El amor verdadero es paciente

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Prompt: Mijares tiene prisa y urgencia por vivir, pero entiende que no es por nada que la paciencia es una virtud.

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"¿Te quedas?" La pregunta salió en un murmullo casi inaudible, cargada de expectativa. Los dedos del cantante se entrelazaron con los de ella con más fuerza, mientras sus ojos castaño-verdes la miraban con una súplica que rozaba la desesperación. "Por favor..."

Lucero suspiró, mordiendo su labio inferior. "Mañana me levanto temprano," dijo con una sonrisa ligeramente triste, consciente de que esa justificación no sería suficiente para convencerlo. Se lanzó a un motivo más emocional. "Nuestra hija me está esperando para ir a dormir."

"Sabes que eso es solo una excusa," respondió rápidamente, acercándola más. "Ella lo sabe, Lucero," susurró el cantante, con sus labios enrojecidos tan cerca de los de ella que casi se tocaban.

"No lo sabe," replicó firmemente.

"Pero lo sospecha... Y eso ya es más que suficiente," intentó robarle un beso, pero Lucero giró la cara en el último momento.

"Estamos en medio de la calle," susurró la actriz, su voz cargada de irritación.

"Del condominio donde vivimos hace años. Y ahora son..." Levantó la muñeca para mirar el reloj. "Medianoche y dieciséis minutos."

Los dos estaban parados frente a un poste de energía que dividía sus casas, como una línea imaginaria que parecía más simbólica que física. A la derecha, la casa de Mijares; a la izquierda, la de Lucero. Era como si fueran el Palacio de Buckingham, con el rey y la reina lado a lado, separados por veinte pasos. Acababan de regresar de una cena, un intento vacilante de acercamiento - el primero que lograron después de casi dos meses intentando encontrar un momento a solas. La agitada rutina no permitía espacio para ello, y Lucero sabía que podría terminar en un desastre similar al que marcó el fin de su matrimonio. Sin embargo, no podía apartar la esperanza, ni dejar de ansiar por él y por lo que un día tuvieron. Estaba dispuesta a luchar, a hacer todo lo posible, incluso con el miedo que le impedía aceptar la invitación para prolongar la noche.

El silencio entre ellos era pesado, una mezcla de recuerdos y sentimientos no resueltos. Lucero miró al suelo, intentando encontrar las palabras adecuadas, mientras Mijares observaba cada uno de sus movimientos, ansioso.

"¿Recuerdas esas noches en las que nos quedábamos aquí hasta la mañana, solo hablando?" preguntó él, rompiendo el silencio. La nostalgia en su voz era palpable. "Hablábamos de todo y de nada al mismo tiempo."

Ella sonrió, recordando las risas, las confidencias susurradas bajo la tenue luz del poste. "Sí, y cómo todo parecía tan simple... Era como si el mundo exterior no importara."

"Y aún no importa," dijo él, acercándose más. "Lo que importa somos nosotros. Y lo que todavía podemos ser."

Lucero sintió su corazón acelerarse. La tentación de ceder a ese momento era fuerte, pero la razón aún susurraba preocupaciones en su mente. "Manuel, no sé si esto es correcto. La situación es tan delicada... Nuestros hijos, nuestras vidas..."

"Lo sé," respondió él, con voz suave. "Pero la vida está hecha de riesgos. A veces, necesitamos arriesgarnos para descubrir lo que realmente queremos." Hizo una pausa, mirándola a los ojos, como si estuviera buscando una respuesta. "¿Qué quieres tú, Lucero?"

La pregunta la tomó por sorpresa. ¿Qué era lo que realmente quería? Los sentimientos que había reprimido durante tanto tiempo empezaron a emerger. "Yo... quiero que las cosas vuelvan a ser como antes," confesó, con la voz temblorosa. "Pero tengo miedo."

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