Los años habían pasado, y con ellos, Hizzan había aprendido a convivir con el peso de la verdad que había cambiado el sentido de su existencia.
Aunque el tiempo parecía suavizar el dolor inicial, el secreto seguía ahí, enterrado en lo más profundo de su ser, como una herida que nunca terminaba de cicatrizar. Su vida transcurría como la de cualquier príncipe; llevaba a cabo sus deberes, asistía a las reuniones del consejo, entrenaba con sus soldados y participaba en las ceremonias que su posición requería. Pero, aunque todo en su exterior parecía estar en orden, en su interior el caos seguía creciendo.
La relación con el rey se había enfriado por completo, aunque eso nunca lo demostró frente a él. Si bien nunca fue una relación cálida, ahora el respeto que alguna vez le tuvo estaba teñido de resentimiento. Hizzan había aprendido a ocultar sus emociones detrás de un muro de disciplina y autocontrol, igual que siempre había hecho, pero dentro de él, la rabia seguía viva. Las palabras del rey aquella fatídica noche todavía resonaban en su cabeza de vez en cuando, como si su mente no pudiera soltarlas por completo.
En su vida, algunos sucesos marcaron su camino después de aquella revelación. Uno de muchos fue su ascenso en el ejército de Ikary. Hizzan se había dedicado a sus entrenamientos con una intensidad que rayaba en la obsesión, como si la única forma de contener el torbellino de su mente fuera entregándose por completo a la lucha. Sus habilidades con la espada se volvieron legendarias entre sus hombres, y no tardó en recibir una promoción a líder de los soldados, promoción otorgada por el propio rey Dattmon. Ahora todos y cada uno obedecían sus ordenes en un sentido más oficial, aunque eso ya lo hacían dado que para todos ellos seguía siendo su príncipe.
Pero, aunque muchos lo alababan por su destreza, él sabía que estaba escapando, que luchaba no solo en los campos de batalla, sino también dentro de sí mismo.
A medida que pasaban los años, Hizzan se dio cuenta de que vivir con ese secreto había moldeado quién era. Se había vuelto distante, frío, calculador. Había aprendido a desconfiar de todos, incluso de los pocos que alguna vez consideró cercanos. La única manera de sobrevivir era construir una muralla alrededor de su corazón, un muro que nadie pudiera atravesar.
Sin embargo, había días, esos momentos solitarios en su jardín secreto, cuando la flauta volvía a sus manos y las melodías melancólicas escapaban de sus labios. En esos momentos, Hizzan permitía que la verdad lo alcanzara, que el dolor lo tocara. Pero solo por un instante, antes de volver a cerrarse y continuar con la farsa de su vida. Era consciente de que vivir a base de ese secreto monumental lo había transformado, y no estaba seguro de si alguna vez podría volver a ser quien fue antes.
A pesar de todo, Hizzan seguía adelante, cumpliendo con su deber, viviendo una vida que no sentía como suya, pero que había aceptado como la única opción que le quedaba. Sabía que el secreto lo acompañaría hasta el final, y había aprendido a convivir con ello, aunque a veces, en lo más profundo de la noche, se preguntaba cuánto más podría soportar.
Con el pasar de los años, el rey no cambió su forma de corregirlo. Su mano seguía siendo tan dura como cuando Hizzan era un niño, y cada error, cada pequeño desliz, era castigado con una severidad brutal.
Él, tragándose todo lo que sentía, aceptaba en silencio. Sabía que no podía ir en contra del rey. No tenía ningún recurso para enfrentarlo, ninguna salida real. Si alguna vez se atrevía a rebelarse, la única arma que tenía a su disposición era la verdad, la verdad que conocía desde aquella noche hacía casi ocho años. Pero esa verdad era un arma que no podía blandir. No contra Dattmon, al menos.Revelar lo que sabía sería destruir todo lo que quedaba de su vida, y en el fondo, no estaba preparado para las consecuencias. La vida que conocía, aunque tortuosa, era la única que tenía. Por eso, se tragaba cada recriminación, cada golpe, cada humillación que provocaba sus arrebatos incontrolables, aquellos momentos en los que sus pensamientos lo consumían y le era imposible mantener el autocontrol. En esos instantes, ponía a prueba la paciencia del rey, y el resultado siempre era el mismo: Violencia.
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EL SECRETO DEL PRINCIPE {Los Cuatro Reinos #3}
FantasyLas verdades en este mundo no llegan como liberación, sino como sentencias inapelables. Solo aquellos que han sido despojados de toda ilusión, que han sentido el filo de la crueldad en su carne, pueden comprender que la verdad, lejos de sanar, es a...