Llegada

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Mientras estaba sentado en el trono, Momonga trató de ignorar la leve satisfacción que lo envolvía, aunque un persistente sentimiento de vergüenza lo atormentó brevemente. Sus ojos recorrieron la sala con calma, notando a Sebas y a las Pléyades, quienes permanecían rígidos, como estatuas vivientes. La soledad se hizo palpable, como si el vasto salón estuviera vacío a pesar de su compañía.

—¿Así será el final? —pensó. Este silencio, esta quietud, le resultaban insoportables.

Entonces recordó: él había dado una orden. Las palabras resonaban con fuerza en su mente mientras levantaba una mano y la agitaba suavemente, como si estuviera midiendo el peso del momento.

De rodillas —pronunció, con una calma que ocultaba su melancolía.

De inmediato, Albedo, Sebas y las seis criadas, las Pléyades, cayeron al suelo de rodillas, sus ojos fijos en él con devoción absoluta, como si este fuera un acto más de veneración que de obediencia. Por un momento, todo pareció encajar. Un eco distante de grandeza pasada vibró en la sala vacía.

23:55:48
23:55:49
23:55:50

El momento estaba por llegar, y Momonga lo sentía en sus huesos. Mientras en el mundo exterior los GMs probablemente transmitían con fervor y los jugadores hacían estallar fuegos artificiales, él se había aislado de todo eso. No había espacio para distracciones aquí. Este era su momento, su despedida.

—¿Se atreverá alguien a enfrentarme en este último día? Pensó con cierta esperanza. Nazarick, el impenetrable bastión que había levantado junto a sus amigos, merecía un desafío digno para despedirse del juego. Momonga esperó, pero las horas solitarias pesaban más que cualquier gloria pasada.

Había enviado mensajes a los antiguos miembros del gremio. Todos ellos, una vez amigos inseparables, ahora dispersos en el viento del tiempo. El número de respuestas había sido patéticamente bajo.

—Daría la bienvenida a cualquier retador, se dijo, con una amarga sonrisa, o incluso a un viejo amigo. Pero sabía que nadie llegaría. El gremio no era más que una cáscara vacía ahora, un monumento a los recuerdos.

Su mirada se alzó al techo, donde colgaban las gigantes banderas del gremio. Había 41 en total, una por cada miembro. Alzó su huesuda mano, señalando una de ellas. Los recuerdos comenzaron a resurgir, pero su mano tembló y se detuvo a mitad de camino.

—Ahora no es el momento para eso.

23:58:30

Es tarde —se dijo a sí mismo en voz baja—. Apenas cierren los servidores, debería irme a dormir.

El tiempo pasaba inexorablemente, pero ningún retador apareció. Ningún amigo volvió. Los NPC seguían allí, esperando con devoción, inmóviles como estatuas de mármol.

23:59:20

"Guardianes, reúnanse en la sala del trono", ordenó, y los Guardianes aparecieron uno a uno, formados frente a él.

—Me salió mejor que la última vez —pensó, recordando los días en que practicaba invocar a los Guardianes, hablando en solitario a una sala vacía cuando los otros miembros del gremio ya no estaban.

De rodillas —repitió, mientras observaba con algo de tristeza la escena—. Esta será la última vez que los veré... Desde la partida de los demás miembros, me han acompañado fielmente, defendiendo el lugar que construimos juntos.

Nazarick en OrarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora