Logramos salir de ahí luego de que me volví a meter al vehículo. Como si aquello era todo lo que Emeric deseaba provocar.
Pero era imposible, ¿cómo iba a saber él que justamente aquel era el auto de mi casa?
¿Se sabrá mi escudo familiar?
Pero lo que hasta ahora me perseguía, era su mirada, esa que me siguió cuando pasamos frente a él, haciéndome creer que podía verme a través de aquel vidrio polarizado. Esta vez era una mirada juguetona, como si el buscarme, el molestarme, fuese su actividad favorita de ahora en más.
Luego de aquello sentí mi rostro acalorado, no sabía bien si era por lo molesto que estaba o... ¿O qué, Hart? No hay otra opción, obviamente era porque me había molestado.
Por otro lado estaban estos pensamientos violentos que se escapaban de mi control. Generalmente los sentía por ahí, perdidos en lo profundo de mi mente. Creaban una sensación de estar enojado y querer pasar a llevar a todo aquel que no me parezca bien.
Yo no soy así, eso no era de mi.
¿"Qué hijo de puta"?
¡Yo JAMÁS digo groserías!
-Hemos llegado, joven Beaumont- Anunció Kimaris cuando el auto estacionó frente a nuestra gran casa.
Me bajé por mi cuenta y me apresuré a la entrada, queriendo empujar una de aquellas gigantescas puertas de elegante diseño. A penas posé mi mano en ella, noté algo raro. Hasta un escalofrío recorrió mi espalda.
Aquel mal presentimiento resultó aún más firme luego de que mi mayordomo se posicionara a mi lado y dejara su mano al rededor de mi muñeca en un agarre cuidadoso.
Miré su mano medio vestida con aquel guante limpiamente negro, para luego posar mis ojos en los suyos, los que gritaban una clara advertencia de que ahí dentro no pasaba nada bueno.
-¿Kimaris?- Mi voz sonó severa, a pesar de que no estaba para nada en mis planes. Solo pude culpar a mis nervios.
El nombrado siguió en la misma postura, sin cambiar su significativa mirada que me hacía sentir aquellos nudos de incertidumbre en el pecho.
Comprendía perfectamente que me encontraría molesto por no haberme informado respecto a la situación en casa durante el tiempo que estuvimos de camino. De darme la oportunidad de prepararme para lo que se venía y de que el impacto no fuese tan agobiante.
A pesar de su agarre, empujé la puerta que anunció nuestra llegada con un leve gemido de bisagras.
La imagen del pasillo frente a mi era un caos. Los floreros de tan fina procedencia que adornaban el camino, todos, estaban en el suelo. Las flores desparramadas por la costosa alfombra creaban un camino fúnebre. Cuando me atreví a caminar hacia el interior, fue menos agradable aún el sentir la humedad por el agua que bañó la tela.
-Señorito, espere un momento- Solicitó Kimaris, deteniéndome por mi hombro.
Me giré de manera robótica, fijando mis fríos ojos en los de él.
-¿Qué sucedió?- Pregunté simplemente.
Él miró al rededor y, por primera vez, el nervioso era él y yo el calmado.
Pero no estaba para nada calmado. Sentía esta amalgama de sensaciones en mi pecho. Como una masa gris ahí atascada que no me permitía sentir o pensar correctamente.
Me sentía desconectado, fuera de aquí.
-Sus padres, joven Beaumont- Dijo, como si aquella respuesta fuese suficiente para explicarlo todo.
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El Señorito inocente
Teen FictionLa inocencia resulta ser muy molesta algunas veces, como un velo que a pesar de su fragilidad, no te permite ver a través de él. Esta era la única cosa que acomplejaba a Hart Beaumont, un adolescente que lo tenía todo pero no entendía nada. Además...