Depresión

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Hattori Heiji bajó la mirada al suelo, luciendo un poco desconcertado al darse cuenta de las palabras que se le acababan de escapar. ¿No se suponía que debía dejar de pensar en Kudou? Además, ¿exactamente qué lo había impulsado a decir aquello? Apretó los puños con algo de frustración... Oh, demonios. Solo esperaba que Kazuha no lo hubiese escuchado. Entonces, levantó la mirada y giró hacia ella. Encontrarla con esa expresión, entre perdida y dolida, hizo que sus alarmas se activaran.

—¿Kazuha? —la llamó, notando cómo la suave brisa del parque comenzaba a enfriarse—. Kazuha, lo siento, no sabía que ellos…

Pero Kazuha no se volteó a mirarlo, aunque lo había escuchado. Sus manos temblaban, frías, mientras apretaba aquella hermosa rosa azul que al principio había recibido con tanto entusiasmo. Disimuladamente, observó el hermoso y característico azul profundo de los pétalos de la flor y, al compararlo con aquellos ojos... los ojos de Conan, quien ya estaba prácticamente a dos pasos de ellos, todo quedó perfectamente claro para ella. El viento frío agitó algunos de sus cabellos y, entonces, sin que el moreno lo esperara, le arrojó la rosa azul a la cara con un movimiento tan rápido que hasta Conan se sorprendió al presenciarlo. Ran, detrás de él, permaneció inmóvil. Heiji solo sintió el leve roce de los pétalos en su mejilla antes de que la flor cayera al suelo.

—Kazuha…

—¡Esa flor no la compraste pensando en mí! —gritó ella, retrocediendo unos pasos, con lágrimas brillando en sus ojos—. ¡Eres un idiota, Heiji! ¡Yo siempre he estado aquí contigo, pero a ti simplemente se te van los ojos con todo lo que te recuerda a él! ¡No quiero volver a verte nunca más!

Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas mientras daba media vuelta y salía corriendo, dejando a Heiji en shock por sus palabras, por la conclusión a la que había llegado: ella había visto a Shinichi un par de veces y, por razones evidentes, había deducido que Conan le recordaba a él.

—Kazuha, espera... —realmente intentó detenerla, decirle que las cosas no eran así, aunque en el fondo sabía que sí lo eran, pero fue inútil.

Ran, ya bastante perpleja ante la escena, tardó unos segundos en reaccionar antes de salir corriendo tras su amiga.

—¡Kazuha-chan, espera! ¿Qué pasó? ¡Hablemos! —gritaba, intentando alcanzarla.

Conan, por su parte, se quedó ahí, junto a Heiji, observando con confusión y extrañeza aquella tristeza en la mirada del detective de Osaka.

—¿Hattori? ¿Qué pasó? —preguntó con seriedad mientras Heiji se llevaba una mano a la cara—. ¿Qué le hiciste a Toyama para que reaccionara así?

Soltando un profundo suspiro que a Conan le pareció extraño, Heiji apartó la mano de su cara y lo miró a los ojos, temblando ante el azul zafiro de aquellos ojitos bonitos, esos que tanto lo habían trastornado desde que los conoció. En ese momento, todo se desencajó de una manera dolorosa. Admitiéndose a sí mismo, y con pesar, que Kazuha podía tener razón en algo: no importaba si era Conan o Shinichi; era incapaz de mantenerse inexpresivo, de tener bajo control a su corazón, así como todo su ser, cuando se trataba de Kudou. La verdadera razón por la que no podía fijarse en Kazuha era que, al mirar a Conan, todos sus pensamientos y concentración colapsaban de forma desastrosa. Y lo que era peor, eso dañaba a quienes estaban cerca de él.

—Kudou... yo, no...

El silencio entre ellos se alargó aún más cuando Heiji observó cómo Conan se inclinaba levemente, levantando aquella rosa del suelo y mirándola con detenimiento, como si la flor pudiera revelarle lo que él estaba tardando en decir.

«Tan... hermoso...» El pensamiento se materializó sin que pudiera evitarlo. Apretando los puños, Heiji notó que el color de aquellos ojos grandes y bonitos era el mismo que el de la rosa y, de repente, todo se volvió borroso, difuso. «Maldita sea.»

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