PITUENCHE

Pituenche P2

     De los treinta y tres dispuestos a romper la barrera imaginaria solo llegaron quince a la hora acordada a los pies de los viejos peldaños de madera de la iglesia. Nadie preguntó por los que no llegaron y nadie propuso que recapacitaran en la decisión. Comenzaron a caminar con determinación bajo la mirada de los curiosos que los veían como verdaderos locos y en algunos casos como verdaderos héroes. María Espinoza era una de esas personas apoyándolos con frases motivadoras. Sentía una gran amargura por no poder ir aunque se había ofrecido, pero en la reunión la convencieron de que lo mejor era que fuera en una excursión de día. Tenía las ganas, toda la actitud y conocía el lugar tan bien e incluso mejor que varios de que los que partían, pero en caso de escapar su capacidad física le jugaría en contra.

— ¿Por qué de noche? — se escuchó fuerte. Pregunta que se repitió con diferentes voces y estados de tranquilidad.

Aunque todos creían conocer la respuesta, nadie respondió. De día todo era relativamente calmo, pero de noche el aire se impregnaba de miedo por las cosas que se contaban desde siempre, si querían encontrar algo debía ser en la oscuridad que era cuando lo que asechaba por generaciones parecía despertar. Vieron pasar al grupo que con risas escondían la ansiedad que les provocaba la misión. Elevando la mano al saludar y esbozando sonrisas se alejaron por la terrosa avenida hasta el gran letrero que daba la bienvenida al pueblo. Se detuvieron debajo del cartel, les pareció más grande de lo normal y al mirar atrás, el kilómetro que los separaba de las primeras casas que se comenzaban a iluminar las ventanas les pareció aún más lejano. Se miraron y todos se alentaron a seguir con lo planeado. Un par de minutos después tomaron las cosas que habían dejado en el suelo y emprendieron el camino por el sendero.