Capítulo 1: Sueños fragmentados

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El sol caía a plomo sobre el polvoriento campo de fútbol, bañando a los dos pequeños protagonistas en una luz dorada que contrastaba con la intensidad de sus emociones. Izuku Midoriya, apodado Deku por su amigo de la infancia Katsuki Bakugo, observaba con ojos llenos de admiración la figura imponente de este último. Katsuki dominaba el balón con una facilidad que siempre había envidiado. Cada vez que sus ojos rubí brillaban con confianza, Izuku sentía un nudo en el estómago, un recordatorio doloroso de su propia inseguridad.

Sus propios pies parecían torpes comparados con la agilidad de Katsuki. Tropezaba con el balón cada vez que intentaba correr detrás de su amigo, y su mente se llenaba de dudas que no se atrevía a expresar en voz alta.

—¡Pásala, Kacchan! —gritó Izuku, su voz apenas cubriendo el nerviosismo. Se esforzaba por sonar confiado, como si el tono fuerte pudiera ocultar la incertidumbre que lo carcomía.

Katsuki sonrió de lado, esa sonrisa que era mitad arrogancia y mitad confianza, como si el mundo entero le perteneciera. Dribló el balón con habilidad, sus movimientos fluidos, como si estuviera destinado a ese campo. Izuku notó cómo el sol resaltaba los destellos en su cabello rubio, iluminando cada giro del balón.

—¡Aquí va! —respondió Katsuki, su voz firme mientras lanzaba un pase preciso.

Izuku atrapó el balón con una destreza que lo sorprendió. Sus ojos verdes brillaron por un instante con determinación, pero algo dentro de él titubeó. No podía ignorar la sombra de Katsuki, siempre un paso más adelante, siempre más fuerte, más rápido.

Se preparó para disparar, pero en el último momento, su corazón lo traicionó. Fingió, girando el balón de vuelta a Katsuki.

—¡Toma, Kacchan! ¡Tú remata! —exclamó Izuku, su tono demasiado entusiasta, como si implorara por la aprobación que siempre parecía esquiva.

Katsuki no dudó ni un segundo. Con un potente disparo, envió el balón directo al ángulo superior de la portería. El sonido del gol reverberó en el campo, perfecto, tan perfecto que por un instante Izuku sintió que había desaparecido por completo, eclipsado por la grandeza de su amigo.

—¡Goooool! —gritó Katsuki, levantando los brazos en señal de victoria, su pecho henchido de orgullo. Su voz resonaba, poderosa y dominante. —¡Eso es porque somos los mejores amigos del mundo! —declaró, como si fuera una verdad inquebrantable.

Izuku se apresuró a sonreír, aunque la punzada en su pecho lo traicionaba. ¿Realmente lo eran? ¿O simplemente estaba siguiendo el ritmo, siempre un paso detrás de Kacchan?

—¡Y siempre lo seremos! —afirmó Izuku con convicción, aunque su corazón se sentía pesado. Corrió hacia Katsuki, deseando que ese abrazo pudiera borrar todas las dudas.

Los dos chicos cayeron al suelo, riendo y rodando sobre el césped. Pero mientras Katsuki reía despreocupado, las risas de Izuku se sentían más forzadas, como si intentara convencerse a sí mismo de que todo estaba bien. El aire cálido de la tarde los envolvía, sus risas resonaban, pero en el fondo del corazón de Izuku, algo seguía faltando, algo que no se atrevía a nombrar.

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El silbato del árbitro resonó en el aire, marcando el cambio que Izuku Midoriya temía más que cualquier otra cosa. Se encontraba en medio de su último partido importante en la secundaria, el que definiría su futuro, pero ahora estaba siendo reemplazado. Lo sacaban del campo en el peor momento posible.

Con la cabeza gacha y el sudor pegado a su rostro, Izuku caminó hacia la banca mientras el rugido del público se apagaba a sus espaldas. Cada paso que daba lo alejaba más de sus sueños. Los entrenadores habían estado observando, buscando talento para las preparatorias, y ese era el último partido en el que podía impresionarles.

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