Capitulo 3

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Lo sabía, después de toda una vida de aprendizaje, claro que sabria que lo que vendría para él no sería fácil. Sin embargo, nunca imaginó que en tantas ocasiones, en muy frecuentes ocasiones, todo terminaría de esa manera. Aunque debía admitir que, en algunas de ellas, él mismo se lo buscaba.

A sus trece años, ya debería haber comprendido cómo comportarse y actuar frente a su padre, pero a veces parecía que su mente torpe e ingenua lo olvidaba. Aunque, en realidad, olvidarlo era imposible; tan imposible como controlar su temperamento en los momentos menos oportunos. Momentos como cuando estaba con su padre, un ser tan inestable que no podía soportar su carácter impetuoso. Y, claro, acababa pagando por su error. Así había sido durante años: Ojos morados, labios partidos, moretones, cicatrices apenas perceptibles, y muchas marcas más. Durante esos años, había aprendido cuál era el precio de sus acciones o palabras descuidadas.

No conforme con eso, pese a su corta edad, lo agradecía; agradecía que su padre supiera, de alguna manera, ponerle un límite. De otro modo, jamás lograría ser como él, fuerte e imponente, todo lo que aspiraba a ser en la vida.

¿Cómo lo lograría si no fuera reprendido?

Pero, a sus trece años de edad, no podía ignorar cómo su padre se ensañaba en sus castigos en ocasiones. Aunque claro, él no lo hacía notar. Delante de él, tenía que tragarse el dolor, y aunque le molestaba, lo hacía. Lo hacía porque sabía que se lo merecía. Cómo las mil y un ocasiones en que enfureció al rey con un comentario plenamente irrespetuoso, como cuando no se desempeñaba de la manera que esperaba en su entrenamiento, o solo como cuando se topaba con el temperamento de su padre por el suelo. Cosa que era irremediable.

Como en ese momento, mientras caminaba a paso rápido por los pasillos de su palacio en dirección al jardín.

Una de sus manos cubría con firmeza su boca, dejando que gotas de sangre, provenientes de su labio roto, mancharan su piel. Sentía cómo la herida escocía y palpitaba al tacto. Un pequeño brote de rabia e ira burbujeaba en su interior, pero en su mente no podía dejar de pensar en una cosa, y es que se lo había buscado. Fue lo que obtuvo después de un arduo día entrenando con su espada, donde su propio padre había decidido entrenarlo. Y, por supuesto, lo había derrotado en cada enfrentamiento.

Eso comenzaba a enfurecerlo, tanto que no midió sus palabras cuando arrojó la espada al suelo, maldiciendo y exclamando lo peor que pudo haber dicho en su vida.

-¡No es justo! ¡Haces trampa!

Lo siguiente que recordaba era el puño de su padre derribándolo sin previo aviso, y luego solo sintió el peso de su bota pateando su abdomen mientras yacía en el suelo. El impacto en aquel lugar lo dejó sin aire por un rato, mismo que tardó en recomponer para ponerse de pie a duras penas; y apresar de que aún le dolía, era un dolor que no se compraba con el ardor que comenzaba a sentir en su labio inferior, meszcladose con el sabor metálico tan perturbable de la sangre en su boca.

Era un tonto, un completo tonto, por haber provocado tan fácilmente a su padre, que ya de por sí era inestable. Y debía saberlo, pese a su completa falta de animos que lo caracterizaba, el principe había notado que los últimos días su padre había estado de un ánimo aún más inestable e insoportable que nunca en su vida. Y debia mencionar, que dicha inestabilidad pero pasaba sus límites siempre que el príncipe se encontraba en presencia del rey. Aun así, después de darse cuenta, no pudo controlarse.

En medio de su furia, llegó al jardín lanzando improperios y pateando cada jarrón que se cruzaba en su camino. La rabia lo dominaba, y no supo cuánto tiempo caminó de un lado a otro bajo el aire gélido del otoño, pero no se detuvo. Necesitaba calmar su mente, liberarse de la rabia que lo consumía, una rabia dirigida principalmente hacia sí mismo.

EL SECRETO DEL PRINCIPE {Los Cuatro Reinos #3}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora