La Muerte del Girasol

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La carpa del circo se erguía imponente en la oscuridad, sus colores una sombra apagada de lo que alguna vez fueron. Luces amarillas titilaban en lo alto, como si lucharan por mantenerse encendidas en medio de la niebla que cubría el lugar. Afuera, en las calles de la ciudad, la gente pasaba sin detenerse. El circo no era un lugar de alegría, no más. Las risas habían sido silenciadas hace mucho, reemplazadas por los susurros inquietantes de los espectadores y el crujir de los tablones de madera bajo sus pies.

En medio de todo esto, el Maestro de Ceremonias se preparaba para otra noche de espectáculos. Era un hombre alto, de rostro severo, siempre envuelto en un elegante traje negro y rojo, con un sombrero de copa que parecía más grande que él mismo. Sus ojos oscuros no mostraban emoción alguna mientras supervisaba a los artistas, controlando cada detalle con la precisión de un relojero. En su mano, un látigo largo colgaba de forma amenazante, su única herramienta para mantener el orden entre su circo y su familia.

Entre los artistas se encontraba Bradley, el chico de la cuerda floja. Delgado, de piel pálida y ojos azules, parecía siempre al borde de quebrarse. Sus pasos eran lentos, y aunque su equilibrio en la cuerda floja era impecable, cada vez que descendía después de un espectáculo, su respiración era más pesada. Como si el peso de cada paso en aquella cuerda lo estuviera arrastrando lentamente hacia el abismo. Pero no podía permitirse mostrar debilidad. No bajo la mirada dura de su padre adoptivo, el Maestro de Ceremonias.

Bradley había sido parte del circo toda su vida. No conocía otro mundo más allá de la gran carpa y sus interminables noches de actuaciones. Sabía que había algo profundamente roto en él, pero no podía nombrarlo. Quizás eran los susurros que escuchaba por las noches, el eco de las palabras de su padre reverberando en su mente: "La perfección es lo único que te mantiene aquí. Si fallas, no tendrás un lugar en este mundo". Y fallar no era una opción.

En el otro extremo del circo, Max, el chico del trapecio giratorio, se preparaba para su número junto a su padre, Goofy. La relación entre Max y su padre era un reflejo distorsionado de la de Bradley con el Maestro de Ceremonias. Goofy, a pesar de su torpe y desenfadada apariencia, había sido una vez el alma alegre del circo. Pero con el tiempo, las sombras del lugar lo habían envuelto también, apagando lentamente su chispa. Cada día que pasaba, Goofy se sentía más distante de Max, más atrapado en una rutina que ya no tenía sentido.

Max, por su parte, era un joven decidido. Tenía una habilidad natural para el trapecio, un don que lo había convertido en la estrella del espectáculo junto a su padre. Sin embargo, había algo que lo mantenía despierto por las noches. Su mente no podía dejar de pensar en Bradley, en su fragilidad, en la manera en que caminaba por la cuerda floja como si cargara un peso invisible sobre los hombros. Max no podía evitar sentir una atracción inexplicable hacia él, una conexión que iba más allá de la simple admiración por su talento. Era como si algo dentro de él reconociera el dolor en Bradley y, sin poder evitarlo, se sintiera responsable de su sufrimiento.

Su relación había comenzado en silencio, una serie de miradas furtivas entre las sombras del circo. Max se acercaba a Bradley después de las actuaciones, ofreciéndole ayuda con el equipo o simplemente quedándose a su lado mientras se recuperaba del agotador número. Con el tiempo, esos momentos se habían transformado en algo más. En las noches más oscuras, Max lo encontraba sentado en lo alto de la carpa, mirando las luces parpadeantes del circo como si fueran estrellas lejanas que jamás alcanzaría. Era ahí, entre el silencio y la penumbra, donde ambos se abrían, compartiendo sus miedos, sus deseos de escapar, y sus sentimientos mutuos.

Pero, a pesar de lo profundo de su conexión, había una oscuridad que se cernía sobre ellos. Max lo sabía, aunque no podía ponerle nombre. Había algo en la mirada de Bradley que lo aterrorizaba. Una tristeza insondable, una sensación de estar perdiéndose lentamente, como un girasol que se marchitaba al sol. Max sentía que, de alguna manera, él era el culpable.

Maxley Music Short FicsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora