No sé si era la emoción del momento, pero sentía que el uniforme me quedaba espléndido.
Gracias a aquellos que inventaron el suéter sin mangas, de esa manera puedo modelar la camisa que esta debajo. Aunque, ciertamente, me gustaría que la corbata fuese más... ¿normal? No me agradaba aquella cinta.
—¿Señorito?— Escuché una voz masculina desde el otro lado de la puerta —Sus padres le esperan para desayunar.
"Especialmente mamá", supuse.
Y es que estaba al tanto de que esto no era para nada de su agrado y, conociéndola, dará a conocer en este desayuno su oposición a pesar de que a mi padre no le importaría demasiado.
La decisión ya estaba tomada.
Yo iría a una institución académica con gente de mi edad.
No saben la sensación agradable que me da al pensarlo.
—Señorito— Reiteró su llamado, pero esta vez ya dentro de mi habitación.
Miré el reflejo del mayordomo en aquel espejo que ha sido vícmita de mis múltiples intentos para hacer que aquella cinta se vea mínimamente bien, concorde a todo lo demás.
Fallando, claramente.
—Lo siento, Kimaris— Me apresuré a decir antes de girarme a su dirección —Digamos que... Estoy algo acomplejado.
Le escuché reír por lo bajo al verme con ambos extremos de la cinta en mis manos. Mi cara debió ser un poema.
—No le culpo, se ve que es todo un desafío— Comentó antes de acercarse a mi y anudar aquella cinta de una forma ágil y dejando un resultado perfecto —Creo que ya esta, señorito.
Luego de corroborar en el espejo, incrédulo como siempre me dejaban las capacidades de aquel hombre, me atreví a corregir cierto detalle que me molestaba desde que le escuché anunciarse.
—Es Hart, Kimaris— Acaricié aquella cosa en el cuello de mi camisa por última vez, rindiéndome de desear que fuese una corbata normal —Lo hemos hablado muchísimas veces. Estamos tú y yo, no necesito tanta formalidad.
Noté cómo miró hacia un lado junto con una leve sonrisa que casi mostraba aquel hoyuelo solitario de su mejilla derecha.
Kimaris Chevalier, un adulto de veinticuatro años que ha estado junto a mi desde que tengo memoria. Son sus años de experiencia en esta familia y su excelencia lo que lo ha llevado a ser el mayordomo.
Es alto, de voz grave y ojos astutos. Desde pequeño he querido tener sus anchos hombros.
—Usted sabe que no me siento muy cómodo con eso— Dijo sacando su reloj de bolsillo para darle una rápida mirada —A su padre no le agrada tanta confianza, así como no le gusta cuando se retrasa.
Ladeé un poco la cabeza, sopesando la opción de continuar esta discusión con mi mayordomo hasta que me llame por mi nombre, pero las consecuencias que me traería aquello no valían más que mis ganas de evitarlas.
Pasé junto a él con una amenaza nada seria en mis ojos, pero él se apresuró en abrirme la puerta para dejarme pasar primero.
Puedo apostar a que lo estaba haciendo a propósito.
Caminamos por aquel pasillo con el suelo de mármol cubierto por una alfombra negra y agradable al pisar, siempre me había gustado. Esta seguía por los escalones de aquella escalera y se curvaba en el descanso, ahí donde la alta ventana permitía la entrada de la luz del sol matutino.
—Hasta que te dignas en otorgarnos tu maravillosa compañía, Hart— Comentó padre a penas me notó entrar al comedor —Nos adelantamos un poco, sabes que no me gusta que la comida se enfríe.
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El Señorito inocente
Ficção AdolescenteLa inocencia resulta ser muy molesta algunas veces, como un velo que a pesar de su fragilidad, no te permite ver a través de él. Esta era la única cosa que acomplejaba a Hart Beaumont, un adolescente que lo tenía todo pero no entendía nada. Además...