La leyenda de los amantes de la lluvia (I)

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Cuentan los viejos del pueblo que, en los días de lluvia, hay una mansión antigua, oscura y olvidada, que guarda un amor trágico en sus paredes. Es la casa de los amantes malditos, una historia de amor roto, de corazones condenados a la eterna separación.

Él era Rafael, el heredero de una familia adinerada, destinado a grandes cosas, pero su corazón no pertenecía a los lujos ni a la nobleza. Lo tenía todo, menos lo que más deseaba: el amor de una chica pobre llamada Isabel. Ella era humilde, una joven del pueblo que trabajaba en el mercado, pero su dulzura y su risa conquistaron el corazón de Rafael.

Se encontraban en secreto, bajo los árboles del jardín de la mansión, soñando con un futuro juntos. Sin embargo, su amor era un pecado a los ojos de la madre de Rafael, una mujer orgullosa y severa que nunca permitiría que su hijo uniera su vida a alguien tan por debajo de su posición.

Una noche tormentosa, la madre de Rafael decidió que había llegado el fin de aquel amor prohibido. Isabel fue alejada por la fuerza, mientras Rafael era encerrado en su habitación, sus gritos ahogados por el retumbar de los truenos. "Nunca más la verás", le dijo su madre, y con esas palabras selló su destino.

Isabel, desconsolada, volvió a la mansión bajo una lluvia torrencial. Se plantó frente a la ventana de la habitación de Rafael, con el rostro empapado, buscando en el vidrio una señal de él, una mirada, una esperanza. Pero las puertas de la casa estaban cerradas y la madre vigilaba con firmeza. Isabel no se movió. Pasaron las horas, y la lluvia no cesaba. Ella seguía allí, de pie, mirando hacia la ventana, inmóvil bajo el aguacero, con el frío calándole los huesos.

Rafael, por su parte, cayó en cama. La separación de su amor le había destrozado el alma. Se negó a comer, a moverse, y su cuerpo fue debilitándose. La fiebre lo abrazaba cada noche, pero en su mente solo había un pensamiento: Isabel.

Esa misma noche, mientras Isabel seguía en la calle, mirando hacia la ventana de Rafael, su cuerpo no resistió más. La encontraron al amanecer, de pie, congelada y muerta, su mirada fija en la ventana de él. Al mismo tiempo, en el interior de la casa, Rafael exhalaba su último suspiro. Nunca se supo si supo que ella estaba allí, esperándolo, pero su vida se apagó en ese mismo instante.

La leyenda cuenta que, desde aquella trágica noche, la mansión quedó embrujada. Ningún vivo ha vuelto a habitarla, pero los espíritus de los amantes siguen allí. Ella, afuera, parada bajo la lluvia, mirando siempre hacia la ventana. Y él, dentro de la casa, atrapado, incapaz de salir. Nunca podrán tocarse, condenados a esa separación eterna que la madre de Rafael selló con su crueldad.

Dicen que, en los días de lluvia, si pasas cerca de la mansión, puedes ver las sombras de Isabel y Rafael. Ella bajo el aguacero, empapada y quieta, mirando siempre hacia él. Y él, a través de la ventana, inmóvil en su prisión, esperando un amor que nunca podrá alcanzar. Solo por unos segundos sus almas se encuentran, pero jamás pueden tocarse. Están condenados a verse desde lejos, entre el cristal y la lluvia, por toda la eternidad.

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⏰ Last updated: Oct 02 ⏰

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