D e s t i n a t u s

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Xie Lian estaba acostumbrado a acabar con seres sobrenaturales. Llevaba desde los ocho años creando elixires y ungüentos que conseguían matarlos de golpe o dejarlos lo suficientemente aletargados como para que pudieran rematarlos sin mayor problema. Y si no tenía los ingredientes necesarios para ello, se las bastaba para luchar con la espada en la mano hasta que lograba huir.

¿Qué había ocurrido con Shi Qing Xuan? ¿Por qué no pudo acabar con aquel ser infernal sin morir en el proceso? Ambos eran destinados, por eso dejaron que fuera él solo, para que el vampiro no se distrajera con un olor que no fuera el suyo. Para que estuviera enfocado solo en él.

No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que su mentor le ofreció un paño blanco para secar sus lágrimas.

El calor de la pira funeraria calentaba la piel de sus mejillas y de sus manos, las únicas partes de su cuerpo que estaban en contacto con el frío ambiente invernal. Los cazadores como ellos no enterraban a sus muertos, no podían arriesgarse a que algún demonio o fantasma los poseyera para torturarlos incluso después de caer en las garras de la muerte. Por eso incineraban los cuerpos, para que sus almas, o lo que quedaba de ellas, pudieran marcharse al más allá.

Jun Wu había estado especialmente callado desde que descubrieron que Shi Qing Xuan había muerto. Xie Lian sabía que su mentor estaba sufriendo, pero no se permitía exteriorizarlo por miedo a que eso le arrebatara las fuerzas que la ira y la venganza le habían dado.

Xie Lian se quedó ahí de pie frente a la pira hasta que las últimas ascuas se apagaron. Lo que no notó fue que un par de ojos rojos lo observaban desde la lejanía.


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Hua Cheng había percibido que algo malo estaba ocurriendo cuando la piel que cubría su corazón comenzó a hormiguear y a picarle. Ban Yue se despertó envuelta en llanto, diciendo una y otra vez que la sangre ya se había derramado y que era demasiado tarde. Con rapidez, Hua Cheng se vistió y montó en el caballo más veloz que tenían. Cabalgó por el bosque que rodeaba su enorme mansión en busca de su hermano. Los nervios le impedían seguir su rastro porque no era capaz de concentrarse solo en su aroma. El olor de su hermano lo había calmado en sus peores momentos, había conseguido que se sintiera a gusto y protegido incluso cuando su madre falleció años atrás. Pero ahora, ese olor le revolvía el estómago, porque muy dentro de él sabía que ese aroma lo llevaría hasta una tumba.

El caballo se detuvo frente a una casa medio abandonada. En cuanto Hua Cheng observó la edificación supo que no era buena señal que el olor de He Xuan acabara allí, porque ¿qué hacía su hermano en un lugar como ese? ¿Y por qué no había señales de actividad alguna en su interior?

PREDONUM | hualianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora