que no me llamaran por mi nombre.- Estrujé mi camiseta para que cayera el agua sobrante y sin esperarla, simplemente me fui de allí, escuchándose las pisadas de mis botas por aquellos solitarios pasillos, entrando a mi solitaria habitación, durmiendo en mi solitaria cama y teniendo mis solitarias pesadillas.

Capitan Rogers- RomanogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora