Pituenche P3

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Después de casi treinta minutos caminando estaban a pocos metros de lo que llamaban la entrada al bosque. Era un claro de árboles el cual se iba cerrando a medida que se avanzaba en línea recta para luego dar unos giros entre los erguidos troncos. Ingresaron y caminaron veinte minutos hasta el primer punto donde los senderos interiores se unían. Desde ahí tomarían diferentes caminos recorriendo el área designada hasta volver a juntarse en el segundo cruce más al interior. Así volverían todos juntos sintiéndose más seguros.

Varios miraron el reloj y luego elevaron la vista hacia el cielo rogando que no se separaran o perdieran en la arbolada oscuridad. Se desearon suerte y partieron a las zonas que habían establecido cuando formaron los grupos. Tres grupos de cinco personas, todos con la intensión de encontrar cualquier cosa que los acercara a los desaparecidos y a la verdad.

Marcos Gonzales no podía esconder su ansiedad. Caminaba lo más lento que sus entumidas y endebles piernas le permitían ya que su cuerpo consideraba la búsqueda personal. Sus amigos Alejandro y María completaron cinco días desaparecidos, sin noticias y sin rastros que permitieran una búsqueda más alentadora. Todos estaban tensos ya que sus pertenencias se encontraron juntas hace tres días muy cerca de la frontera, las mochilas, documentos, un par de botellas con agua y galletas saladas, todo quedó como si fueran a volver en algún momento por ellas. Nunca lo hicieron.

El grupo de Marcos se fue por el camino del sendero que llega al lago. Es una zona amplia, demasiado para ser explorada en el tiempo disponible. Desde el pueblo hasta donde se separaron la distancia es de dos kilómetros y desde ese punto debían caminar entre arbustos y grandes pinos aproximadamente otros cuatro kilómetros hasta el borde del lago cuyo perímetro sumaba cuatro más, demasiado para volver antes de las 21 horas al lugar de encuentro. Ya tenían acordado que no completarían el recorrido.

La hora del regreso ya no estaba en discusión, fue ampliamente debatida por los presentes en la reunión, concordando casi en forma unánime de que era una hora adecuada para no correr riesgos. Todos armonizaron en que si iban a esa hora del atardecer debía ser rápido, sin demora excepto si encontraban algo, de lo contrario a las nueve de la noche debían estar en el punto donde se separaron. <<Este bosque no perdona de noche, pero de noche obtendremos respuestas>> fue la frase que se repitió entre los valientes.

En los tres grupos una sensación de desaliento y miedo comenzaba a nacer. Desazón por no encontrar nada en lo que llevaban de caminata y miedo por poder estar más de lo necesario inmersos en ese mar oscuro de ramas y troncos.

Daniela Runk lideraba el grupo de Marcos Gonzales con gran habilidad y sentido de orientación. Fue la única mujer que finalmente se encamino en la improvisada búsqueda. Aunque nació en el pueblo hace veintinueve años, solo hace cinco se radico en forma definitiva activando una opción de ecoturismo. En un comienzo fue muy criticada por los más conservadores que lo veían como una perturbación a la calma natural de la vida en el bosque. Cuando llegó al pueblo le llamó la atención la fiereza con que defendían tal intromisión, incluso algunas personas casi llegaron a los golpes con George Luwns, su novio de ese entonces. Junto a él se sobrepuso y poco a poco se fueron ganando la confianza de todos. El acuerdo fue "se quedan, pero no traspasen el límite que por cientos de años se ha respetado, que lo natural del lugar se mantenga en paz".

Cuando George se fue, catorce meses después, le pareció que todo nuevamente comenzaba desde cero. Siempre dijo que nunca entendió su determinación, el pensamiento que lo llevó a tener un gran cambio en su carácter y que termino con dejarla sola en el pueblo renunciando por lo que tanto lucho. Sin embargo ella contaba que meses antes de su partida le parecía una persona toralmente diferente de la cual se enamoró, por lo que el dolor de su partida fue por un corto periodo dando paso a una nueva vida en "el alma". Ahora caminando en la oscuridad liderando un grupo de búsqueda se sentía querida, considerada y respetada.

En otro grupo Roberto Parra se detuvo de golpe. Su mente estaba aturdida. Al igual que los demás sentía rabia, impotencia y dispuesto a cualquier cosa con tal de volver a la tranquilidad. El silencio del bosque pareció incrementarse mientras su mente intentaba pensar con calma ante lo que creyó ver. Sin decir nada caminó un metro abriendo su mente, pero lo que vio lo paralizo unos segundos hasta que volvió a sentir que respiraba. Inhaló gran cantidad de aire para luego exhalar fuertemente, alzo la voz llamando a sus compañeros que iban pocos metros más adelante. Al oírlo se detuvieron en espera de que hablara, pero no lo hizo. El semblante de su mirada fue la respuesta para todas las preguntas, con lo que sus compañeros, amigos y vecinos se acercaron raudamente. Roberto no los miro. Agachado casi sin pestañar tomó con sus manos el suave género de color morado con borde dorado y un pequeño bordado. No tenía dudas, era la bufanda de su hermana. El mismo se la regaló a María para su cumpleaños hace un par de meses. En los cinco segundos en que sus compañeros demoraron en llegar a su lado, en su mente apareció la imagen del día en que se la paso, la sonrisa que esbozo, el abrazo que los unió, la alegría en su rostro y la emoción al verla llevarla a su pecho como el mayor de los tesoros trasladándola a la infancia cuando en su cumpleaños número siete la abuela le regalo una igual.

— ¡María! ¡María! — gritó casi con desesperación — ¡¿Estas por acá?!.

— ¡Marcos!. ¡María, Alejandro! — volvió a gritar, sin respuesta más que el sonido del caminar de sus compañeros sobre las secas hojas sobre el suelo.

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